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Autor: Wolfgang Bühne

El perseverar en la oración es la base para que el Señor pueda bendecir nuestro trabajo en Su obra. Y la oración es, también, una condición para crecer en el conocimiento espiritual, y cambia, sobre todo, a la persona que ora.


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PE2285 – Estudio Bíblico
Perseverancia, crecimiento y cambio (6ª parte)



Estimados amigos, habíamos terminado hablando en el programa anterior, en referencia al momento de la transfiguración de Jesús, de: La desgana y el cansancio al orar de los discípulos – y nos habíamos planteado la pregunta: ¿hay una salida para este dilema?

A primera vista parece inconcebible que los discípulos se durmieran precisamente en un momento tan dramático y sobrenatural. Debiendo recibir una impresión permanente y alentadora de la inefable gloria futura del Señor y de Su reino – son vencidos por el cansancio. Durmiendo, se pierden el punto culminante de su vida.

Lucas 9:32 describe la escena con gran precisión:
“Pedro y los que estaban con él, estaban cargados de sueño: y como despertaron, vieron su majestad, y a aquellos dos varones que estaban con él”.

Si nos imaginamos la escena, vemos cómo Pedro y los otros dos discípulos luchan contra este sueño, frotándose los ojos, moviendo la cabeza y todavía sin saber si están soñando o están viendo la realidad.

Marcos enfatiza que “estaban espantados”, y que Pedro en su apuro, y de forma irreflexiva, sugiere hacer tres cabañas. Lucas comenta el comportamiento de Pedro, diciendo “no sabía lo que decía”, y que hubiese sido mejor si hubiera callado. Porque nos dice que, de repente, vino “una nube que los cubrió” – y después ya no vieron al Jesús glorificado, sino al Jesús de Nazaret en Su humillación.

“Hacer cabañas o enramadas” – actuar para el Señor, eso aparentemente no era difícil para Pedro y los otros discípulos. El orar, sin embargo, era para ellos una cosa pesada y cansadora.

Es interesante que, poco después, sucedería una historia parecida que también revelaría la debilidad de los discípulos. En esa ocasión, estos tres discípulos estaban también con nuestro Señor, pues los había llevado consigo al huerto de Getsemaní, para velar y orar con Él. Las circunstancias exteriores eran abrumadoras en esa ocasión. No tenían delante a un Señor transfigurado y rodeado de gloria, sino al Hijo del Hombre lleno de temor y “triste hasta la muerte” (según Mateo 26:38). También allí los discípulos se durmieron “de tristeza”, según nos cuenta Lucas 22:45.

Siendo Pedro el que llevaba siempre la palabra, tuvo que escuchar la pregunta del Señor:
“Simón, ¿duermes? ¿no has podido velar una hora? Velad y orad para que no entréis en tentación…” (así leemos en Marcos 14:37 y 38).

El hecho de que el Señor los despertara y amonestara otras dos veces, no cambió para nada su cansancio a la hora de orar.
Pero, una hora más tarde, los discípulos – y Pedro delante de todos, estaban bien despiertos cuando los soldados y ministros del sumo sacerdote invadieron el huerto, sonando las armas para tomar preso al Señor.

De nuevo es Pedro el portavoz, quien espontáneamente echa mano de su espada escondida y pregunta: “Señor, ¿heriremos a espada?”, y un instante después apunta a la cabeza de uno de los hombres armados – pero sólo dio con la oreja de Malco.

Cuando se trata de orar con perseverancia: ¡Cansancio!
Cuando se trata de actividad y hacer exhibición de fuerza: ¡Vivitos y coleando!
Esto lo conocemos bien, por experiencia.

Debemos decir también que: La persona que ora está bajo observación del diablo.
Parece que el enemigo de Dios mueve “cielo y tierra” para evitar que oremos, o estorbarnos en la oración. Si nosotros subestimamos el poder de la oración – ¡el diablo sí sabe muy bien lo eficaz que es!

Satanás no puede ver a un creyente orando, ni en pintura. Odia la humildad y dependencia de Dios expresada por la oración.
El adversario de Dios no ha olvidado la influencia que tuvieron los hombres de oración de la Biblia, como lo fueron Abraham, Samuel, Elías, Eliseo y Daniel, que estorbaron sus intenciones asesinas. Por eso, disparará todas las “flechas ardientes” disponibles (mencionadas en Efesios 6:16) para evitar también que nosotros oremos, o para alimentar nuestros pensamientos con fantasías a menudo vergonzosas.

Muchos de nosotros tendremos que confesar que especialmente durante la oración nos sentimos atacados o abrumados por los pensamientos y problemas de la vida diaria.

Si el diablo no consigue impedir que oremos, con toda seguridad intentará, por todos los medios, estorbarnos o cargarnos con un cansancio repentino, o hacernos ver la importancia de los trabajos por hacer.

Ole Hallesby ha descrito muy acertadamente estos problemas y tentaciones en su libro “La oración”:
“Nuestra vieja naturaleza dentro de nosotros no nos niega directamente la oración. En ese caso, nuestra lucha contra la carne no sería tan dura. Pero, la carne lucha de manera indirecta contra la oración, con gran habilidad y talento. Instintiva y automáticamente moviliza toda clase de razones para hacernos ver que no es el momento de orar. Tenemos prisa, nuestro espíritu está distraído, el corazón no tiene ganas de orar. Después será más oportuno, estaremos más tranquilos y más concentrados.

Ya, por fin llegó el momento cuando queremos orar, pero de repente nos viene un pensamiento: Esto o lo otro tienes que hacer primero. Cuando lo hayas terminado, entonces todo estará listo para tener una hora de oración tranquila. Así que hacemos esa cosa primero. Pero, una vez terminada, nuestra mente está distraída y nuestra concentración se ha ido. Y casi sin darnos cuenta ha pasado el día, sin que hayamos tenido una hora tranquila con Dios.”

En su carta a Georg Spalatin, Lutero escribió el 9 de septiembre de 1521:
“Ha llegado el tiempo de orar con todas las fuerzas contra Satanás, porque anda gestando alguna tragedia funesta contra Alemania. Yo me estoy temiendo que el Señor se lo permita y aquí me tienes roncando y perezoso para orar y resistir, hasta tal punto que estoy violentamente descontento y cansado de mí mismo, a lo mejor porque me encuentro solo y vosotros no me ayudáis. Oremos y vigilemos para no entrar en tentación (como nos exhorta Mateo 26:41).”

La oración requiere concentración y es un duro trabajo. Para evitar distraerse y divagar, a muchos creyentes los ayuda orar en alta voz.

Una historia del Antiguo Testamento, ilustra formidablemente las fuerzas que cuesta orar y lo agotador que es:
La primera lucha del pueblo de Dios tras salir de Egipto, fue la lucha contra los amalecitas. Ellos habían encontrado el punto más débil de Israel y atacaron allí precisamente. Entonces, Moisés mandó a Josué que escogiera hombres y que saliera a luchar a espada contra Amalec, mientras que él subió al monte con Aarón y Hur – “con la vara de Dios” en su mano (según nos relata Éxodo 17:9).

En el valle, Josué luchaba contra Amalec con sus soldados, mientras que Moisés tenía sus manos levantadas en oración con la vara de Dios. Cada vez que Moisés bajaba sus brazos, vencía Amalec, pero en el momento que los levantaba, vencía Israel.
No leemos que Josué y sus combatientes se cansaran en la lucha – pero sí lo leemos de Moisés: “Y las manos de Moisés se cansaban” (nos dice Éxodo 17:12).

Para asegurar la victoria, que dependía de las manos levantadas de Moisés, Aarón y Hur dieron apoyo a los brazos de Moisés: “así hubo en sus manos firmeza hasta que se puso el sol. Y Josué deshizo a Amalec y a su pueblo a filo de espada” (según está escrito en Éxodo 17:12 y 13).

Este suceso muestra claramente lo agotadora que puede ser la intercesión perseverante. Nosotros también necesitamos la ayuda y el aliento de nuestro “sumo sacerdote” Jesús y también de nuestros hermanos cuando oramos.

El reformador Martín Lutero conocía muy bien estas acometidas de Satanás, y era lo suficientemente sincero como para no encubrir estos tiempos de debilidad y derrota, así que pidió a sus amigos que oraran por él. Esto escribió en una carta a uno de ellos:
“Yo estoy aquí sentado, cómodo, endurecido y sin sentimientos – ¡ah! cuán poco oro, cuán poco me preocupo por la iglesia, pero tanto más estoy ardiendo en los fuegos salvajes de mi carne sin domar… Debería estar ardiente en el Espíritu; pero la realidad es que estoy ardiendo en la carne con lascivias, pereza, ociosidad, somnolencia. Quizá Dios se haya alejado de mí, porque todos vosotros habéis dejado de orar por mí… En los últimos ocho días nada he escrito y tampoco he orado o estudiado, en parte por desmesura y en parte por otro impedimento molesto (constipación de vientre y almorranas)… de verdad que no aguanto más… ora por mí, te suplico, porque en este aislamiento estoy sobrecargado de pecados”.

Las victorias y derrotas en nuestra vida personal, y también en el pueblo de Dios, dependen de la oración. Eso lo sabemos por la Biblia, por la historia de la Iglesia y por la propia experiencia. Y, a pesar de eso, ¡oramos tan poco!

Entonces, para terminar, dejamos planteada esta pregunta que deseamos nos impulse a reflexionar: ¿Qué podrá cambiar esta situación?

¡Dios nos bendiga y nos ilumine!!

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