Autor: Wim Malgo
Dios no decepcionará al que espera de corazón en Él, al contrario. En el Salmo 40 encontramos una maravillosa imagen de lo que hace Dios cuando clamamos a Él: se inclina hacia nosotros para escucharnos y luego actúa para nuestra salvación y restauración.
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PE3090 – Lo que Dios hace para los que esperan en Él
En el Salmo 40 encontramos un testimonio personal muy alentador de David. Allí dice, en los primeros versículos:
“Esperé pacientemente al SEÑOR, y Él se inclinó a mí y oyó mi clamor. Me sacó del hoyo de la destrucción, del lodo cenagoso; asentó mis pies sobre una roca y afirmó mis pasos”.
Hoy vamos a meditar sobre lo que Dios hace para el que espera en Él, que busca Su presencia en oración cada día. Este Salmo comienza precisamente con las palabras: “Esperé pacientemente al SEÑOR…”. Déjame enfatizar que esta es la única fuente de fuerza para ti y para mí: esperar al Señor. En Isaías 40 leemos las conocidas palabras: “Pero los que esperan en el SEÑOR renovarán sus fuerzas…”.
El Salmo 40 nos describe de una manera sumamente gráfica lo que pasa cuando ponemos nuestra esperanza en el Señor: “Él se inclinó a mí”, leemos aquí. ¡Dios se inclina! Se inclina hasta muy abajo, hacia nosotros, pequeños seres humanos. El punto más bajo de Su inclinación lo vemos en Jesucristo crucificado en la colina del Gólgota. En Jesús, el Dios vivo y eterno bajó hasta las más hondas profundidades del abandono por el Padre. ¡Cuán grande es lo que expresan estas palabras, que son de trascendencia eterna!: “Esperé al SEÑOR, y Él se inclinó a mí”.
En el libro de Éxodo, encontramos otra demostración del conmovedor amor de Dios inclinándose hacia el hombre. Allí Dios le dice a Moisés:
“Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias, y he descendido para librarlos de mano de los egipcios” (RV60)
En aquel entonces, Dios intervino en la situación de su pueblo, que clamaba a Él. ¡Y lo hace también hoy! Él trae liberación, salvación y restauración a las vidas de los que claman a Él, que ponen su esperanza en Él.
Cree en el Señor Jesucristo; espera en Él, y Él se inclinará hacia ti.
Sigamos descubriendo en el Salmo 40 lo que Dios hace para los que esperan en Él. Pues no solamente dice que Dios se inclina al que clama a Él, sino que también oye: “… oyó mi clamor”. ¡Imagínate esto! El eterno y todopoderoso Creador de los cielos y de la tierra se inclina para acercar su oído al miserable que clama a Él, y lo oye. Este pensamiento es tan imponente y glorioso que no podemos seguir adelante sin detenernos aquí por un minuto.
En muchos pasajes, las Escrituras nos hablan del hecho de que Dios oye al que confía y espera en Él. Veamos algunos versículos más, que nos describen qué es lo que oye y cómo nos oye nuestro Señor:
Hemos leído que oye el clamor del que espera en Él. También en el Salmo 4, por ejemplo, David expresa su seguridad de que Dios lo escucha cuando clama a Él: “Sepan, pues, que el SEÑOR ha apartado al piadoso para sí; el SEÑOR oye cuando a Él clamo”. Según el diccionario de la Real Academia, el clamor es un grito que se pronuncia con fuerza o una voz suave que se elevan a Dios en momentos de aflicción. Pero podemos estar seguros de que Dios incluso oye el clamor silencioso del corazón, cuando un grito de angustia se eleva a Él de forma inaudible.
Dios no se cansa de escucharnos, al contrario. Él escucha con atención lo que expresamos. “Presta atención a mis súplicas, Rey mío y Dios mío, porque a ti yo oro”, dice David en el Salmo 5 (RV60). Cada una de mis palabras le interesa al Señor. También lo expresa el Salmo 17:6: “Oh Dios, a ti mi voz elevo, porque tú me contestas; préstame atención, escucha mis palabras” (DHH).
Él discierne también la intensidad y seriedad de mi ruego.
El mismo Salmo 5, que acabamos de citar, expresa esta seriedad. Lo primero que hace el salmista al despertarse, es presentarse ante Dios con la necesidad de su corazón: “De mañana escuchas mi voz; muy temprano te expongo mi caso, y quedo esperando tu respuesta”.
En el Salmo 6:9, David usa otra palabra muy fuerte, traducida como “ruego” o “súplica”, según la versión que se cite: “El SEÑOR ha escuchado mi súplica; el SEÑOR recibe mi oración”.
Pero hay más cosas que Dios oye y entiende cuando se inclina a mí:
Él ve mis lágrimas y conoce sus motivos; sabe si son lágrimas de autocompasión egoísta o si son expresión del dolor por mis propios pecados: “¡Apártense de mí, malhechores, que el Señor ha escuchado mis sollozos!”, dice David en el Salmo 6:8 (DHH).
A veces ni siquiera tenemos palabras para expresar nuestra angustia, pero el Señor escucha y entiende incluso nuestros gemidos. Leemos en el Salmo 34:17:
“Los justos gimen, y el Señor los escucha y los libra de todas sus angustias” (RVC).
Volvamos ahora a nuestro texto inicial, el Salmo 40. Vemos allí que Dios no solo se inclina y oye, sino que también responde, después de haber escuchado con toda atención: “Me sacó del hoyo de la destrucción, del lodo cenagoso; asentó mis pies sobre una roca y afirmó mis pasos”. Otra versión dice: “Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos” (RV60). Tenemos aquí una descripción de la salvación por Jesucristo. Pues además de describir su propia experiencia de liberación, David habla como profeta de la futura obra de redención en la cruz.
“…me hizo sacar del pozo de la desesperación”, testifica David. Cuando pones tu esperanza en Él, Dios te saca también a ti del pozo de las preocupaciones, de la tristeza, de la depresión, de la falta de fe o de la pereza espiritual… Lo puedes experimentar en este mismo momento.
Y cuando leemos que el Señor nos saca del “lodo cenagoso”, quiere decir que nos libera de la suciedad, de la impureza por el pecado, de este pantano de lodo sin fondo, en el cual nos íbamos a perder para siempre. La persona que, afligida por sus pecados, clama a Dios, experimentará el perdón y la liberación por la sangre de Jesús.
Pero Dios hace aún más maravillas, como nos cuenta David en la segunda parte del versículo 2:
“… asentó mis pies sobre una roca y afirmó mis pasos. Puso en mi boca un cántico nuevo, un canto de alabanza a nuestro Dios”.
Dios es para nosotros esta Roca eterna, que da firmeza y fundamento para la vida, y en la cual encontramos refugio y salvación. En el Salmo 31, David también nos habla de esta Roca:
“Inclina a mí tu oído”, dice allí, usando nuevamente esta hermosa imagen de Dios inclinándose hacia nosotros para oírnos. Y sigue:
“…líbrame pronto; sé tú mi roca fuerte, y fortaleza para salvarme.
Porque tú eres mi roca y mi castillo;
Por tu nombre me guiarás y me encaminarás”.
Te invito a detenerte un momento para buscar la presencia del Señor en oración y poner tu esperanza completamente en Él, tal como lo hizo David. Pues ¿qué nos dice Isaías 64:4? “Desde el principio del mundo, ningún oído ha escuchado, ni ojo ha visto a un Dios como tú, quien actúa a favor de los que esperan en él” (NTV).
Espera en el Señor. Él te ayudará. Su Palabra es digna de toda confianza, porque “recta es la palabra de Jehová; y toda su obra es hecha con fidelidad” (RV60).
¿Quieres acompañarme en esta oración?
“Padre, te agradecemos en el nombre de Jesús, de que tú eres un Dios tan maravilloso, que ayuda, que responde y que oye a los que esperan en él. Si entre mis oyentes hay alguien que todavía no ha experimentado la salvación por la fe en Jesucristo y su obra en la cruz, te pido que abras su corazón, que se deje sacar ahora por ti del pozo de la desesperación, del lodo profundo del pecado, y que pongas sus pies sobre la roca eterna, la roca de salvación.
Y que también cada uno de nosotros que somos tus hijos por la fe en Jesús, podamos esperar en ti con paciencia y confianza, dejándonos limpiar y santificar por tu Palabra. Sácanos de los pozos de preocupación, depresión o miedo; ayúdanos a dar nuevamente pasos firmes en la fe y llena nuestros corazones de gratitud y alabanza a ti. Amén”.