La gloria inefable de nuestro alto llamado (3ª parte)
18 diciembre, 2020Llamado a la oración (1ª parte)
18 diciembre, 2020Autor: Benedikt Peters
A lo largo de la historia la eternidad y los sucesos relatados en Apocalipsis han sido objeto de mucho estudio y especulaciones. En esta segunda parte de la serie, se especifican algunas denominaciones que se encuentran en la Palabra y muchas veces no son estudiadas con detenimiento. En el último libro de la biblia encontramos la transformación que Cristo hace en quienes creen en él y cómo esto es la gloria inefable de nuestro Llamado.
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PE2647 – Estudio Bíblico
La gloria inefable de nuestro alto llamado (4ª parte)
Amigos estamos llegando al final de esta serie de mensajes. Hemos estado mirando el grandioso llamado de la Iglesia de Cristo tal como vemos en la visión de la Nueva Jerusalén que descenderá del cielo. Hoy seguiremos en Apocalipsis 21:21 donde dice la Biblia: “Las doce puertas eran doce perlas”. Esto nos recuerda a la parábola de la perla preciosa en Mateo 13 en donde leemos que Jesús dijo: “También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que, habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró”. La perla representa el pueblo de Dios. La parábola nos cuenta que el Señor dio todo cuanto tenía para adquirirlo. ¡Cuánto debe amar a su pueblo! Un amor que será anunciado en toda dirección hasta abarcar al universo entero. Esta es la razón de que las puertas sean perlas. Porque las puertas eran lo primero que uno veía cuando se acercaba a una ciudad, Así las puertas de perlas impresionan al que se acerca del gran amor que el Señor tiene por su pueblo.
Así le sucede a todo aquel que se convierte de las tinieblas a la luz, y es introducido en la Iglesia de Cristo. Lo primero que recibe es una nueva conciencia de que Cristo ama a su Iglesia, enseñándole a amar del mismo modo a todos aquellos que le pertenecen. Continuamos con la descripción de la Nueva Jerusalén en Apocalipsis 21:22 “Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero”. En la Nueva Jerusalén, los redimidos estarán siempre en la presencia de Dios, por eso no habrá un templo allí. Antes, el templo era la morada de Dios entre su pueblo y el lugar para acercarse a Él. Al mismo tiempo, el templo recordaba continuamente que había pecado entre el pueblo y su Dios. Ese pecado creaba una separación que cada vez debía ser vencida por medio de un sacrificio. En la Nueva Jerusalén no habrá más pecado, por lo que no será necesario franquear la distancia. Dios está con su pueblo y este está con él. Allí, el redimido ser relaciona sin intermediación con su Dios y Redentor.
Según Apocalipsis 21:23: “La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna”, ya que la gloria de Dios es su luz. Dios mismo, la fuente de toda luz, alumbrará a los redimidos. Esta luz directa no estará afectada por la creación. El redimido no necesita ninguna fuente secundaria para iluminarse. Al leer en el relato de la creación que la luz ya fue antes de que sol y la luna fueran creadas, entendemos que estos astros son fuentes secundarias de luz. En la Jerusalén celestial ya nada es indirecto, los santos perfeccionados tienen trato directo con el autor de la vida. Dios mismo es su luz y el Cordero su lumbrera. Una lumbrera es una luz que se usa de manera planificada. En Jesucristo, la luz ha tomado forma de siervo y ha venido a este mundo en tinieblas, para buscar y salvar a los pecadores. Leemos en Apocalipsis 21:24: “Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella”. Con naciones se refiere a las personas que poblarán la tierra durante el reino de mil años. La luz en la que andan es “la gloria de Dios” que refleja la ciudad. Esto significa que las naciones verán la luz y el amor de Dios a través de su pueblo redimido, y ella les indicará el camino a transitar.
En versículo 25 leemos que “las puertas de la ciudad nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche”. En la Nueva Jerusalén no habrá cambio entre día y noche. Pero en la tierra, que sigue siendo la misma, reinará durante el Milenio todavía el orden de la primera creación. En 2 Pedro 3 vemos que este orden recién dejará de existir cuando, al final del Milenio, cuando Dios hará cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. Entonces dejará de existir el mar Apocalipsis 21:1, y el versículo 5 añade que también la noche desaparecerá. Pero vamos nuevamente al final del capítulo 21, al versículo 26 donde leemos que los pobladores de la tierra “llevarán la gloria y la honra de las naciones” a la ciudad de Dios, expresando que le deben a Dios todo lo hermoso y todo lo bueno, que puedan producir. Él puso en ellos la voluntad y la capacidad de hacerlo, y es por esta razón que le dan todo el honor y el crédito.
Del trono de Dios emana la vida, es más, de allí sale como “un río limpio de agua de vida”. Donde Dios reina, no puede haber muerte, pues Él es el Dios viviente, la fuente de luz y vida. “Ya no habrá más maldición”. ¡Qué promesa! Toda la miseria que entró a la creación desde la primera maldición proferida por Dios en Génesis 3:17, desaparecerá. Y si te preguntas: ¿Cómo es posible? ya se nos contesta: “El trono de Dios y del Cordero estará en ella”. Esta es la razón principal: el trono de Dios se encuentra allí. El sufrimiento entró al mundo por medio de la rebelión del ser humano contra Dios. Cuando el hombre será nuevamente sometido a su voluntad, el sufrimiento cesará. El trono de Dios también es el trono del Cordero, ya que Dios establece su dominio por medio del Cordero, es decir a través del sufrimiento y muerte de su Hijo. Dios puso sobre él la maldición que había entrado al mundo a causa del pecado, es más, él mismo fue hecho maldición por nuestra causa. Sin su obra redentora no habría siervos que le sirvieran, no habría almas redimidas que vieran su rostro, no habría seres humanos que recibieran la bendición de Dios.
Servir, tiene el propósito de ver al Señor: “Sus siervos le servirán, y verán su rostro”. Para eso Dios nos ha dado ojos. Mientras no le hayamos visto, nuestros ojos siempre irán de aquí a allá, pero nunca se saciarán. Pero en el momento en que nuestros ojos ven su gloria, queremos pertenecerle, someternos y servirle a él. 2 Samuel 14:24 relata cómo Absalón, el hijo del Rey David, pudo regresar a Jerusalén, con su culpa sin arreglar, pero se le prohibió ver el rostro del rey. Sin el perdón de nuestros pecados no desearíamos ni soportaríamos la presencia del Señor. Nosotros, sin embargo, añoramos ver su rostro y lo veremos con toda franqueza y regocijo, ya que nuestros pecados no existen más. En verdad, como dice Apocalipsis 22:14 son: “Bienaventurados los que lavan sus ropas” en la sangre del Cordero. En la nueva creación no habrá “noche”, sino un día eterno. Dios mismo “brillará” sobre los redimidos. La primera creación conoció el cambio entre día y noche; con esto ya se indicaba que toda la creación estaba sujeta a cambios. Así también, el ser humano, al que Dios puso como señor sobre la creación, podía cambiar. Él podía cambiar del bien al mal. El hombre redimido sin embargo una vez librado de su vieja naturaleza no puede desobedecer a Dios, por lo que no dejará el bien como los hizo Adán. En la nueva creación solo habrá un día eterno, el cual nunca será desplazado por la noche.
Porque Dios brilla sobre los justos hechos perfectos, ellos pueden “reinar de eternidad en eternidad”. Su luz les da la inteligencia y los conocimientos necesarios. Por eso nunca fracasarán ni se rebelarán contra él. No pueden hacerlo ni querrán hacerlo porque ven su rostro. Saben eternamente quién es su Dios, que él los ha amado con amor eterno, y por eso lo aman con un amor que va creciendo, hasta lo infinito. De esta respuesta de amor nos habla Jeremías 31:3 “Hace mucho tiempo se me apareció el Señor y me dijo: Con amor eterno te he amado; por eso te sigo con fidelidad”.