La misión del creyente

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Autor: Wim Malgo

Todo creyente tiene una misión: predicar el evangelio con sus palabras y con su vida. A este llamado debemos aferrarnos, porque el Señor regresa pronto, porque vivimos en medio de apostasía, y porque nos espera la recompensa eterna de estar junto con el Señor. La vida en misión también tiene implicancias prácticas, sobre todo en las relaciones con otros creyentes en la obra del Señor. Y en todo esto, tenemos la garantía de la presencia de Dios y la perspectiva que nos da la fe.


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PE3068 – La misión del creyente



La misión del creyente

Qué bueno reencontrarnos para estudiar juntos la Palabra de Dios. Hoy quisiera invitarte a leer en 2 Timoteo 4:1-2: «Te encargo delante de Dios y del Señor Jesucristo, quien juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina«.

Si tuviéramos que ponerles un título a estos versículos y al capítulo en general, podríamos decir: nuestra misión. Y podemos identificar una misión directa y luego quiero mostrarles también una misión indirecta contenidas en este pasaje y en los versículos siguientes.

En un sentido directo, los versículos que acabamos de leer nos encargan explícitamente la misión de dar testimonio: «que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo«. Todos tenemos esta misión.

Pero también, si seguimos leyendo, encontramos nuestra misión indirecta en el versículo 5: «Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio«. Jesús ya lo había dicho, «ustedes me serán testigos«. Con esta tarea de ser testigos, indirectamente encontramos conectada la necesidad de soportar aflicciones, o sufrir. Más allá de nuestras palabras, dar testimonio implica también una vida que habla, acciones que no necesitan de palabras.

Ahora, si leemos este pasaje y comparamos los versículos, podemos encontrar tres razones para no dejar ir esta misión o comisión como creyentes:

En primer lugar, encontramos en el versículo 1 que Pablo sustenta el llamado a esta misión con una referencia al regreso del Señor. «Te encargo delante de Dios y del Señor Jesucristo, quien juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra«.

Queridos hermanos y hermanas, nuestro servicio como testigos es necesario porque Jesús volverá pronto. Por eso el mismo Señor Jesús dice en Lucas 12, versículos 35-36: «Estén siempre preparados y mantengan las lámparas encendidas, y sean semejantes a hombres que esperan a su señor que regresa de las bodas, para abrirle tan pronto como llegue y llame«. Estar preparados y mantener las lámparas encendidas es dar testimonio de nuestra fe.

Una segunda razón por la que nunca debemos abandonar nuestra misión es la apostasía generalizada que Pablo describe aquí en 2 Timoteo 4, en especial en los versículos 3 y 4: «Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas«.

Eso es precisamente lo que está ocurriendo hoy ante nuestros ojos: La gente ya no tolera la sana doctrina, es decir, la enseñanza sana. El veneno de la teología moderna se extiende. La verdad de la Escritura se escucha cada vez menos, por eso es tan necesario nuestro servicio de testimonio mediante nuestras palabras, pero también con nuestro diario vivir, directa e indirectamente.

Una tercera razón que Pablo nos da para esta misión es la corona que nos espera. Él mismo da testimonio de ello en los versículos 7 y 8: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de justicia, que en aquel día me dará el Señor, el juez justo; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida«. Este, hermanos míos, es nuestro futuro.

Así pues, tenemos tres razones por las que queremos perseverar en nuestro ministerio de dar testimonio mediante nuestras palabras y nuestros hechos: el inminente regreso del Señor, la apostasía generalizada, y la corona que nos espera.

Ahora te pregunto, querido oyente: ¿Qué haces por Jesús? ¿Estás trabajando para Él? Si no eres tú mismo un misionero, ¿has enviado ya a alguien en tu lugar? Esta es su promesa en Apocalipsis 3:21: «Al que salga vencedor, le concederé el derecho de sentarse a mi lado en mi trono, así como yo he vencido y me he sentado al lado de mi Padre en su trono«.

Si hemos decidido permanecer fieles en esta misión, descubriremos que está llena de experiencias gloriosas, pero también de experiencias difíciles. Veamos algunas de ellas a la luz del pasaje de 2 Timoteo 4.

En primer lugar, vivir la misión que Dios nos encarga trae consigo el deseo de fortalecer la comunión. Pablo escribe en el versículo 9: «Procura venir pronto a verme«. Necesitamos la comunión unos con otros. Mis hermanos y hermanas, no descuiden sus reuniones. Reúnanse para orar y estudiar la Biblia.

Una segunda experiencia en la misión es la dolorosa separación de hermanos y compañeros de trabajo a causa del pecado. Pablo dice esto en el versículo 10: «porque Demas me ha desamparado. Prefirió este mundo…«, y también en los versículos 14 y 15: «Alejandro, el calderero, me ha causado mucho daño; que el Señor le pague conforme a sus hechos. Cuídate también tú de él, pues se ha opuesto mucho a nuestras palabras«.

Qué profunda angustia se percibe en estos mensajes de Pablo a su hijo espiritual, Timoteo. Uno de sus hermanos dejó la fe para abrazar al mundo, y el otro hirió a Pablo con sus mentiras.

Pero no todas las experiencias son dolorosas, la misión también trae consigo una experiencia maravillosa: el reencuentro con un antiguo compañero en la obra de Dios. En 2 Timoteo 4, versículo 11, dice: «Solo Lucas está conmigo. Toma a Marcos y tráelo contigo, porque me es útil para el ministerio«. Este Marcos era el mismo Marcos del que una vez Pablo había tenido que separarse: se acercaba un reencuentro para la obra de Dios.

La cuarta experiencia es nuevamente una experiencia difícil y dolorosa. En el momento en que Pablo se encontraba en peligro, fue abandonado por todos. Aparentemente también por Lucas, porque en el versículo 16 Pablo testifica: «En mi primera defensa nadie estuvo a mi lado; todos me desampararon. Espero que no les sea tomado en cuenta«. Me imagino que algunos habrán dicho: «Algo malo debe tener este Pablo si nadie se queda con él».

Pero quienes piensen así no han notado que inmediatamente después de estas palabras de Pablo sigue una quinta experiencia de la vida en misión, que es la gloriosa presencia del Señor. Dice en el versículo siguiente: «Pero el Señor sí estuvo a mi lado, y me dio fuerzas, para que por mí se cumpliera la predicación y todos las naciones la oyeran«.

Hermanas y hermanos míos, cada uno de nosotros puede experimentar la presencia de Dios cuando la gente, incluso los hermanos en la fe, nos abandonan en momentos de peligro y necesidad. Te animo a que no te amargues, sino que digas junto con Pablo: «que no les sea tomado en cuenta«. Haciéndolo experimentarás con aun más intensidad la cercanía del Señor.

En sexto lugar: En el contexto de la misión también tendremos la experiencia de la ayuda práctica, como escribe Pablo en el versículo 13: «Cuando vengas, tráeme el capote que dejé en Troas, en casa de Carpo, y también los libros, especialmente los pergaminos«. En Timoteo, Pablo encuentra a un fiel ayudante. Creo que es importante evaluar este aspecto de nuestra misión. He observado que muchos hermanos y hermanas pueden ser muy piadosos, pero a menudo falta esa ayuda práctica. Eso también forma parte de la misión.

Y por último, una séptima experiencia dentro del ministerio de dar testimonio es la gloriosa perspectiva que nos da la fe. En medio de todo lo difícil y doloroso, Pablo exclama finalmente en el versículo 18: « Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial. A él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén«.

Quiero dejarte esta pregunta, querido oyente: ¿Has dicho «sí» a la misión que Dios tiene para ti como creyente? Deseo que así sea. Amén.

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