La carta de Pablo a los Filipenses (13ª parte)
7 febrero, 2021La carta de Pablo a los Filipenses (15ª parte)
7 febrero, 2021Autor: Samuel Rindlisbacher
En este programa escucharemos sobre cómo es el “sentir de Jesucristo” al que se nos llama a imitar. ¿Cómo podemos hacerlo desde nuestro lugar, desde las circunstancias que nos tocan vivir y el tiempo?
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PE2688- Estudio Bíblico
La carta de Pablo a los Filipenses (14ª parte)
Tener el sentir de Jesucristo
El apóstol Pablo siempre tenía a Cristo delante de sus ojos espirituales e instaba a como dice Hebreos 12:2 tener, “…puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”. También Pablo veía al Señor como el Salvador sufriente, clavado en la cruz de maldición como dice en Gálatas 3:1: “…Ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado”. Nosotros, ¿también vemos a Cristo de esta manera? En Filipenses 2:5 leemos: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús”. Con esto la Biblia nos está diciendo que debemos pensar, hablar y actuar de la manera en que Jesucristo lo hizo. Nuestro sentir depende de la meta que tenemos para nuestra vida, influye en nuestro diario actuar, y se resume en la frase de Jesús de Mateo 6:21: “Donde está nuestro tesoro, allí estará también nuestro corazón”.
¿Cuáles son nuestras motivaciones, metas, eso que nos hace levantar día a día? ¿Es la necesidad? ¿La búsqueda de aprobación y reconocimiento? ¿Es el entendido de que Dios cumplirá con mis peticiones y necesidades? ¿Es nuestra entrega motivada por la esperanza de un beneficio? Muchas veces usamos nuestra posición ministerial, oportunidades de servicio o incluso el tiempo de creyentes como marcadores de rango. Mientras que en Filipenses 2:6 leemos: “…El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse”. Jesús estaba dispuesto a dejarlo todo, y este también debería ser nuestro sentir fundamental. El Señor Jesús renunció a Su posición en el cielo, a su gloria, Su majestad, Su autoridad y Su esplendor, y todo eso lo hizo por nosotros. Nuestro trato con los demás, ¿se caracteriza por tal sentir de renuncia? ¿O tratamos de aferrarnos con todas nuestras fuerzas a algo que de todos modos no podremos retener? ¿Somos capaces de ponernos a nosotros mismos en segundo lugar? ¿o en último? ¿Podemos callar cuando se comete una injusticia contra nosotros o cuando se nos pasa por alto? ¿Vive realmente en nosotros el sentir de Jesús?
Filipenses 2:7 dice: “…Sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo”. Ser siervo significa vivir en dependencia de otros, sin tener libertad. En la época del Nuevo Testamento un siervo era un esclavo que llevaba una vida extremamente sencilla, llena privaciones, marcada por el trabajo y el servicio. Jesucristo fue el Siervo perfecto, pues como leemos en Mateo 20:28 Él dijo: “El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”. Esta fue la actitud fundamental del Señor Jesús: estaba dispuesto a renunciar a Su propia voluntad y someterla a la de Su Padre. Hebreos 10:9 describe esta actitud citando a su vez un verso del Salmo 40: “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad”. Jesús manifestó esta disposición que encontramos en Lucas 22:42 cuando oró en Getsemaní justo antes de la crucifixión: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Jesús vivió como Siervo, sirviendo a los hombres de todas las capas sociales, sin acepción de personas. Sirvió a los ricos como a los pobres, a los lindos como a los feos, a los prestigiosos y a los marginados. Llamó “amigo” a Su traidor, e incluso lavó los pies de Su enemigo, haciendo el trabajo de un esclavo del rango más bajo. ¿Está este sentir de Jesús también en nosotros? Deberíamos pensarlo. Filipenses 2:7-8 señala: “…Hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre…”. Como humano, Jesús renunció a Su omnipotencia, a Su omnisciencia y a Su omnipresencia. Se hizo hombre y por lo tanto se cansaba como leemos en Juan 4:6: “…Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo”. sentía hambre de acuerdo con Lucas 4:2: “…Y no comió nada en aquellos días, pasados los cuales, tuvo hambre”. también sed, como leemos en el relato de Juan 19:28 “…dijo: Tengo sed”. Además vemos que Jesús lloraba en Lucas 19:41 que dice: “Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella”.
De esta manera “se humilló a sí mismo”, dejando de lado todo lugar preferencial, dice Filipenses 2:8 “…y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Su sentir era el de tomar el lugar que les correspondía a los pecadores: el lugar de humillación, al lado de los débiles, miserables, privados de derechos, endemoniados y marcados por enfermedades, el lugar cerca de los expulsados y menospreciados. Este proceder de Cristo al ocupar el lugar de humillación, ¿es también nuestra actitud? Luego Filipenses 2:8 expresa: “Haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. ¿Podemos ser obedientes nosotros? Jesús fue obediente. No necesitaba serlo, pero Él era la obediencia en Persona, la obediencia hasta la muerte. Jesús recorrió Su camino en obediencia y cumplió con diligencia la misión que se le asignó. Aunque sabía muy bien lo que le esperaba, en Su obediencia, no se dejó mover de la meta.
El miedo más grande del hombre es el miedo a la muerte, y Jesús lo tuvo que sufrir. Tuvo que pasar por un gran temor: la Biblia nos relata en Lucas 22:44, que cuando nuestro Señor estaba en el huerto de Getsemaní, estaba en agonía y “oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”. Jesús sufrió mil muertes por ti y por mí, fue por nosotros a Gólgota, y padeció una muerte espantadora. Soportó terrible angustia, fue torturado por los demonios y por el mismo Diablo, cargó con todo el pecado de este mundo y fue desamparado por Su Padre. Ahora, ¿cómo vivimos nosotros? ¿Somos obedientes en el camino que Dios nos ha preparado, y en las circunstancias de vida en las cuales nos ha puesto? No necesitamos hacer grandes hazañas, no necesitamos cambiar el mundo, pero sí debemos ser obedientes en el lugar en el que Cristo nos ha puesto. Con toda nuestra debilidad humana podemos ser una luz parecida a la de una pequeña vela; pero, aunque sea tan solo una velita de escasa iluminación, cuanto más oscuro es el lugar, tanto más brilla su luz. A veces el Señor nos coloca en lugares que no entendemos al seguirlo, en algo tan ejemplificante como el lavatorio de pies dijo a Pedro en Juan 13:7 “…Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; más lo entenderás después”. Habrá muchas situaciones de las que tendremos comprensión más adelante, algunas en la eternidad y otras no necesitaran explicación porque el Señor lo llenará todo en todo.
El Señor Jesús fue obediente al recorrer Su camino. Ahora se nos exhorta a nosotros a recorrer el camino de la obediencia demostrando el mismo sentir de Cristo. Su personalidad, Su mentalidad, Su manera de actuar y de pensar deben determinar nuestra vida. Sí, debemos estar dispuestos a ser humillados, a servir y a renunciar a nuestros propios derechos y nuestra propia comodidad. Estar preparados para transitar los lugares por donde la Voluntad de Dios nos lleve sin dejar de reflejar Su luz. Este sentir debería ser nuestra actitud básica en el trato con los demás, caracterizando nuestro servicio y nuestra vida. ¡Que sea así, para la honra y gloria de nuestro Señor y Salvador Jesucristo!