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Titulo: Malentendidos comunes 1 / 2

Autor: John Wilkinson 
Nº: PE954

 

El pecado de crucificar a Jesús fue muy grande, pero no fue el pecado de los judíos. El pecado de los judíos en aquel entonces como ahora, es el pecado de los gentiles también – el rechazar la salvación a través de la sangre, luego que la misma fue derramada. El rechazo de una salvación comprada a un precio infinitamente alto y ofrecida al pecador sin dinero y sin precio, lastima el corazón de Cristo más de lo que nos podemos imaginar.

 


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Malentendidos comunes 1 / 2

Estimado amigo, el tener prejuicios es algo cegador. Ya nos hemos puesto de acuerdo con esto en el caso de los judíos.

 

Los judíos tuvieron, y en gran forma aún tienen prejuicios contra Cristo y contra el cristianismo, y ese prejuicio enceguece.

 

Muchos cristianos también tienen aún prejuicios contra los judíos y están por lo tanto enceguecidos en la misma manera. Por consiguiente, en el caso de los judíos, las Escrituras que se relacionan con Jesucristo como Mesías son mal interpretadas en base a la ceguera del prejuicio, y en el caso de los cristianos, las Escrituras que se relacionan con los judíos son mal interpretadas en base a la misma influencia enceguecedora.

 

Es un error el suponer que elrechazo de la nación, el cual tan solo estemporal, y el cual tiene efecto en losintereses temporalestan solo, ha puesto en peligro la salvación individual. Se reafirma en Rom. 1:16, donde se declara que el evangelio es «poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente.» Entonces, si el rechazo de los judíos como nación no ha puesto en peligro su salvación individual, siempre ha sido y lo es ahora el deber imperativo de la iglesia cristiana el predicarles el evangelio. Si lo hubiera hecho desde los tiempos apostólicos, hubiera testificado los resultados apostólicos.

 

Mas allá, es un error el suponer que la culpa que los judíos llevan sobre sí por la crucifixión de Jesús impide su conversión. Cuán frecuentemente se han emitido duros pensamientos y palabras agresivas, aun por ministros cristianos y comentaristas cuando citan la maldición: «Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos.» Ahora, ya hemos admitido que sobrevino un juicio sobre lanacióncomo resultado del rechazo de Jesús como Mesías; y aún más debe ser admitido que cualquier individuo judío que rechace a Jesús como salvador muere necesariamente en sus pecados, porque Jesús dijo, «si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis.»

 

Más adelante, estimado amigo, él también le dijo a los «escribas y fariseos, hipócritas, vosotros también llenad la medida de vuestros padres para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías . De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación.»

 

Ahora, debe admitirse en base a los pasajes anteriores, que el rechazo y la crucifixión de Jesús no solo afectaron los intereses nacionales y temporales de los judíos, quitando a la nación fuera del territorio de Palestina y esparciéndola entre los gentiles durante «los tiempos de los gentiles,» sino que el rechazo deliberado de Jesús como salvador repercutió en los intereses espirituales y eternos de una multitud de individuos judíos de aquel entonces, así como la misma conducta repercute tanto en judíos como en gentiles hoy día. Pero cuando consideramos que decenas de miles de judíos de la misma generación se convirtieron genuinamente luego del rechazo y la crucifixión de Jesús, se justifica que se sostenga que los intereses espirituales y eternos del pueblo como un todo no repercutieron desfavorablemente por causa de la maldición «su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos.»

 

Querido amigo, en primer lugar la maldición «su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos» fue una oración perversa, ofrecida por gente perversa. ¿Qué dice Dios de tales oraciones? «El deseo de los impíos perecerá.» «El sacrificio de los impíos es abominación a Jehová.» Admitiendo de cualquier manera, que con el fin de dar una retribución Dios permite que las maldiciones caigan sobre las cabezas de la gente perversa, él no permite que sean ellos quienes determinen el fin espiritual y eternal de sus hijos.

 

Son muy pocos los que se preocupan en inquirir en la magnitud de la culpa que cae sobre los judíos por haber crucificado al Señor Jesús. Ellos crucificaron un hombre a sabiendas. Ellos crucificaron en forma consciente a un hombre inocente, porque el Señor pudo desafiar a la nación con las palabras: «¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?» Ellos crucificaron conscientemente no solo a un hombre, un hombre inocente, sino también un mensajero divino, porque su obra así lo testificaba. Pero ellos no crucificaron conscientemente «al Señor de gloria,» ya que se nos dice expresamente a través de Pablo que «hablamos sabiduría de Dios en misterio la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria.» Se debe recordar también que la oración de nuestro Señor en la cruz a favor de aquellos que le crucificaron se basó en la ignorancia de lo que hacían: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.» Ahora, esta fue una oración específica de nuestro bendito Señor para con su Padre a favor de sus asesinos, y tan solo hay dos alternativas, o fue contestada o no lo fue. Si no lo fue, el Padre no siempre le escuchó; y nuestro Señor dijo en otra ocasión, «Yo sabía que siempre me oyes.» Si fue contestada, entonces la respuesta neutralizó la maldición.

 

También es interesante analizar por qué el Señor emitió en voz alta esa oración en la cruz. El podría haber deseado o haber querido su perdón en silencio, y el Padre le hubiera escuchado y contestado de igual forma. Pero hay una pista en el contexto del pasaje mencionado anteriormente. Citémosle en su totalidad. «Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado.» Vemos que Jesús no tuvo un simple deseo en la tumba de Lázaro, sino que dijo o exclamó, para que aquellos que oían pudieran creer que él había sido enviado por Dios. ¿No nos ayuda esto a entender por qué Jesús oró en voz alta en la cruz? El sabía que con el transcurso de unos pocos días, bajo la influencia de Pentecostés, la ignorancia de algunos daría paso a la luz y a la convicción, y que, a menos que quienes le crucificaron se colgaran (como lo hizo Judas), se les recordaría que en la agonía de la muerte él oró «Padre, perdónalos.» Ellos fueron animados por consiguiente a buscar el perdón del pecado de crucificar a Jesús así como el perdón de cualquier otro pecado además de ese; y lo obtuvieron, porque cuando él perdona, lo hace abundantemente. El pecado de crucificar a Jesús fue muy grande, pero no fue el pecado de los judíos. El pecado de los judíos en aquel entonces como ahora, es el pecado de los gentiles también – el rechazar la salvación a través de la sangre, luego que la misma fue derramada. El rechazo de una salvación comprada a un precio infinitamente alto y ofrecida al pecador sin dinero y sin precio, lastima el corazón de Cristo más de lo que nos podemos imaginar.

 

Por lo tanto, consideramos que es un error el suponer que la maldición proferida 2000 años atrás, haya afectado desfavorablemente los intereses espirituales de millones de judíos en las generaciones subsiguientes.

 

Asimismo, es un error suponer que el orden divino «a los judíos primeramente» ha sido en algún momento anulado o revertido. «A los judíos primeramente» como individuos en esta dispensación, y como nación en la era milenial, ese es el plan de Dios; y el ser negligente con este orden ha originado resultados desastrosos. De hecho es probable que el descuido de este orden divino, un descuido culpable por parte de la iglesia de Cristo, sea la causa secundaria para culminar esta dispensación en corrupción y juicio. La iglesia debería haber tenido en cuenta este orden a lo largo de toda esta dispensación, pero ha fallado; el Señor mismo se encargará de que esto se solucione en su retorno para bendecir al mundo.

 

Es un error suponer que el velo que está en el corazón de los judíos es una ceguera judicial por haber rechazado a Jesús 2000 años atrás, y que el velo debe ser quitado para hacer la conversión posible. Porque ¿cómo podríamos reconciliar la doctrina de una ceguera judicial que cayó sobre la nación judía durante todos estos siglos por haber crucificado a Jesús, con el hecho de que miles y miles de judíos se convirtieron luego de la crucifixión, y que fue a través de la crucifixión misma que obtuvieron el perdón de sus pecados?

 

¿Qué han hecho los judíos como pueblo desde los tiempos apostólicos que hace que su conversión sea menos posible hoy día de lo que era en aquel entonces? Si ellos podían, y de hecho lo hicieron, convertirse por miles antes, ¿por qué no ahora? Dios dice, «Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.» Dios dice que para él no hay diferencia entre judío y gentil – que él puede y está dispuesto a salvar tanto al uno como al otro. ¿Puede la iglesia cristiana decir que no ha hecho diferencia en sus esfuerzos prácticos y de oración? La responsabilidad de los resultados de esa diferencia recae gravemente sobre la iglesia de Cristo de nuestros días.

 

Se podría admitir con confianza que la nación judía está desterrada porque así Dios lo ha establecido, caso contrario el pueblo no estaría fuera de Palestina, sino que estarían en casa en su propia tierra. Pero esta maldición afecta tan solo intereses temporales. Los intereses espirituales de los individuos judíos no han sido afectados necesariamente por el rechazo a nivel nacional y su dispersión. En cuanto a sus intereses espirituales como individuos, Pablo dice: «¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita.» No hay ningún velo que haya sido esparcido a todos los judíos en todas las épocas que afecte sus intereses espirituales debido a la conducta de sus antepasados hace veinte siglos.

 

Si existiese ese velo, la muerte de Cristo repercutiría, en el caso de los judíos al menos, en más destrucción que en salvación, e ilustraría la doctrina del rechazo incondicional en una forma escalofriante.

 

Sin embargo, la Escritura habla de velos. ¿Cómo se explica esto?

 

Hay cuatro velos en las mentes de los judíos, pero ninguno que interfiera con la doctrina de una perfecta igualdad entre el judío y el gentil en esta presente dispensación, como se expresa en Romanos 10:12. «Porque no hay diferencia entre judío y griego.» El primer velo es la ignorancia; el segundo es el prejuicio; el tercero es el que ha oscurecido y aún oscurece, el carácter típico de la economía levítica; y el cuarto es consecuencia de la incredulidad. Lo invitamos estimado amigo a que en el próximo programa, estudiemos

juntos estos cuatro velos.

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