Lo que quedó en la tumba (1ª parte)


Autor: Esteban Beitze

En el relato de lo sucedido el domingo de resurrección, encontramos a las mujeres que se acercaron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús. Allí se llevaron la impresionante sorpresa, que la piedra que cerraba la tumba estaba corrida, la entrada abierta, pero el cuerpo de Jesús ya no estaba. Pero la tumba no quedó vacía.


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PE3101 – Lo que quedó en la tumba (1ª parte)



En el relato de lo sucedido el domingo de resurrección, encontramos a las mujeres que se acercaron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús. Allí se llevaron la impresionante sorpresa, que la piedra que cerraba la tumba estaba corrida, la entrada abierta, pero el cuerpo de Jesús ya no estaba. En su lugar encontraron a dos ángeles. Allí nos encontramos con una de las frases más gloriosas que se escucharon sobre esta tierra. Leemos en Lucas 24:5,6a: “5 y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? 6 No está aquí, sino que ha resucitado”.

No quiero profundizar en el hecho mismo de la resurrección, que obviamente, es el factor central de esta historia y también la base para nuestra salvación, la vida en plenitud y la consumación eterna. La resurrección de Cristo nos garantiza la entrada al eterno reposo. De hecho, es muy llamativo que un grupo de judíos cambiara su día de reposo (el sábado), para congregarse desde ahí en más el primer día de la semana. El hecho que llevaba a este cambio, tendría que será absolutamente extraordinario. La tumba vacía nos anticipa el descanso eterno.

El apóstol Pablo resalta la resurrección de Cristo como aspecto fundamental para la salvación. Como núcleo de la fe cristiana propone sólo 4 aspectos en 1Co.15:1-5:

  • Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras
  • y que fue sepultado
  • y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras
  • y que se apareció a Cefas, y después a los doce…”.

Por lo tanto, la salvación se basa en la muerte, sepultura, resurrección y aparición del Señor.

 

Los ángeles dijeron respecto del cuerpo del Señor: “No está aquí, sino que ha resucitado”. Suena muy fuerte este “No está aquí”. El cuerpo del Señor no estaba porque había resucitado con gran poder. Muchas veces solemos decir que la tumba de Cristo quedó vacía. Obviamente, estamos haciendo referencia al cuerpo de Jesús. Pero, en realidad, la tumba no quedó vacía. Por lo tanto, me gustaría enfocarme a lo que sí quedó en la tumba. También eso nos ayuda a ver lo grandiosa que es la obra del Señor y lo que esto implica para nosotros

 

  1. QUEDARON LOS LIENZOS

Por Juan 19:38-40 sabemos que el cuerpo de Jesús fue bajado de la cruz, entregado a José de Arimatea, el cual junto a Nicodemo: “40 Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús, y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas, según es costumbre sepultar entre los judíos”.

Los lienzos, unas sábanas que envolvían al cuerpo del cadáver, hacían de él una especie de envoltura que lo inmovilizaba completamente facilitando su traslado a su última morada. Pero en el caso de una posible vuelta a la vida, estos mismos lienzos actuarían como una atadura insuperable. Recordemos que cuando Jesús resucitó a Lázaro, lo llamó fuera de la tumba, lo que pudo hacer, quizás a los saltitos o arrastrando los pies por centímetros por lo que Jesús les tuvo que dar una orden muy peculiar. Leemos en Juan 11:44: “Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadle, y dejadle ir”. Lázaro no podía desprenderse por sí mismo de estas ataduras, ni siquiera se pudo sacudir el sudario.

 

En el caso de los lienzos usados para envolver el cuerpo del Señor, éstos se volvieron en un testimonio de la resurrección produciendo la fe y sirviendo de argumento apologético.

Cuando los soldados que custodiaban la tumba se recuperaron del hecho de haber sido testigos de la apertura de la tumba y desaparición del cuerpo, fueron a contar estos hechos a las autoridades. Estas les aconsejaron que difundieran la versión: “Sus discípulos vinieron de noche, y lo hurtaron, estando nosotros dormidos” (Mt.28:13). De ahí que surgió la teoría del robo del cuerpo de Jesús para negar la resurrección de Jesús. Pero esta teoría es deshecha justamente por los lienzos que quedaron en la tumba. El razonamiento es fácil. Cualquier ladrón que viniera para robar el cuerpo, tendría que actuar rápidamente, por lo que no se tomaría el tiempo de desenvolver el cadáver, y mucho menos dejar los lienzos en forma ordenada. Ni que hablar, si tenemos en cuenta que éstos se pegarían al cuerpo por fluidos corporales y el ungüento con el cual ungieron el cuerpo. Sería tremendamente desagradable e insumiría mucho tiempo la quita de estas envolturas al cuerpo.

Otra teoría que pone en duda la resurrección de Jesús es la teoría del desmayo. Supuestamente, Jesús sólo se desmayó en la cruz y luego se despertó en la tumba. Allí se levantó y se fue. Pero justamente, estas envolturas que lo ataban peor que a Lázaro, harían imposible que incluso una persona sana y fuerte se pudiera librar de ella, mucho menos una debilitada por la tortura y la gran pérdida de sangre. Si Lázaro no se podía liberar por sus propios medios de telas que le ataban manos y pies, mucho menos Jesús al que envolvieron completamente.

Además, fue justamente la posición de estos lienzos, como una pupa sin cuerpo que hicieron que Pedro volviera del sepulcro intentando interpretar racionalmente este hecho (Jn.20:6,7; Lc.24:12). El verbo “ver” de Juan 20:6, en el original es “theoreo”, lo que indica un análisis del hecho, buscando elaborar una teoría o una interpretación del hecho. En cambio, en Juan, la posición de estos lienzos de donde el cuerpo pareciera haberse evaporado, lo llevó a creer en la resurrección del Señor pues dice: “Entonces entró también el otro discípulo, que había venido primero al sepulcro; y vio, y creyó” (Jn.20:8). La palabra en el original para “ver” en este caso significa comprender completamente lo visto. Por lo tanto, Juan, al ver los lienzos puestos de esta forma, fue llevado a creer que se había llevado a cabo la resurrección de Jesús.

 

Por lo tanto, los lienzos sin el cuerpo son testigos fehacientes de la resurrección del Señor. Demuestran que todas las cadenas de la muerte han sido soltadas. La muerte no tiene poder para retener al creyente. Completamente impresionado por esta verdad, el apóstol Pablo exclama: “54 Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. 55 ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1Co.15:54,55). La muerte es descrita como el aguijón del escorpión. Pero una vez quitado el aguijón, aunque todavía pueda pellizcar con sus pinzas, ya no habrá peligro de vida alguno. Para el creyente, la muerte sólo puede “pellizcar”, pero ya no tiene dominio sobre él, porque tiene seguridad de vida eterna y resurrección corporal. ¡Qué dicha, qué seguridad que tenemos!

 

  1. QUEDÓ EL SUDARIO

Al igual que en el caso de Lázaro, al Señor le pusieron una tela envolviendo la cabeza – el sudario. Haciendo otra vez un paralelo con Lázaro, observamos que tuvieron que quitarle el sudario que envolvía la cabeza para que pudiera ver libremente. El sudario le impedía la visión de su entorno, de ver por donde caminaba y, sobre todo, de poder ver a Cristo.

Si pensamos que el sudario de Jesús quedara en la tumba, podemos trazar el paralelo de lo que sucede con una persona que ha creído en la obra de Cristo y se ha identificado con Su muerte y resurrección. Hay una nueva visión, una vista plena de la propia realidad, pero también una visión completamente nueva respecto de Cristo. Y ni que hablar, cuando ya en la gloria, podamos ver a Cristo de verdad. Ya Job anticipaba esta verdad al decir: “25 Yo sé que mi Redentor vive, Y al fin se levantará sobre el polvo; 26 Y después de deshecha esta mi piel, En mi carne he de ver a Dios; 27 Al cual veré por mí mismo, Y mis ojos lo verán, y no otro” (Job.19:25-27). Si Job ya podía anticipar esta verdad, ¡cuánto más nosotros, los que creímos en la obra de Cristo, podemos decir estas palabras!

Muchas veces intento imaginarme este momento, cuando por primera vez pueda ver de verdad a mi Salvador. ¡Qué será cuando pueda mirar estes ojos llenos de amor! ¡Qué será cuando mis ojos vean las marcas en sus manos, que me harán comprender en totalidad lo que significó Su muerte para mí! Quizás me suceda lo mismo que le pasó a María Magdalena, después de estar profundamente afligida por la desaparición del cuerpo de su Señor, y una confusión con un supuesto jardinero, cuando de repente, al escuchar su nombre de los labios de Jesús, comprendió que el que hablaba con ella frente a la tumba era el que buscaba. Ella lo abrazó impetuosamente. Justamente esto es lo que indican las palabras del Señor en Juan 20:17. Parafraseando le estaba diciendo: “No te aferres a mí. Todavía voy a estar un buen tiempo aquí, pero ahora es importante que le avises a los discípulos que yo he resucitado”.

¿Nos podemos imaginar lo que será ver a nuestro Señor cara a cara, ya sin velo, ya sin limitación de lo terrenal, humano ni pecaminoso? ¡Anhelo profundamente este momento! Como dice una canción: “Abre mis ojos, quiero ver a Cristo, poderle tocar, decirle te amo. Abre mi oír, ayúdame a oírte, abre mis ojos, quiero ver a Cristo”.

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