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Autor: Samuel Rindlisbacher

En esta serie sobre la Profecía en el Tabernáculo, hemos encontrado en cada elemento o mobiliario, un significado que apunta a un solo lugar. En esta oportunidad estudiaremos el altar del incienso.


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PE2901 – Estudio Bíblico
Profecía en el Tabernáculo (16ª parte)



Nos encontramos una vez más, para continuar estudiando la profecía en el Tabernáculo. En el programa anterior escuchamos lo que simboliza el candelabro y cómo las detalladas instrucciones que Dios dio para su elaboración, no fueron al azar.

Avanzaremos ahora a hablar sobre el Altar del incienso que se menciona en Éxodo 30:1 al 9, donde leemos:

“Harás asimismo un altar para quemar el incienso; de madera de acacia lo harás. Su longitud será de un codo, y su anchura de un codo; será cuadrado, y su altura de dos codos; y sus cuernos serán parte del mismo. Y lo cubrirás de oro puro, su cubierta, sus paredes en derredor y sus cuernos; y le harás en derredor una cornisa de oro. Le harás también dos anillos de oro debajo de su cornisa, a sus dos esquinas a ambos lados suyos, para meter las varas con que será llevado. Harás las varas de madera de acacia, y las cubrirás de oro. Y lo pondrás delante del velo que está junto al arca del testimonio, delante del propiciatorio que está sobre el testimonio, donde me encontraré contigo. Y Aarón quemará incienso aromático sobre él; cada mañana cuando aliste las lámparas lo quemará. Y cuando Aarón encienda las lámparas al anochecer, quemará el incienso; rito perpetuo delante de Jehová por vuestras generaciones. No ofreceréis sobre él incienso extraño, ni holocausto, ni ofrenda; ni tampoco derramaréis sobre él libación.”

La mayor medida del altar de incienso era su altura, apuntaba en dirección vertical hacia Dios. Los sacrificios que se quemaban en el altar de incienso eran del todo diferentes a los que se ofrecían en el altar del holocausto. En él no había dolor, pena ni lágrimas. Para Dios se trataba del «altar del olor grato».  El altar nos muestra la complacencia y el gozo que el Padre tiene por Su Hijo Jesucristo. Tal lo expresó el Padre cuando el Hijo comenzó su ministerio en la tierra: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia». Además, el altar de incienso nos revela a Jesucristo como Sumo Sacerdote, el cual se presenta en nuestro lugar delante de Dios.

¿Qué tiene que ver la santidad con el altar del incienso?

Para ejercer el servicio en el altar, los sacerdotes se reunían cada mañana y cada noche, para determinar, echando suertes, quién de ellos serviría en el sacrificio del altar de incienso. Este era un gran privilegio que los sacerdotes podían ejercer al menos una vez en su vida. De Zacarías el padre de Juan el Bautista leemos en Lucas 1:10:

le tocó en suerte ofrecer el incienso, entrando en el santuario del Señor. Y toda la multitud del pueblo estaba fuera orando a la hora del incienso.”

El altar de incienso se encontraba en el interior del tabernáculo, delante del Lugar Santísimo. En este no se presentaba ningún animal ni se derramaba sangre, sino tan solo especias de olor grato. Un velo separaba el altar de incienso del arca del pacto en el Lugar Santísimo. Este mismo velo fue el que se rasgó ante la muerte de Cristo, cuando muriendo en la cruz, exclamó «consumado es» en Mateo 27:51: «Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo».

Moisés recibió las siguientes instrucciones referentes al altar de incienso en Éxodo 30:9:

“No ofreceréis sobre él incienso extraño, ni holocausto, ni ofrenda; ni tampoco derramaréis sobre él libación. […] Toma especias aromáticas, estacte y uña aromática y gálbano aromático e incienso puro; de todo en igual peso, y harás de ello el incienso, un perfume según el arte del perfumador, bien mezclado, puro y santo.”

Este altar era muy santo, pues señalaba la Persona, el ministerio y el carácter del Señor Jesús. Continuamos con Éxodo 30:10 que dice: «Y sobre sus cuernos hará Aarón expiación una vez en el año con la sangre del sacrificio por el pecado para expiación; una vez en el año hará expiación sobre él por vuestras generaciones; será muy santo a Jehová».

La perfección de Jesucristo nos muestra cómo Dios ideó al hombre, dice el Salmo 45:2: «Eres el más hermoso de los hijos de los hombres; la gracia se derramó en tus labios; por tanto, Dios te ha bendecido para siempre». Él es inmaculado, sin tacha. Es por eso que la mezcla aromática quemada en el altar de incienso, la cual señalaba esta peculiaridad de Cristo, era muy santa, al punto que las Escrituras dicen de ella en Éxodo 30:37-38:

“Como este incienso que harás, no os haréis otro según su composición; te será cosa sagrada para Jehová. Cualquiera que hiciere otro como este para olerlo, será cortado de entre su pueblo.”

Así ve Dios a Jesucristo: inimitable y único. Esta es la medida de Dios con la cual debemos medirnos. No debemos compararnos unos con otros, sino con Cristo. Cuando nos comparamos con Cristo, no nos queda más remedio que reconocer que, así como somos, no somos capaces de acercarnos a Dios. Los seres humanos no podemos ofrecer nada a Dios, pues no hay justo, ni siquiera uno.

Pero, es allí donde entra en escena la persona de Cristo. Él quiere justificarnos. Él pagó con su sangre por ti, derramó su sangre por ti, dio su vida por ti. De manera simbólica, esto es precisamente lo que el sumo sacerdote hacía en el tabernáculo: interceder a favor de los hombres delante de Dios.

Jesucristo es este sumo sacerdote. Él intercede y ruega por nosotros en Juan 17 diciendo:

“Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son. […] No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. […] Mas no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos.”

Cuán urgentemente los cristianos necesitamos a un sumo sacerdote como Cristo. El diablo, al que la Biblia describe como «el padre de la mentira», es el acusador de todos los creyentes. En apocalipsis 12:10 leemos que día y noche nos acusa delante de Dios.

¿Te lo imaginas?

«¿Has visto en qué pecado cayó Mónica, y lo que se mandó Francisco? Clara no puede ser creyente de verdad después de todo lo que dijo….  ¿Has visto cuán mal han reaccionado otra vez? ¡Se dicen cristianos, pero qué rápidos son para la ira! Todo es una gran hipocresía piadosa».

El diablo nos acusa delante de Dios, día y noche, hora tras hora. Realmente es alguien muy ocupado.

Por trágica que parezca esta situación, puedo regocijarme en mi interior. Pues hay alguien que se opone por mí a este acusador. Es Jesús, nuestro sumo sacerdote celestial. Él es nuestro abogado, nuestro defensor, el mediador, el que intercede delante del Padre por nosotros. 1Timoteo 2:5 dice: «Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre».

Jesús dice a Su Padre celestial: «El diablo que acusa día y noche a tus hijos no tiene derecho, Padre, yo he redimido a este acusado, he pagado un alto precio por él, mi propia sangre». Entonces le muestra Sus dos manos traspasadas, los pies que han sido clavados, su costado abierto por la lanza, y dice: «Padre, en las palmas de mis manos lo he grabado. Nadie, por toda la eternidad, podrá arrebatarlo de mí. Todos ellos, a los cuales el diablo acusa, son santificados, lavados y redimidos, y me pertenecen. No son perfectos, ninguno de ellos lo es. Todavía pecan, pero yo respondo por ellos, porque los he comprado por un alto precio. Los redimí con mi propia sangre, entregando mi propia vida por ellos. Yo pagué el precio».

Entonces el diablo queda en silencio, no tiene nada más para decir, pues Cristo mismo nos ha declarado justos. ¿Acaso no debemos regocijarnos en nuestro corazón? Pablo exclama triunfante en Romanos 8:31-34:

“¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.”

Jesucristo vino a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados. Te pregunto: ¿es Cristo tu sumo sacerdote personal? ¿Es quien intercede y habla por ti? ¿Le perteneces? ¿Has sido redimido por su sangre? Si tu respuesta es no, ve a Él ahora. Acércate a Aquel que pagó por ti, que dejó que Sus manos y pies fueran traspasados por amor a ti. Él cargó tus pecados sobre sí mismo para ser tu sumo sacerdote personal.

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