La triste realidad de las caídas (4ª parte)
24 agosto, 2015Acostumbramiento al pecado (2ª parte)
24 agosto, 2015Autor: Esteban Beitze
Tu vida se convirtió en una farsa, en una pantalla. Tu conciencia te acusa. Tu vida está llena de amargura. ¿Habrá solución?
Si hemos caído ¿cuál es el camino para la restauración?
Encuentra las respuestas al escuchar este esperanzador mensaje, acerca de la triste realidad de las caídas!!
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PE2148 – Estudio Bíblico
Mirar la tentación sin salir (1ªparte)
Estimados amigos, después de los pasos hacia la caída, llegamos a la etapa de la asimilación o mimetización. Esto es cuando un animal, al encontrarse en peligro, adopta el color del lugar donde se encuentra para pasar inadvertido. El ejemplo clásico es el camaleón. Lo que el diablo más busca lograr en los hijos de Dios, es que se vayan asimilando al mundo. Quiere evitar, por todos los medios, que se diferencien claramente. Busca que ya no tomemos tan en serio el pecado.
Lamentablemente está teniendo demasiado éxito con esta práctica. Esto se nota en la música que escuchan algunos cristianos, los programas de televisión o películas que miran, páginas de Internet a las que acceden, ciertos lugares a los cuales concurren, las amistades con las cuales se juntan, las modas que siguen y en muchos aspectos más. Al hacer concesiones en estas y otras áreas, son aceptados por el mundo como uno de ellos y no tienen problemas. El miedo a las consecuencias, como la burla, el desprecio, los lleva a querer amoldarse. Pero, ésta es la reacción de un creyente carnal, falto de confianza en el Señor y que lo deshonra con su actuar.
El apóstol Pablo exhorta varias veces a una vida santa, esto es, de completa separación de la influencia de este sistema mundanal: «Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis por hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso» (nos dice en 2 Co. 6:17 y 18). Esta separación hasta incluye a hermanos que son carnales, como leemos en 2 Ts. 3:6: «Pero os ordenamos hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os apartéis de todo hermano que ande desordenadamente, y no según la enseñanza que recibisteis de nosotros». Evidentemente, Pablo comprendía la enorme influencia que recibimos del entorno donde nos movemos y con qué y quiénes nos relacionamos.
El conocido refrán: «Dime con quién andas, y te diré quién eres», también lo demuestra. Por lo tanto, nos deberíamos preguntar: ¿cuál es mi círculo de amistades? ¿Son creyentes? Y si son creyentes, ¿son los creyentes «light» o superficiales, que no toman muy en serio el pecado? ¿Son los que probablemente dicen: «No hay que ser tan fanático. Todo el mundo lo hace»? ¡Separémonos y no nos adaptemos a ellos!
Se cuenta la historia de un hombre que había comprado un canario que cantaba bellísimo. Durante todo el invierno lo mantuvo dentro de su casa deleitándose en su melodioso trinar. En el fondo de su casa había un ciprés que se llenaba siempre de gorriones. Al llegar la primavera, pensó que al canario también le gustaría la compañía de otros pájaros, por lo que sacó la jaula al jardín. Pronto, el canario estaba rodeado de decenas de ellos. Lo llamativo fue que al poco tiempo el canario, en lugar de cantar melodiosamente, chillaba igual que los gorriones. El dueño, asustado, quiso revertir la situación introduciéndolo otra vez en la casa, pero ya era demasiado tarde. El precioso canario ya sólo chillaba como los gorriones. La compañía que tuvo fue determinante para el cambio.
Para vencer la tentación hay que hacer una clara y definida división. Pedro mismo aprendió muy bien la lección. «Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo» (nos dice en 1 P. 1:14 al 16). La idea del verbo «no conformarse» viene de un molde. Cuando los niños juegan en la arena, usan moldecitos en los cuales ponen la arena húmeda, la aprietan, para luego darlos vuelta y desmoldar la figura. Lo que Pedro quiere decir es que no permitas que te encajen en el molde de este mundo, de este sistema. Pero, para esto, hay que salir del grupo que no conviene, de lo contrario la influencia a asimilarse será demasiado fuerte.
Uno de los peligros que corremos es: Mirar la tentación sin salir
Allí estaba Pedro, atrapado, enredado cada vez más. En el evangelio de Marcos, cap. 14, vs. 54, dice: “Pedro … se sentó con los guardias, y se calentaba junto al fuego”.
En lugar de salir corriendo, facilitó que la tentación se hiciera cada vez más fuerte y fatal. ¿Cómo está nuestra capacidad de salir de la tentación, por ejemplo frente a la TV? Estamos viendo una película y empiezan a tironearse la ropa. Ya suponemos lo que va a suceder, pero pensamos seguir un poco más con el propósito de cambiar de canal, pero al final ya no lo hacemos. ¿En qué lugares de Internet estás navegando? ¿Qué compañía te agrada? Una pregunta para los novios: ¿hasta dónde están yendo las caricias? ¿Dónde están tus límites, o los fueron corriendo a medida que pasaba el tiempo?
Por permitir ciertas influencias y/o compañías, tus valores quizás ya no sean los mismos. El seguir la corriente, fantasear, juguetear con el pecado, es fatal. La última y definitiva parte de la caída está por realizarse. Tanto en la tentación de Eva, de Sansón, así como en el caso del rey David, se quedaron jugueteando con el pecado. Las consecuencias están a la vista.
El diablo nos presenta la tentación de una forma hermosa y seductora. ¡No nos quedemos paralizados, como el pajarito frente a la mirada hipnotizante de la serpiente! Muchas veces pensamos que tenemos que resistir y pelear contra la tentación. Nos exponemos a ella y vemos hasta dónde alcanzan nuestras fuerzas. Resulta que siempre que actuamos de esta forma, caemos estrepitosamente. Es que la Biblia no nos enseña a luchar contra las tentaciones, sino a huir de las mismas: “Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor” (se nos exhorta en 2 Ti. 2:22).
Después, viene la etapa del: Miedo
Allí estaba Pedro, sentado entre los enemigos del Señor. ¿Se sentiría cómodo? Seguramente no. Nos podemos imaginar cómo empezó a latir de miedo el corazón de Pedro cuando la criada, que se había acercado, lo quedó mirando. Quizás intentó esconder su rostro en su capa, o apartarlo de la luz del fuego, pero ya era tarde. Lo había reconocido. Ella dijo: «éste estaba con él». El miedo fue en aumento. Otro más lo queda mirando, y luego dice: «Tú también eres de ellos». Ahora ya el pánico le estaba invadiendo al observar las miradas recelosas de los que lo acompañaban. Seguramente ya sentía mucho calor interior, y no precisamente por el fuego. Quizás sus mejillas se sonrojaban y un sudor frío le corría por la espalda. Cuando lo acusan reconociéndolo por su dialecto galileo, desesperado empieza a maldecir y a juramentar.
Ese miedo también lo sintieron Adán y Eva en el Edén después de pecar, y como consecuencia se escondieron de Dios. Este miedo también lo sintió David, e intentó camuflar su pecado de diferente forma, llegando a matar a un hombre.
¿Nunca temiste que te preguntaran tu opinión con respecto a un asunto donde requeriría que te des a conocer como cristiano?