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Autor: Norbert Lieth

La Palabra advierte en varias oportunidades sobre el amor y apego a las riquezas. En este programa veremos que si bien no es malo poseer riquezas, sí es necesario tener contentamiento en el Señor y no dejar que nuestro corazón se desvíe tras ellas.


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PE2754- Estudio Bíblico
La primera carta a Timoteo (20ª parte)



El trato con las riquezas

En 1 Timoteo 6:17-19 leemos: A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna”.

Debemos aclarar que no está prohibido ser rico. El versículo no dice: “Exhorta a los ricos del presente siglo que ya no sean ricos…”. Sin embargo, la Biblia enseña que la riqueza puede ser peligrosa, por eso los ricos son exhortados a observar correctamente las prioridades espirituales. Proverbios 3:9 dice: Honra al Señor con tus riquezas y con lo mejor de todo lo que produces. En nuestra escala de valores, y delante de nuestra cultura, somos “ricos.” Hoy podemos alcanzar cosas que, en el pasado, eran imposibles. Es por eso que, al mismo tiempo, corremos el riesgo de depositar nuestra confianza en esas cosas, en vez de en el Dios vivo. Por esta razón, los versículos nos llaman a la plena confianza en la Persona de nuestro Señor Jesucristo. Vale la pena confiar totalmente en este Dios descrito en los versículos vistos anteriormente, y seguir únicamente Sus preceptos, pues, muchas veces, es apenas en el lecho de muerte que se logra evaluar el real grado de riqueza de una persona.

La era en que vivimos ciertamente pasará, sin embargo, quien cumple con la voluntad de Dios permanece eternamente. El estado actual está en contraste con el estado futuro. Y como el estado actual desaparecerá, vale la pena vivir con vistas al futuro que permanecerá, actuando y viviendo en el sentido de alcanzarlo.

1 Juan 2:15-17 dice: No amen a este mundo ni las cosas que les ofrece, porque cuando aman al mundo no tienen el amor del Padre en ustedes. Pues el mundo solo ofrece un intenso deseo por el placer físico, un deseo insaciable por todo lo que vemos, y el orgullo de nuestros logros y posesiones. Nada de eso proviene del Padre, sino que viene del mundo; y este mundo se acaba junto con todo lo que la gente tanto desea; pero el que hace lo que a Dios le agrada vivirá para siempre. La postura de Moisés nos es presentada como modelo espiritual correcto y como testimonio en Hebreos 11:25-26 dice que: Prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los placeres momentáneos del pecado. Consideró que era mejor sufrir por causa de Cristo que poseer los tesoros de Egipto, pues tenía la mirada puesta en la gran recompensa que recibiría”. Puede parecer un tanto piadoso, pero la verdad es que las cosas materiales nunca podrán darnos algo similar a lo que Dios –la fuente de vida y de alegría– nos puede dar.

Un estudio británico de la Universidad de Warwick, dirigido por Chris Boyce, concluyó que la riqueza en sí no garantiza la satisfacción de una persona. Ser más rico que las personas en su entorno, por otro lado, la hace sentirse bien. De acuerdo con la investigación, el dinero trae felicidad solamente cuando se posee más que los amigos, vecinos y compañeros. “Pareciera que el salario de un millón al año no traería felicidad a una persona, mientras sabe que sus amigos ganan dos millones por año,” dice el director de la investigación. En ese estudio, por siete años fueron comparados datos de ganancias y de la satisfacción de los británicos.

En contraste al estado permanente de Dios, todas las cosas materiales son pasajeras. Debemos mantener constantemente delante de nuestros ojos el hecho de que Dios nos proporciona mayor seguridad de la que el mundo nos puede ofrecer. El Dios vivo e inmortal está muy por encima de todo lo que es mortal, pasajero, y perecible. Ciertamente, no es sin razón que la Biblia hace tanto énfasis y determinación que Dios es un Dios vivo. Eso nos dice que el Señor está despierto y atento, y que constantemente ve nuestras necesidades, con el fin de actuar e interferir a Su tiempo. A pesar de que todo a nuestro alrededor desaparezca, Dios permanece siendo Él. Salmos 121:2-4 dice: ¡Mi ayuda viene del Señor, quien hizo el cielo y la tierra! Él no permitirá que tropieces; el que te cuida no se dormirá. En efecto, el que cuida a Israel nunca duerme ni se adormece.

Ese Dios realmente no es mezquino. No nos da solamente lo imprescindible, para que podamos sobrevivir, sino nos da todo en abundancia. Leemos en Efesios. 3:20: Y ahora, que toda la gloria sea para Dios, quien puede lograr mucho más de lo que pudiéramos pedir o incluso imaginar mediante su gran poder, que actúa en nosotros. Esa afirmación también puede ser entendida como un golpe contra el escepticismo. No necesitamos privarnos de todo, sino podemos aprovechar aquello que el Señor nos da, con gratitud, humildad, y en Su dependencia, pues Él, según Santiago 1:17 es el Dador de todo lo que es bueno y perfecto es un regalo que desciende a nosotros de parte de Dios nuestro Padre, quien creó todas las luces de los cielos. Él nunca cambia ni varía como una sombra en movimiento.

Hay un placer pecaminoso, orientado únicamente por la carne, lo que Dios descarta. Sin embargo, hay un placer que acepta con gratitud, que aprovecha lo que Dios ofrece, tanto en relación a los dones materiales como a los dones espirituales. Precisamente los más acaudalados corren el riesgo de abandonar su confianza en Dios, y de construir sobre sus propias posibilidades. Por eso son exhortados contra el orgullo en. La persona rica puede estar tentada a enorgullecerse de su riqueza, y atribuirla a su propia capacidad. En vez de eso, como todas las demás personas, cada una de acuerdo a sus posibilidades, debe hacer el bien, ser rico en buenas obras, ser generoso y estar dispuesto a compartir con otros.

¿Qué buena acción puedo hacer hoy? Esa debería ser nuestra preocupación constante. Ser rico en buenas obras y no hacer apenas lo necesario. De la misma manera como podemos perseguir a la riqueza, así deberíamos también perseguir las buenas acciones. Ser generoso es lo contrario de ser avaro, y egoísta. Deberíamos estar dispuestos a compartir con los demás y no pensar solamente en nosotros mismos, sino tener la disposición básica de abrir mano de lo que tenemos. En ese sentido, la Iglesia Primitiva nos sirve como ejemplo:

Hechos 4:32-35 relata que: Todos los creyentes estaban unidos de corazón y en espíritu. Consideraban que sus posesiones no eran propias, así que compartían todo lo que tenían. Los apóstoles daban testimonio con poder de la resurrección del Señor Jesús y la gran bendición de Dios estaba sobre todos ellos. No había necesitados entre ellos, porque los que tenían terrenos o casas los vendían y llevaban el dinero a los apóstoles para que ellos lo dieran a los que pasaban necesidad.

¿Tal vez sea la falta de acción del Espíritu Santo entre nosotros que haya suprimido nuestra disposición de compartir? ¿La mentalidad de equipo, la cooperación mutua? Se dice que el lema de la vida de John Wesley era: “Haga todo el bien que pueda, con todos los medios a su disposición, de todas las maneras como pueda, en todo tiempo que lo puedas hacer, a todas las personas que puedas, mientras lo puedas hacer.” 1 Timoteo 6:19 remarca: De esa manera, al hacer esto, acumularán su tesoro como un buen fundamento para el futuro, a fin de poder experimentar lo que es la vida verdadera”. El versículo 12 dice, Aférrate a la vida eterna a la que Dios te llamó” debemos apoderarnos y aplicar en la práctica todo lo que ya recibimos, en la condición de personas renacidas, esto es, que ya poseen la vida eterna.

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