El pacto eternamente válido
14 marzo, 2016Preciosas piedras bíblicas, a la luz del cielo
14 marzo, 2016Autor: René Malgo
¿Qué tiene que ver la profecía bíblica con el sentido de la vida?
Toda persona lleva dentro de sí el “recuerdo” del Edén y de Dios. Y eso explica muchas cosas, o mejor dicho, todo…
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PE2164 – Estudio Bíblico
La palabra profética y el sentido de la vida
Amigos oyentes: ¿Qué tiene que ver la profecía bíblica con el sentido de la vida? ¡Todo! La palabra profética de la Biblia no solamente nos revela lo que Dios hará en el futuro, sino también lo que Él ha hecho en el pasado cuando “fundó la tierra” (como vemos en Job 38:4). Sin la firme palabra profética que como lámpara “alumbra en lugar oscuro” (como nos dice 2 P. 1:19), tampoco sabríamos de dónde venimos.
Génesis 1:26 y 27 nos muestra que los seres humanos hemos sido creados a imagen y semejanza del Dios trino. “Entonces Jehová Dios (Yahvé – el Eterno) formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (leemos en Gn. 2:7). Y cuando el Dios eterno creó al primer hombre a Su imagen y le sopló la vida, también puso eternidad en su corazón, como lo afirma Ecl. 3:11: “Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin”.
Fritz Rienecker constata que Dios creó al primer ser humano de la fina tierra “del campo fértil del Edén, en su parque paradisíaco”. Dios creó al ser humano del polvo de una tierra anterior al primer pecado, cuando aún todo era bueno. Y con el ser humano creado a imagen de Dios, Él declaró que la creación, que hasta ese momento había sido “buena”, ahora era “muy buena”. Porque ahora vivía una criatura eterna en la creación aún tan fresca, una criatura que podía tener comunión con el Dios eterno, y que en armonía con Él podía reinar sobre la creación. Y eso era “muy bueno”.
Pero, entonces llegó el pecado, la rebelión. Incentivado por la serpiente, que es Satanás, la criatura creada a imagen de su Dios, con la eternidad en el corazón, cuestionó a su Creador eterno (según Gn. 3:1). El ser humano pecó y murió, si bien no de inmediato físicamente, pero sí espiritualmente. Desde entonces, todo ser humano, por naturaleza, está muerto en el pecado (como nos dice Ef. 2:1 al 3). Pero, la eternidad en el corazón quedó allí. Según la Biblia, cada persona pecadora aún sigue siendo creada a imagen de Dios (según Stg. 3:9). El ser humano fue desterrado del Edén, del “paraíso”, y de la directa comunión con el Dios eterno – y, desde entonces, la eternidad en su corazón funciona más bien como un recuerdo de tiempos mejores, ahora muy remotos.
Los primeros seres humanos tuvieron que abandonar la tierra de la cual fueron creados. Y tuvieron que dejar atrás a Aquél, por quien fueron creados. Alguien lo expresó de la siguiente manera: “El dolor no es que hayamos sido desterrados del paraíso; sino que lo hayamos poseído.”
La palabra profética de la Biblia nos muestra que la eternidad está en el corazón de cada persona; porque cada uno proviene de Adán, el primer ser humano, y es creado a imagen de Dios. Toda persona lleva dentro de sí el “recuerdo” del Edén y de Dios. Y eso explica muchas cosas, o mejor dicho, todo…
¿Por qué será que el ser humano tan a menudo está inquieto? ¿De dónde vienen la añoranza o la nostalgia, o simplemente el descontento? ¿De dónde vienen nuestras apetencias y demandas? La respuesta no es tan sólo: “del pecado”. El pecado es, ante todo, nuestra reacción equivocada a estos sentimientos. La respuesta, más bien, es la eternidad en nuestros corazones.
Mark Buchanan lo expresa de la siguiente manera: “La añoranza – este sentimiento duradero de que algo falta – mayormente es mal diagnosticado y por eso, también, es tratado equivocadamente. (…) Durante toda nuestra vida nos aferramos a las cosas equivocadas, vamos a los lugares equivocados y comemos la comida equivocada. Tomamos por demás, dormimos por demás, trabajamos por demás, tomamos demasiadas o muy pocas vacaciones – todo con la débil esperanza de que esto finalmente nos satisfaga y sacie nuestra hambre. (…) La sorpresa es ésta: Dios nos ha hecho así. Él nos ha hecho así para que siempre estemos añorando algo – que siempre estemos hambrientos de algo que no podemos conseguir; que siempre estemos echando de menos algo que no podemos encontrar; que siempre estemos insatisfechos con aquello que recibimos; que siempre tengamos un vacío imposible de saciar, un vacío que nada pueda llenar; y que tengamos una inquietud indomable que ningún descubrimiento puede satisfacer. El anhelo en sí es sano – un tipo de compás dentro nuestro que nos señala la dirección correcta.”
Somos criaturas del paraíso y del Dios eterno; es totalmente normal que nunca nos sintamos realizados. C.S. Lewis lo dice así: “Si descubrimos en nosotros mismos una necesidad que no puede ser satisfecha con nada en este mundo, entonces podemos deducir que hemos sido creados para un mundo diferente.”
Nuestro origen se encuentra en un mundo mejor, el paraíso, y nuestro objetivo es un mundo mejor, el paraíso. De eso testifica la eternidad en nuestros corazones, y de eso testifica la palabra profética de la Biblia. La añoranza en nosotros clama en voz alta: “Quiero ir a la presencia de Dios, a Su mundo, a Su reino, a Su presencia.”
¿Por qué a veces tenemos recuerdos radiantes de tiempos antiguos, de nuestra niñez, de nuestra juventud, y deseamos volver allí? ¿De dónde viene la nostalgia? ¿Por qué podemos estar tan inquietos? ¿Por qué nos gustaría salir de viaje? ¿Por qué simplemente nos gustaría poder desenchufarnos? ¿Por qué a veces simplemente nos gustaría dejar todo como está, y salir huyendo? ¿Por qué existen momentos en nuestras vidas que desearíamos que nunca pasen? ¿Por qué podemos enfrascarnos tanto en nuestros pasatiempos? ¿Por qué podemos estar tan desesperados por ciertos alimentos? ¿Por qué nos aferramos a nuestros cónyuges, o a nuestros hijos? ¿Por qué preferiríamos estar sólo con nuestros amigos o pandillas? ¿Por qué nos resistimos tanto a los cambios? ¿Por qué nos enfrascamos en nuestro trabajo? ¿O por qué tan a menudo estamos pegados a la tele? ¿Por qué huimos al mundo de la fantasía de los libros, los juegos de computadora, o las películas? ¿Por qué soñamos despiertos? ¿Por qué podemos llegar a enviciarnos con ciertas cosas?
Porque siempre queremos aferrarnos a aquello que nos trasmite un sentir de felicidad, y no lo queremos soltar. Pero, el autor de Eclesiastés dice que todo en esta tierra tiene su tiempo. No podemos retener nada, por más que queramos hacerlo. Nuestras añoranzas y deseos son síntomas, síntomas de nuestro anhelo de Dios mismo y de Su paraíso. De modo que, si también como cristianos sentimos una cierta insatisfacción punzante, no deberíamos asombrarnos, sino dejarnos estimular… dejarnos estimular, como nos exhorta Col. 3:1 al 3, a buscar aquello que está arriba.
Nosotros, los creados, sólo encontramos el sentido de la vida en nuestro Creador; no en nuestro trabajo, no en nuestros pasatiempos, no en nuestro cónyuge, no en nuestros hijos, no en nuestros amigos. Esas son cosas lindas, pero pasajeras, que Dios nos ha obsequiado para temerle, buscarle y amarle a Él.
Agustín lo puntualiza, en una plegaria a Dios: “Porque hacia Ti nos has creado, e intranquilo está nuestro corazón hasta que descanse en Ti.” El Rey David sabía esto. Por eso, también dijo: “Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas.”
Jonathan Edwards declara: “Dios es el bien supremo de la criatura sensata, y el gozo en Él es la única alegría que puede satisfacer nuestras almas. Ir al cielo para gozarse en Dios, es infinitamente mejor que las cosas más agradables aquí. Padres y madres, esposos, esposas, hijos, o la comunión con amigos terrenales, solamente son sombras. El gozo en Dios es lo esencial. Todo eso son sólo fulgores aislados, pero Dios es el Sol. Son sólo riachuelos, pero Dios es la fuente. Son solamente gotas, pero Dios es el océano.”
La palabra profética muestra que somos peregrinos en este mundo, extranjeros en una tierra extraña, sin derecho a ciudadanía, sin una ciudad de permanencia, sino de camino a la ciudad futura permanente del cielo. Eso es lo que, en definitiva, nos recuerdan todas nuestras añoranzas e insatisfacciones en nuestro corazón. Cada ser humano – lo perciba conscientemente o no – añora ese mundo perfecto del cual fue creado, y a Dios por quien fue creado. Y si Lo buscamos a Él y a Su reino, Él tampoco se avergonzará de ser llamado Dios nuestro, como lo expresa la carta a los Hebreos (cp. 11:13 al 16).
Detrás de las exclamaciones bíblicas “Maranata”, “Venga Tu reino”, y “Ven, Señor Jesús”, se encuentra la eternidad en nuestro corazón, la añoranza del regreso de Dios y de Su paraíso, el anhelo de la resurrección y la restauración de todas las cosas, el deseo de la fuente de la vida. Por eso, dentro nuestro suspiramos (como dice 2 Co. 5:2 al 4), y por eso suspira la creación entera con nosotros (Ro. 8:22) – hasta que Jesucristo venga otra vez, trayendo consigo el paraíso restaurado.
La palabra profética de la Biblia nos habla de que sólo encontramos el sentido de nuestra vida cuando creemos en Jesucristo, porque Él es el único que puede librarnos de nuestros pecados y que puede hacernos aptos para la restauración del paraíso (perdido).
“El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve”, así nos dice Ap. 22:20. Y nosotros a eso sólo podemos decir: “¡Amén; sí, ven, Señor Jesús!”