Iglesia hoy, ¿aún contra la corriente? (2ª parte)
4 abril, 2018La pequeña niña y su gran mensaje (2ª parte)
4 abril, 2018Autor: Norbert Lieth
El relato de la cura y transformación del general sirio Naamán (2º Reyes 5), tiene varias enseñanzas para los lectores: Cómo Dios obra a través de lo débil y lo pequeño, la importancia de la humildad y el compromiso con el Señor, señales proféticas, amor a los enemigos, testimonio, y más. Un relato rico en ejemplos, algunos para imitar, otros para evitar.
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PE2359 – Estudio Bíblico
La pequeña niña y su gran mensaje (1ª parte)
El relato que leemos en el segundo libro de Reyes, capítulo 5, sucedió hace más o menos 2.700 años, sin embargo, permanece siendo impactante para nosotros cuando lo leemos hoy, más todavía tomando en cuenta lo que dijo Jesús en Lucas 4:27: “Y muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio.” Cuán grande fue la misericordia de Dios con un general del ejército de uno de los enemigos más acérrimos del pueblo de Israel. Pero, ¿quién fue el instrumento útil en la mano del Señor? Una niña cuyo nombre no conocemos.
Al leer este capítulo, encontramos varios puntos, los cuales vamos a analizar a continuación.
El primero, es que Dios hace grandes cosas a través de lo pequeño.
2 Reyes 5:1 al 3, dice así: “Naamán, general del ejército del rey de Siria, era varón grande delante de su señor, y lo tenía en alta estima, porque por medio de él había dado Jehová salvación a Siria. Era este hombre valeroso en extremo, pero leproso. Y de Siria habían salido bandas armadas, y habían llevado cautiva de la tierra de Israel a una muchacha, la cual servía a la mujer de Naamán. Esta dijo a su señora: Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra”.
Al leer esos versículos, nos encontramos con dos personajes que son diametralmente opuestos.
Vemos, por un lado, al poderoso, valiente y exitoso general del rey de Siria. Él era considerado como un héroe en su país. Sin embargo, todos sus actos heroicos y todas las glorias enumeradas, no podían sobreponerse a su verdadero estado: él era leproso, y por eso estaba amenazado de muerte. Su poderío exterior no podía triunfar sobre la impotencia de su desesperante situación.
A Naamán se le podría comparar con el mundo. Humanamente hablando, tenía todo lo que quería. Era rico, poderoso, honrado y reconocido ante la sociedad, pero leproso, es decir, condenado a una muerte prematura.
Por otro lado, vemos a una joven niña desvalida, que había sido raptada de Israel y ahora se encontraba en esclavitud entre los sirios. Sin embargo, el gran poder de Dios se hace visible a través de ella, por medio de su sencilla indicación. A ella la podríamos comparar con la Iglesia. Aunque su fuerza era pequeña, ella conocía al Dios Todopoderoso y fue un instrumento útil en Su mano para gloria de Su nombre.
Ella no dio una disertación teológica muy elaborada, sino únicamente una simple indicación y un breve, pero convincente, testimonio.
Dios valora lo pequeño e insignificante.
Si observamos la Biblia y su testimonio, vemos que es un principio de Dios el obrar grandes cosas a través de lo pequeño e insignificante.
Génesis 1:16, por ejemplo, dice que Dios hizo una pequeña lumbrera para que gobierne la noche.
Fue expresamente una diminuta ciudad, en la que Lot pudo refugiarse ante la destrucción de Sodoma y Gomora para salvar su vida (según Génesis 19:20). Esa ciudad se llamaba Zoar, que significa: pequeña.
El maná dado a Israel en el desierto, era tan pequeño como copos de nieve (así dice Éxodo 16:14), y sin embargo, con él, el Señor mantuvo a un pueblo de millones de personas, durante 40 años. Pensemos que para cada día se necesitaban aproximadamente 20 vagones de carga, llenos de maná, para alimentar a ese pueblo.
Israel es la más pequeña entre todas las naciones, como está escrito en Deuteronomio 7:7: “No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos”, pero es el pueblo que Dios eligió para traer la salvación a todos los demás.
Belén se consideraba la más pequeña entre todas las localidades de Judá, pero justamente, allí, debía nacer el Señor ante el cual un día todos los pueblos tendrán que doblar sus rodillas (según Mateo 2:6).
Así que, la gran salvación del mundo comenzó muy insignificantemente en un establo de Belén.
La semilla de mostaza que es la semilla más pequeña, se convierte en el símbolo de la fe más grande (en Mateo 17:20).
La “j” es la letra más pequeña del alfabeto hebreo, y con esa letra tan pequeña comienza el nombre de Jesús, el nombre que es sobre todo nombre. Y también Jerusalén, la más grande e importante ciudad de la historia de la salvación, comienza con una “j”.
Dice en 1 Cor. 1:7 que: “lo débil del mundo lo escogió Dios”.
Y, al respecto, Apocalipsis 3:8 dice de la iglesia de Filadelfia: “Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre”.
¿Qué aprendemos de todo esto? Todo ese contexto nos enseña que el Señor en Su actuar no necesita de grandezas humanas, de capacidades, o de gente muy estudiada. Él nos deja claro que el Señor Todopoderoso puede usar a cualquiera en Su reino. En primera instancia, Él no usa en esta ocasión a un profeta o a un gran “varón de Dios”, tampoco a un erudito, sino a una simple muchacha que cree de todo corazón en el Dios de Israel.
Esa jovencita, a través de toda su personalidad, es una indicación que señala hacia el gran Dios y Su salvación (Jesús). Sería bueno preguntarnos: ¿También lo hacemos nosotros?
Tenga presente que en el reino de Dios no existe el “nada”. Él también lo usa a usted, aun cuando se sienta a veces prisionero, indigno y débil, y tenga miedo de hacer cualquier cosa.
Vemos aquí que el Espíritu Santo puede obrar grandes y portentosas cosas a través de una pequeña indicación.
En otro pasaje, la Biblia nos dice que no despreciemos los comienzos insignificantes: “No desprecies este humilde comienzo” (leemos en Zacarías 4:10, versión Biblia al Día). Esa niña sólo dio una indicación muy simple; pero ese comienzo muy pequeño fue el inicio de un gran milagro y de una historia revolucionaria. Esa pequeña indicación formó parte del gran milagro que Dios operó, al igual que el mensaje del profeta Eliseo a Naamán de lavarse siete veces en el Jordán.
Nos maravillamos de este tremendo milagro, y quizás pasamos por alto que todo comenzó con la afirmación de la niña: “Ojalá el amo fuera a ver al profeta que hay en Samaria, porque él lo sanaría de su lepra”.
Dios usa de la misma manera lo pequeño e insignificante como lo grande y poderoso. Lo que está delante y detrás de los bastidores tiene la misma importancia para el obrar de Dios, ambos se encuentran a Su servicio.
Esta joven niña, desconocida, sin nombre, insignificante y prisionera es usada como un instrumento, de la misma manera que el grande, conocido y poderoso profeta Eliseo que vivía en libertad.
Nosotros podemos gloriarnos en nuestras debilidades, como lo hizo Pablo, porque cuando somos débiles, entonces Él es fuerte. Como lo dice en 2 Corintios 12:9: “Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo”.
Esta joven —quizás una débil niña— fue grande y fuerte porque sabía en quién creía. Su mensaje dice: “No importa dónde te encuentres y cómo te sientes; deja que Él, quien es el Todopoderoso sobre el cielo y la tierra, obre en tu corazón.”
El segundo punto a analizar es: Una verdad espiritual esencial.
Ella nos dice que no es la gloria, ni el poder, ni el dinero lo que nos trae la paz, sino un corazón conectado con Jesús. Ella nos enseña que un hombre puede poseer exteriormente todo: riqueza, éxito, gloria, reconocimiento, títulos, y, sin embargo, permanecer siendo un vil pecador, marcado por el pecado y la muerte.
Porque: ¿Quién era Naamán?
Ella nos dice: “¡Miren a Naamán!” Miren, él posee un nombre, él es conocido, famoso y un ejemplo para muchos. Escucho cómo la gente lo menciona en sus conversaciones, cómo hablan de sus actos heroicos, como tiene entrada y salida franca delante del rey, más bien es un amigo personal del rey. Veo cómo los niños juegan en el jardín y le imitan, todos quieren ser el gran general que siempre regresa victorioso de las batallas. Pero, también veo que, a pesar de todo su poderío y grandeza, y de toda la honra que posee, y a pesar de toda riqueza que su posición le ha otorgado, él es un hombre infeliz, pobre y perdido, marcado por la lepra.
Quizás por un tiempo pudo esconder y cubrir su lepra con costosos vestidos. Pero cuando estaba solo, cuando se desvestía de noche, y se colocaba delante del espejo, ahí era plenamente consciente de su terrible condición. Y cada día se ponía peor, la lepra se expandía, lo marcaba cada vez más, y era más visible, y, a pesar de toda búsqueda, no había cura.
Cuántas noches intranquilas habrá pasado, en qué lugares no habrá buscado ayuda, pero no la halló. Él estaba desconsolado y permanecería desconsolado hasta la muerte. A pesar de sus muchas victorias militares, él estaba del lado de los perdedores.
Cuántos personajes célebres de nuestro tiempo están marcados por el pecado y son muy pobres en su corazón. Cuántos poseen un gran nombre que es honrado y conocido. Ellos son representantes del éxito y de la victoria, del prestigio y la confianza, se los toma como ídolos y muchos quisieran ser como ellos. Sin embargo, ellos se encuentran del lado de los perdedores, y, juntamente con ellos, muchos otros.
La figura de nuestro mundo se asemeja al hombre que se goza con los mayores y mejores bienes de este mundo, y, a pesar de todo, está y permanece estando mortalmente enfermo. En Lucas 9:25, Jesús lo dijo muy bien: “Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo?”.
En contraposición aparece la niña, sin nombre, sin patria, prisionera, esclava, lejos de su familia, pero convencida de cuál era el camino para la salvación de Naamán: el Dios de Israel.