La hora de Su gloria 1 de 3
21 febrero, 2008La hora de Su gloria 3 de 3
21 febrero, 2008Título: La hora de Su Gloria
Autor: Wim Malgo
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Estimado amigo, es realmente así que el Padre glorifica Su nombre a través de la vida de Su Hijo.
Jesús en toda Su vida terrenal expresaba la «doxa» (griego) del Padre, es decir la gloria de todo lo que el Padre es y tiene. El, por medio de Su total obediencia, hizo todo aquello que Su Padre quería. El acercó a nosotros todo lo bueno de Dios: Su amor, Su voluntad salvadora, Su misericordia.
En una traducción judía de Lucas 1:76-79 dice con respecto a Juan el Bautista y el Señor Jesús: «…irás delante del Señor, preparando sus caminos; dando a su pueblo el conocimiento que la salvación viene por medio del perdón de pecados; a causa de la entrañable misericordia de nuestro Dios, quien hace que se levante el sol (gloria) para visitarnos de lo alto; para alumbrar a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte; y para encaminar nuestros pies por caminos de paz.»
La misericordia de Dios para nosotros es como una madre que cuida a su recién nacido con toda su atención y cariño. ¿Puede ser expresado en forma más hermosa lo que Dios desea y lo que hizo en Jesús? Y de hecho: Así vivió y actuó Jesús. El nos trajo la gloria de la gracia y de la misericordia de Dios. Jesús fue muy diferente de lo que, muchas veces, se nos pinta por medio de la religiosidad y del comportamiento supuestamente cristiano. Un día El salió de la ciudad de Jericó. Dos ciegos, al lado del camino, oyeron que Jesús pasaba. Ellos gritaron con todas sus fuerzas: «¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de nosotros!» (Mt. 20:30-31). Entonces El les pidió que se acercaran. Después que ellos le pidieron que abriera sus ojos, leemos en Mateo 20:34: «Entonces Jesús, conmovido dentro de sí, les tocó los ojos; y de inmediato recobraron la vista y le siguieron.»
Jesús también glorificó al Padre al rechazar toda gloria terrenal. Después de haber estado 40 días en el desierto, fue tentado por el diablo. Este llevó al Señor a un monte alto, le mostró en un momento todos los reinos de la faz de la tierra y Le dijo: «A ti te daré toda autoridad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y la doy a quien yo quiero. Por esto, si tú me adoras, todo será tuyo» (Lc. 4:6-7). El Anticristo algún día aceptará esta oferta diabólica. Jesús, sin embargo, contestó a Satanás: «Escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás» (v. 8). Jesús anduvo por el camino del Padre en forma perfecta, por el camino de la obediencia, el camino para glorificar a Dios, el camino para salvarnos a nosotros. Por nada se dejó detener o enceguecer. La mayoría de nosotros somos muy diferentes. Muchos todavía nos esforzamos por alcanzar la gloria de este mundo y nos dejamos seducir, atrapar e influenciar por aquello que el mundo tiene para ofrecer. ¡Cómo nos fascina todavía el catálogo de las glorias de esta tierra! Los automóviles nuevos y su complicada técnica nos entusiasman. Podemos conversar sobre ese tema por horas. ¿Y cómo es el tema de las licencias? ¿No es verdad que muchos de nosotros vivimos todo el año con la expectativa del destino de nuestras vacaciones? La codicia y el afán por el dinero tampoco pasan de largo a los cristianos. Pierson escribió en uno de sus libros:
En los hogares cristianos hay suficientes cosas como vasijas de oro y plata y objetos inútiles de adorno, como para construir una flota de 50.000 barcos, llenarlos con Bíblias y misioneros, y hacer una reunión en todo lugar apartado y, así, en unos cuantos años, confrontar a cada alma con el evangelio.
Acerca de las personas que persiguen la codicia y el afán por el dinero está escrito: «Pues se levanta el sol con su calor y seca la hierba, cuya flor se cae, y su bella apariencia se desvanece. De igual manera también se marchitará el rico en todos sus negocios» (Stg. 1:11). Querer ser reconocido, famoso y soberbio en este mundo es un engaño del diablo. Por eso, la Biblia advierte con gran seriedad: «No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él;… y el mundo pasa con sus deseos» (1 Jn. 2:15, 17a).
También en eso el Señor Jesús fue nuestro gran ejemplo. ¡Cuán grande era Su amor por Su Padre! Jesús, en todo, revelaba al Padre y, con eso, Su gloria. Así también sucedió en la aldea de Caná, donde el Señor estaba invitado a una boda. Cuando surgió un problema desagradable y le hablaron acerca del mismo, El dijo: «Todavía no ha llegado mi hora» (Jn. 2:4).
Pero cuando llegó Su hora de parte del Padre, dice: «…y manifestó Su gloria» (v. 11). Allí estaban en un rincón, los cántaros de agua vacíos, inmóviles, fríos e inadvertidos. Festejaban, comían, tomaban, reían y cantaban sin prestarles atención. ¿Quién quería tener algo que ver con baratos cántaros de agua en una fiesta de esas? Aquí se trataba de algo totalmente diferente. Solamente uno no las había pasado por alto en medio de todo el torbellino y el festejo. Los ojos de Jesús posaban sobre ellos, El los veía. Y, justamente, por medio de estos cántaros inadvertidos y vacíos, El se quería glorificar. La fiesta seguía, despreocupada y alegre. Pero, repentinamente, todo pareció romperse y no tener un buen final. ¡No había más vino! Y, justamente, en esa situación sin salida, Jesús hizo Su primer milagro. El convirtió los cántaros vacíos en portadores del mejor vino, al convertir en vino el agua que fue vertida en ellos: «…y El manifestó su gloria» (Jn. 2:11).
Estos cántaros vacíos simbolizan nuestra vida, que puede ser tan fría, entumecida y vacía, y pasar tan terriblemente inadvertida. Un delincuente dijo durante su condena: «Cuánto me hubiera gustado, si alguna vez, para alguna persona, yo hubiera sido imprescindible.» La vida tiene su forma de pasarnos de largo, y antes de darnos cuenta ya terminó. Jesús, sin embargo, ve a cada individuo, y El desea que usted llegue a ser portador de Su gloria. El desea tanto llevar Su gloria a su vida, porque quiere que en su vida haya un cambio para el bien. Quizás ésta sea la hora más decisiva de su vida — ¡la hora de Su gloria para usted! Jesús, en todo, vivía para la gloria de Su Padre y para hacer que ésta llegara a ser accesible a los seres humanos. Cuando Su vida se estaba terminando, el Padre con una frase confirmó lo que Su Hijo había hecho: «Ya lo (Mi nombre) he glorificado.» Ahora, sin embargo, el nombre del Padre debía recibir una gloria aun mayor, por eso El sigue diciendo: «…y lo glorificaré otra vez.» ¿Qué se dirá, algún día, sobre nuestras vidas?
Esto, estimado amigo es la pregunta con la cual quiero terminar este programa. Piénsalo bien. Examine tu vida delante de los ojos de Dios y vuelva a El, para que tu vida también sea para honra y gloria de Dios.