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15 diciembre, 2024Navidad: No había lugar en el mesón (2ª parte)
22 diciembre, 2024Autor: Fredy Peter
El nacimiento de Jesús en un pesebre no fue un accidente trágico sino parte de un plan maravilloso que ya fue anunciado miles de años antes. ¿Qué vincula el nacimiento de Jesús con Benjamín o con David, o con Ruth?
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PX01_NAVIDAD_2024 – No había lugar en el mesón
“No había lugar para ellos en el mesón”, es una de las frases más conocidas de toda la historia de navidad. Esas palabras, sin embargo, no eran simplemente la reacción de un mesonero mal humorado, sino era parte del plan divino. Vamos o descubrir por qué el Pan de vida tuvo que nacer, justo bajo esas circunstancias, en un establo en Belén de Judá.
¿Quién conoce las circunstancias de su propio nacimiento? Quizás tus padres te hayan contado algunos datos interesantes acerca de tu nacimiento. El médico Lucas, quién fue un observador y escritor detallista, describe de forma compacta la primera navidad, uno de los acontecimiento más importantes de la historia de la humanidad.
El describe en el Evangelio según Lucas capítulo 2:6 la llegada de José y María a la ciudad de Belén y relata: “…aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento”. La pequeña palabra “allí” se refiere a Belén en los campos de Efrata, llenos de cereales bordeando el desierto de Juda. Allí, casi dos mil años antes había tenido lugar el difícil nacimiento del hijo menor del patriarca Jacob. Raquel su esposa había muerto durante el parto, pero no antes de poner a su hijo el nombre Benoni que significa “hijo de mis dolores”. Después Jacob cambió ese nombre por el nombre Benjamín, “hijo de mi mano derecha”. Siglos más tarde tuvo lugar allí en aquello campos la encantadora historia de amor y redención de Booz y Rut. Fue allí que David cuidaba y peleaba por sus ovejas y donde luego fue ungido rey. El nombre de David significa “el amado”. Y exactamente en ese lugar debía un día nacer el Rey de Reyes, el Redentor, el varón de dolores que vendría a ser “el hijo de mi mano derecha” al que su Padre celestial diría: “Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia” (Lucas 3:22).
Belén, en español “Casa del Pan”, era el lugar ideal para el nacimiento de Jesús, el Pan de Vida.
El ángel le había anunciado a María, estando todavía en Nazaret: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios”. Además, le había dicho el ángel acerca del hijo que nacería: “Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (Lc. 1:32-33). Setecientos años antes el profeta Miqueas ya había anunciado el lugar de nacimiento, diciendo: “tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad” (Mi. 5.2).
¿Cómo se habrá sentido María ante las magníficas promesas del ángel cuando comenzaron los dolores del parto justamente en un establo? María y José recibieron verdades maravillosas, pero Dios también les ocultó algunos detalles sobre las extraordinarias circunstancias del inminente nacimiento.
Así actúa también el Señor en nuestras vidas; nos da promesas maravillosas para el comienzo y el final, pero muchos detalles futuros de nuestro caminar con Él no los conocemos. Sin embargo, sus caminos son siempre los correctos, es más, son los mejores. Y a veces cumple su planes a través de situaciones inesperadas, como veremos en los detalles que rodean el nacimiento de Jesús. Por eso si estás en una situación inesperada, desperada, ¡No te desesperes, resiste y confía! Encomienda a Jehová tu camino, Y confía en él; y él hará. Jesús hará que todo salga bien.
Me imagino que María y José llegaron probablemente exhaustos y agotados a Belén. El censo ordenado por el emperador Augusto hacía reventar a la pequeña aldea. No se nos dice cuánto tiempo permanecieron en Belén, pero está claro que empezaron los dolores de parto, el bebé estaba en camino… y Lucas se limita a lo esencial. Lo describe en el lenguaje médico más específico: “…se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito…” (Lc. 2:7).
Las madres posiblemente se pregunten: ¿Cuánto duró el parto? ¿Sufrió mucho dolor? ¿Hubo complicaciones? ¿El bebé vino de cabeza o de nalgas? Y así sucesivamente… Lucas únicamente dice: “dio a luz a su hijo”. ¡Es un niño! —Y desde el punto de vista médico, todo parece haber ido bien. Madre e hijo estaban bien. Sin embargo, Lucas añade algo importante: “dio a luz a su hijo primogénito”.
Jesús no iba ser el único hijo de María. Por Marcos 6:3 sabemos de cuatro hermanos, a los que incluso se menciona por su nombre, y de al menos dos hermanas. No obstante, Jesús era el primer hijo de María. Y no es un detalle menor, porque destaca la posición especial de ese hijo como heredero principal con todos los privilegios y bendiciones. Sin embargo, la opinión de los habitantes de Belén en aquella época debía de ser: es un honor miserable ser el primogénito de una mujer tan desamparada, sin herencia y con pocas perspectivas de futuro. ¿Qué será de él? Si hubiéramos estado allí y alguien nos hubiera dicho: “Mirad, este es el Salvador prometido”, ¿qué habríamos dicho?
Y no obstante, allí estaba Emanuel, “Dios con nosotros.” El Dios omnipotente, omnipresente y omnisciente se convirtió en un bebé. Totalmente carente de espectacularidad, el Altísimo no nació en un palacio, sino en la más indigna de las circunstancias, en un establo.
Seguimos leyendo: “Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (Lc. 2:7).
Esta es la frase más famosa de toda la historia de Navidad. El desencadenante de estas circunstancias extraordinarias fue el hecho de que no hubiera lugar en la posada. Sin estas agobiantes circunstancias del nacimiento, hoy casi nadie hablaría de los detalles reales del nacimiento de Jesús. Pero no fue una casualidad, sino que fue perfectamente planeado por Dios, y tiene mucho que decirnos.
Hablemos primero de la posada: ¿en cuántas representaciones navideñas no aparece el mesonero malvado y de corazón duro, rechazando a la mujer embarazada? —No hay lugar para ustedes. ¡Salgan de aquí! Sin embargo, este posadero no aparece en el texto bíblico de Lucas 2. Lo interesante es que la palabra griega que usa Lucas para mesón es katalyma. La misma palabra la encontramos en Lucas 22:11 donde la Nueva traducción viviente traduce cuarto de huéspedes y en el siguiente como cuarto grande en el piso de arriba (o aposento alto). Era una situación bien conocida para todos en aquella época, pero no para nosotros hoy en día. María y José fueron acogidos probablemente por parientes que los habrían alojados en un cuarto destinado a la visita, si hubiera lugar. La hospitalidad era y es muy importante en oriente.
Es interesante que en Mateo 2:11, cuando llegan los magos de Oriente, leemos: “Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María…”. Aunque este acontecimiento tuvo lugar unos dos años después del nacimiento, señala una casa como alojamiento. Cuando el nacimiento estaba a punto de producirse, todas las habitaciones de la casa, incluida la de invitados, estaban probablemente repletas por la gran cantidad de personas que se encontraban en Belén para el censo. Realmente no había lugar para María en la posada. En otras palabras, no había un lugar apartado para que María diera a luz en esta abarrotada habitación de huéspedes. La única habitación que no estaba ocupada y en la que tenía cierta privacidad era el sótano de la casa. En Belén, se trataba de cuevas o grutas integradas en la casa que servían para guardar provisiones y animales. Justino el mártir, que vivió en el siglo II d.C., confirma en Diálogo con Trifón que de hecho Jesús nació en una cueva o gruta. Por ello, la mayoría de los expositores bíblicos y arqueólogos reconocen la gruta de la iglesia de la Natividad de Belén como el lugar real de nacimiento de Jesús.
Lucas no pinta el cuadro de un posadero antipático que rechaza a María, en muy avanzado estado de embarazo; más bien, muestra el contraste de que Jesús habría tenido todo el derecho a nacer en su ciudad, la ciudad de David, con toda la dignidad del más grande hijo de David, pero en cambio nació en la más indigna de las circunstancias. “No había sitio en el mesón”, sino en la morada de los animales.
Y —sigue deciendo Lucas— “…lo envolvió en pañales”.
En aquella época, los pañales eran largas tiras de tela como vendas en las que se envolvía al bebé. Mantenían caliente al recién nacido. Aún hoy es común en algunos países de Oriente Medio envolver así a los recién nacidos.
Pareciera que María habría recobrado las fuerzas, porque Lucas menciona otro detalle asombroso sobre esta valiente y jovencísima mujer: “… y lo acostó en un pesebre”.
Qué descripción de las desgarradoras circunstancias del nacimiento del Altísimo: donde normalmente comían los animales —el lugar más inadecuado y deshonroso para albergar a un recién nacido— dormía el Señor.