Las Estaciones de la Vida (3ª parte)

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Autor: Norbert Lieth

A partir de nuestra conversión, también nosotros los cristianos nos encontramos en un viaje espiritual, y pasamos por el desierto de este mundo hasta llegar a la meta, que es nuestra tierra prometida celestial. Hasta entonces también nosotros pasamos cada uno por una generación y pasamos diversas estaciones que han sido fijadas por Dios. En esta serie de mensajes queremos comparar algunas estaciones de Israel con las nuestras. Después de todo, la Biblia dice justamente sobre el peregrinaje de Israel por el desierto: “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos”.


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PE2347 – Estudio Bíblico
“Las Estaciones de la Vida” (3ª parte)



Bienvenidos amigos! Qué gusto estar nuevamente con ustedes! La quinta estación se titula: El Dios de la profecía

Recordemos que: Números 33, hace una lista de 40 lugares entre la salida de Ramsés y la llegada a la llanura de Moab 40 años más tarde. Y en esta serie, comparamos algunas estaciones del peregrinaje de Israel por el desierto con las nuestras. Después de todo, la Biblia dice en 1ª Corintios 10:11, justamente con respecto al tiempo del peregrinaje por el desierto: “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos”.

El versículo 9 de Números 33, relata lo siguiente: “Salieron de Mara y vinieron a Elim, donde había doce fuentes de aguas, y setenta palmeras; y acamparon allí.”

Elim fue una escala en el camino a la promesa, un goce anticipado de la meta final de la historia de la salvación, un estímulo en el camino.

Proféticamente, la pasada por el Mar rojo y todo lo que está conectado con eso, representa la liberación de Israel de Egipto. El madero de Mara, como hemos visto, representa la liberación a través de la cruz del Señor Jesús. Y Elim, el lugar de esparcimiento, representa el venidero reino mesiánico. Esos son los tres grandes pilares de la historia de la salvación de Dios con Israel.

Elim significa “árboles”. En ese lugar, había doce fuentes de agua y 70 palmeras. Con respecto al futuro reinado del Señor Jesucristo, dice en el Antiguo Testamento, en Ezequiel 47:1 y 12: “Me hizo volver luego a la entrada de la casa; y he aquí aguas que salían de debajo del umbral de la casa hacia el oriente; porque la fachada de la casa estaba al oriente, y las aguas descendían de debajo, hacia el lado derecho de la casa, al sur del altar… Y junto al río, en la ribera, a uno y otro lado, crecerá toda clase de árboles frutales; sus hojas nunca caerán, ni faltará su fruto. A su tiempo madurará, porque sus aguas salen del santuario; y su fruto será para comer, y su hoja para medicina”.

El paralelo y el cumplimiento total lo encontramos en el Nuevo Testamento, en Apocalipsis 22:1 y 2: “Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones”.

Los “todo tipo de árboles” en Ezequiel son resumidos en un solo árbol, mencionado en Apocalipsis. Todo desemboca en el árbol de la vida – que es Jesucristo mismo. En Él se reúnen todos los ejemplos, todas las promesas, todas las profecías, todos los tronos y dominios („todo fue creado por medio de él y para él… y todas las cosas en él subsisten, como dice Colosenses 1:15 al 17).

La madera redentora que ayudó a Israel en Mara (amargura), simboliza la cruz. ¡Ése es el fundamento de la salvación – Jesucristo! Las doce fuentes de agua son una imagen de las doce tribus de Israel. “La salvación viene de los judíos” (dice Juan 4:22).

Las 70 palmeras crecen a orillas y gracias a las doce fuentes. Eso señala a la iglesia de entre las naciones, que es bendecida a través de Israel y llevada a la redención del Señor Jesús y Su reino. Los gentiles son los beneficiarios. Las palmeras son el símbolo de la justicia. Ellas crecen derechas y llegan a ser muy altas. Del mismo modo, en el reino de mil años, el mundo entero de las naciones será llevado bajo la bendición del gobierno mesiánico.

El objetivo de nuestro peregrinaje es la Jerusalén eterna y celestial, que un día bajará a la nueva tierra. Esto es el cumplimiento de toda la profecía bíblica, que es lo que nos quiere indicar esta escala en el camino. ¿En qué sentido? Así como Elim no era la meta final de los israelitas, tampoco lo será el reino de mil años para nosotros, cuando Jesucristo regrese.

Pedro explica, en su segunda carta, capítulo 3, versículos 11 al 14, de qué se trata esto: “Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz”.

La venida del día de Dios es el cumplimiento definitivo de toda la profecía bíblica y de la historia de la salvación. Hoy vivimos en el día de la salvación (según 2 Corintios 6:2). Paralelamente, transcurre el día del hombre (del cual habla 1 Corintios 4:3). A eso le sigue el día de la redención, refiriéndose a la transformación de nuestro cuerpo durante la resurrección (mencionada en Efesios 1:14; y 4:30). Esto sucede paralelamente al arrebatamiento de la iglesia, en el día de Cristo (del cual leemos en 1 Corintios 1:8; y 5:5; en 2 Corintios 1:14; y en Filipenses 1:6 y 10). Después de esto, viene el día del Señor, al que pertenece el Apocalipsis, la segunda venida del Señor Jesús en gloria y el reino mesiánico de mil años en esta tierra. Y, finalmente, viene el día de Dios, que es la transición al día de la eternidad, en el cual habrá un nuevo cielo y una nueva tierra (el cual se menciona en 2 Pedro 3:18; y en 1 Corintios 15:24).

A este día de Dios, debemos esperarlo y apresurarnos hacia él, es decir, al cumplimiento de toda la profecía bíblica, la conclusión de la historia de la salvación y de todos los decretos de Dios. Dice “esperando” y “apresurándonos al encuentro”, otras traducciones hablan de “aspirar” y “apresurar”. Nosotros no podemos apresurar el día de Dios, porque éste llegará después del reino mesiánico. El significado, según mi parecer, es que debemos esperar ese día con pasión. Debemos tenerlo siempre delante de nosotros e incluirlo en nuestra vida práctica. Debemos vivir y trabajar, de tal modo como si el día de la eternidad y de Dios comenzara hoy. Debemos orar por eso, hablar de eso, y obrar según eso. Debemos vivir para la eternidad.
Tal como, a pesar de todos los esparcimientos en Elim, la “tierra prometida” era la meta final de los israelitas, así también para nosotros, a pesar de todos los esparcimientos en el camino, nuestra meta final, nuestra “tierra prometida”, es la Jerusalén celestial en el día de la eternidad.

Y llegamos a la sexta estación, ésta se titula:
Una imagen de nuestro Dios trino

En Números 33:14 dice: “Salieron de Alús y acamparon en Refidim, donde el pueblo no tuvo aguas para beber.”

Nuevamente el pueblo altercó con Moisés, con Aarón y con Dios, porque no tenían nada para tomar (así leemos en Números 17:2). Moisés, a causa de esto, hizo lo único correcto. Cuando todos altercaban, él oraba a Dios (dice el versículo 4). Y el Señor contestó, con las palabras que encontramos en Éxodo 17:6: “He aquí que yo estaré delante de ti allí sobre la peña en Horeb; y golpearás la peña, y saldrán de ella aguas, y beberá el pueblo. Y Moisés lo hizo así en presencia de los ancianos de Israel”.

Dios estaba sobre la roca, Moisés debía golpear la roca y entonces saldría agua de la misma. En ese evento vemos una maravillosa imagen de la trinidad de nuestro Dios (la cual también se menciona en Mateo 28:18 y 19). El Nuevo Testamento nos revela, también, que esa roca es Jesucristo: “… y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo” (nos dice 1 Corintios 10:4).

Si Dios estaba parado sobre la roca, y Moisés debía golpear la roca, entonces en cierto sentido Yahvé mismo era golpeado. Al leer esto pensamos en la profunda verdad de la cruz, expresada en 2 Corintios 5:19: “Que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación…”

A eso se agrega que, en esa oportunidad, salió agua de la roca. En eso podemos ver una imagen del Espíritu Santo. No en vano, como leemos en Juan 7:37 al 39, el Señor Jesús dijo: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado”.

La imagen que representa la trinidad de nuestro Dios, en ese episodio se presenta de la siguiente manera:

  • Sobre la roca está YAHVÉ.
  • La roca es CRISTO.
  • De la roca fluye agua (el ESPÍRITU SANTO).

Dios el Padre, Dios el Hijo, Dios el Espíritu Santo – todo una roca.

Ésta es una imagen dada para fortalecernos personalmente. Nuestro Señor es nuestra roca, y lo es en forma triple. Cuando oramos a Él y buscamos refugio en Él, significa, por ejemplo, lo que Fred Sanders escribió en su libro sobre la trinidad: “Dios el Padre sabe lo que necesitamos antes de que lo pidamos (Mateo 6:8); Dios el Hijo es un sumo sacerdote, que tiene compasión de nuestras debilidades y nos franquea el poder acercarnos al trono de la gracia (Hebreos 4:15 y 16); y Dios el Espíritu sabe cómo debemos orar, aun cuando nosotros no lo sabemos, intercediendo por nosotros con gemidos indecibles (Romanos 8:26).”

Y Thomas Steagald dice en su libro “El viaje de cada discípulo: Siguiendo a Jesús hacia una fe enfocada en Dios”: “Padre, Hijo y Espíritu Santo nos hacen recordar, que siempre hay más de Dios de lo que nosotros podemos saber, siempre más de Dios de lo que podemos explicar, siempre más de Dios de los que podemos mostrar. La Trinidad dice que Dios no está en una caja, sino que es más grande, mucho más grande de lo que nosotros podemos imaginar”.

Y concluimos con las maravillosas palabras de Efesios 3:20 y 21: “Y a Aquél que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén”.

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