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La Gracia Restauradora de Dios

(3ª parte)

Autor: Wim Malgo

Como sacerdote, el mayor deseo de Moisés era que su pueblo no fuera destruido por causa de su pecado, sino que pudiera experimentar la gracia restauradora. En esta oportunidad, veremos que esa maravillosa gracia restauradora existe para los apóstatas, en el caso de que hayan tenido un verdadero arrepentimiento y renunciado al pecado cometido.



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PE1744 – Estudio Bíblico
La Gracia Restauradora de Dios (3ª parte)



Estimados amigos oyentes, en aquel entonces en el Sinaí, sin sospecharlo, Israel estaba en supremo peligro porque, ante todo, no reconoció que el Señor mismo se había apartado de él, hasta que la palabra directa de Dios, a través de Moisés, deshizo su ilusión errónea.

En Ex. 33:4 al 6, leemos:“Y oyendo el pueblo esta mala noticia, vistieron luto, y ninguno se puso sus atavíos. Porque Jehová había dicho a Moisés: Di a los hijos de Israel: Vosotros sois pueblo de dura cerviz; en un momento subiré en medio de ti, y te consumiré. Quítate, pues, ahora tus atavíos, para que yo sepa lo que te he de hacer. Entonces los hijos de Israel se despojaron de sus atavíos desde el monte de Horeb”. Otros traductores, en vez de“se despojaron”dicen:“quitaron de sí”o“arrancaron de sí”.

Dios parte del luto de la asamblea de Israel, para llevar al pueblo a un arrepentimiento consciente, y comisiona a Moisés para entregarle un cuádruple mensaje.

Para comenzar: Lo primero es el juicio de Dios sobre la posición interior de Israel, que, a pesar del reconocimiento de su abierta rebelión, sigue siendo la misma: retraimiento y oposición. Se asemeja a la cerviz de un animal de tiro que se opone al yugo. Entonces, podemos ver que hay muchos que aunque se humillan exteriormente, no lo hacen interiormente y, como consecuencia, son incapaces de recibir la gracia restauradora de Dios.

En segundo lugar: A esa comprobación de la posición interior, le sigue la razón de la separación de Dios de Su pueblo Israel. Allí se describe el peligro mortal que se origina del estado del contacto de Dios con el pueblo caído. De una relación constante de vida, entre Dios y Su pueblo, ahora, ante tales circunstancias, ha llegado a no haber más comunicación, aunque el pueblo la busque. Esto último es lo más estremecedor. Un momento de contacto con el Dios vivo, sería suficiente para juzgar al Israel que no estaba dispuesto a oír, ni a obedecer:“… Yo no subiré en medio de ti, porque eres pueblo de dura cerviz, no sea que te consuma en el camino.”

¿No encontramos aquí la razón por la cual hoy muchas personas e iglesias oran vanamente por un avivamiento? Dios no oye, porque si lo hiciera, sucedería lo mismo que sucedió en la iglesia primitiva: tan pronto como alguien pecaba conscientemente, era juzgado. Pensemos en Ananías y en Safira. ¿Qué fue lo que hicieron? Según nuestros parámetros nada extraordinariamente malo. Hicieron como si estuvieran dando una ofrenda de gratitud, como si estuvieran dando lo que correspondía al ingreso total de la heredad vendida. Pero, en realidad no era así. Ellos habían apartado algo para sí mismos, “para los días de su vejez”. Eso en sí no sería tan malo, en verdad hasta habrían podido quedarse con toda la recaudación. Pero: Por “hacer-como-si,” mintieron al Espíritu Santo y cayeron muertos (como leemos en Hch. 5:1 al 11), porque entraron en contacto con el Dios Santo. Porque la iglesia primitiva era una iglesia de avivamiento, y los pecados de los creyentes eran castigados inmediatamente.

En tercer lugar: Al necesario distanciamiento de Dios le sigue la amonestación de sufrir las consecuencias y proseguir el luto, esto es, despojarse de los atavíos. ¿Será que esos atavíos se relacionaban con ídolos, amuletos y hechicería? Yo creo que sí.

Pensemos lo que Jacob hizo con su familia, en su camino de regreso del extranjero a su tierra natal. Lo leemos en Génesis 35:2 al 4:“Entonces Jacob dijo a su familia y a todos los que con él estaban: Quitad los dioses ajenos que hay entre vosotros, y limpiaos, y mudad vuestros vestidos. Y levantémonos, y subamos a Bet-el; y haré allí altar al Dios que me respondió en el día de mi angustia, y ha estado conmigo en el camino que he andado. Así dieron a Jacob todos los dioses ajenos que había en poder de ellos, y los zarcillos que estaban en sus orejas; y Jacob los escondió debajo de una encina que estaba junto a Siquem”. En el llamado de Moisés para despojarse de los atavíos, se profundizó el requerimiento a rehusar totalmente a toda y cualquier idolatría.

Así, llegamos al cuarto mensaje que Dios transmite a través de Moisés. A la dolorosa exigencia, el misericordioso Dios le agrega una benévola promesa, por cierto en forma conmovedora e insegura, y al mismo tiempo muy ansiosa:“… Para que yo sepa lo que te he de hacer.”En otras palabras:“Para que yo vea lo que pueda hacer por ti.”Dios quiere transformar la maldición en bendición, y del mismo atavío del pueblo, que era el símbolo de su apostasía, quiere hacer el propiciatorio y el tabernáculo, los símbolos de Su ayuda y cercanía.

Y, así, El también quiere cambiar la maldición en bendición en tu vida, si tú te quitas el atavío, esto es, los símbolos, los indicadores de la idolatría. Entonces ¡Él verá lo que ha de hacer contigo, porque Él es clemente y misericordioso!

El fruto del mensaje de Dios a Israel es que el pueblo se “arrancara” el atavío. En esa expresión se encuentra la seriedad y la intensidad de su obediencia, de su luto y de su voluntad a la renuncia, porque Israel sabía que se encontraba en extremo peligro. ¡Quiera Dios que sea así también en tu vida! Que tú también te vuelvas obediente en el aspecto en que el Señor ya hace tiempo lo exige de ti, y que renuncies a esa cosa puntual de la idolatría de la que te hace falta renunciar. Dios el Señor se detuvo, en su intención de ejecutar el juicio sobre Israel, debido a la lucha sacerdotal de Moisés, pero eso no significa que lo hubiera suprimido. Esto se desprende del verso 34, de Éxodo 32:“Vé, pues, ahora, lleva a este pueblo a donde te he dicho; he aquí mi ángel irá delante de ti; pero en el día del castigo, yo castigaré en ellos su pecado.”Es decir, donde la gracia restauradora de Dios no puede abrirse camino, porque no existe un arrepentimiento radical, amenaza el juicio de Dios – y esto también vale para el creyente apóstata. No hay otra alternativa que el aplazamiento. En Lucas 13:8 y 9, leemos:“Él entonces, respondiendo, le dijo: Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y la abone. Y si diere fruto, bien; y si no, la cortarás después”. Vivimos en un tiempo muy serio; en las últimas horas antes del gran ajuste de cuentas. Si este aplazamiento no es transformado en gracia restauradora – también en tu vida -, al culpable lo alcanzará el juicio divino.

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