Profecía en el Tabernáculo (3ª parte)
19 marzo, 2023Profecía en el Tabernáculo (5ª parte)
19 marzo, 2023Autor: Samuel Rindlisbacher
Continuaremos con la fuente o el lavacro que nos habla de la purificación diaria por la Palabra de Dios, para luego ver las cubiertas que nos hablan entre otros de la protección y seguridad que tenemos en Cristo.
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PE2889- Estudio Bíblico
Profecía en el Tabernáculo (4ª parte)
El lavacro del perdón
Vimos en el programa anterior la fuente de bronce que estaba delante del tabernáculo. Un enorme lavacro hecha de los espejos de las mujeres israelitas. Dios nos conoce, conoce nuestro ser y las batallas que tenemos a diario, luchando por cumplir con Su demanda de santidad y en contra de nuestra inclinación innata hacia el pecado. Quiero llevarlos a considerar otro lavacro, o mejor dicho lebrillo que nos muestra el significado de la limpieza que Dios nos ofrece. El Señor Jesucristo mismo tomó este lebrillo en Sus manos el día antes de Su crucifixión y lavó los pies de Sus discípulos. Leo en Juan capítulo 13:
Sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido. Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: «Señor, ¿tú me lavas los pies?». Respondió Jesús y le dijo: «Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después». Pedro le dijo: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le respondió: «Si no te lavare, no tendrás parte conmigo». Le dijo Simón Pedro: «Señor, no solo mis pies, sino también las manos y la cabeza». Jesús le dijo: «El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos».
El judío que pretendía participar en una ceremonia religiosa debía llevar a cabo un baño de purificación ritual llamado mikvé, en el que se lavaba por inmersión. Luego, el purificado se vestía con ropas limpias, quedando pronto para celebrar la Pascua.
Pero, si la comida pascual no se celebraba en el mismo lugar donde se había llevado a cabo la purificación, los pies volvían a ensuciarse, quedando de nuevo impuros a causa de la caminata por las calles sucias y polvorientas. Era necesario entonces lavarse los pies. Esta tarea era asignada por el anfitrión al esclavo del más bajo rango.
Parece que en aquella última Pascua que el Señor Jesús celebró con sus discípulos nadie se había hecho responsable de llevar a cabo esa tarea. De pronto El Señor Jesús mismo se arrodilló para hacer esa humillante tarea. Pedro al principio se resiste a que el Maestro le lave los pies. Pero cuando el Señor le dice: «Si no te lavare, no tendrás parte conmigo», cambia rápidamente de opinión y dice: entonces lávame «también las manos y la cabeza».
Pero, Jesús le responde a Pedro «El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio». Aquella respuesta tenía un profundo significado figurativo. Era una alusión al nuevo nacimiento. El que ha nacido de nuevo está todo limpio, no necesita convertirse de nuevo, pero sí tiene necesidad de una purificación diaria.
Nuestros pies se ensucian por andar en este mundo. Por eso necesitamos confesar estas manchas diarias y experimentar que él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.
Volvamos al sacerdote en el tabernáculo. Asustado, mira su propia imagen espejada. ¿Qué hará con esa realidad? ¿Lo ignora?
¿Huye? ¿Lamenta, o se resigna ante su estado? Felizmente, hace lo correcto: extiende sus manos, saca el agua y lava su suciedad.
Así también, podemos acercarnos cada día al lavacro de Dios y apropiarnos del perdón que Cristo nos ofrece, dejándonos limpiar por Él. Porque si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. De esta manera Dios nos ofrece la manera de cumplir con Su exigencia: «Seguid la paz con todos, y LA SANTIDAD, sin la cual nadie verá al Señor».
Es así como la santificación práctica NO es un sinónimo de perfección o de una liberación total del pecado, sino de una purificación diaria en el agua de la Palabra de Dios.
Además de esto, tiene otro significado prefigurado en el servicio sacerdotal: Me refiero al lavacro de la comunión más profunda.
Hemos visto dos objetos que marcan a diario la vida del sacerdote:
Por un lado, el altar de los holocaustos, el cual señala la cruz de Cristo,
y por otro, el lavacro, una imagen de la purificación diaria.
Una vez purificado, el sacerdote podía entrar al tabernáculo, donde estaba la mesa de los panes, el candelabro y el altar de incienso, los cuales nos hablan del carácter y de la obra de Jesucristo.
Sólo pasando por el altar de bronce y por la fuente de bronce uno podía adentrarse al lugar santo. Así también cuando la cruz del Gólgota es el fundamento de nuestra vida y la Palabra de Dios nos purifica a diario, podemos conocer más profundamente a Cristo. Descubriremos como el candelabro habla de Aquel que dice en Juan 8:12: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida».
De igual manera la mesa de los panes de proposición: «Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre». En otras palabras: el servicio sacerdotal que se ejercía entre el lavacro y el altar del holocausto nos invita a conocer al Señor Jesucristo de manera más profunda.
Vamos ahora a mirar las cubiertas del tabernáculo, cuatro cubiertas ,una encima de otra, que juntas formaban el techo del santuario en el desierto. Comencemos con la cubierta de más afuera: La cubierta de pieles de tejones
Leemos en éxodo 26:14:
Harás también a la tienda una cubierta de pieles de carneros teñidas de rojo, y una cubierta de pieles de tejones encima.
Esta cubierta impermeable era como un enorme paraguas extendido por encima del tabernáculo.
La invención del paraguas es atribuida a los chinos, quienes decían que se trataba de una «casa que podía llevarse a todo lugar». La Biblia nos habla de Dios mismo como nuestro protector «El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente» Esta protección es la misma presencia de Dios. David la experimentó de forma personal y cantó de ella en sus salmos: «Detrás y delante me rodeaste, y sobre mí pusiste tu mano. Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; alto es, no lo puedo comprender».
De igual manera, la cubierta de pieles de tejones que cubría el tabernáculo ofrecía una protección ideal contra la lluvia torrencial, las tormentas de arena, el calor del día o el frío de la noche, hablándonos de manera figurada del Señor Jesucristo, quien dijo: «He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».
Recuerdo bien la época en que estuve en el servicio militar. Una de esas noches, dormimos varias horas a la intemperie, bajo una lluvia torrencial. Todo estaba empapado. El único lugar con algo de protección era un toldo debajo del cual nos resguardamos. Aunque todo el campamento se había convertido en lodo, podíamos sentirnos acobijados y protegidos debajo de aquella lona.
La cubierta exterior del tabernáculo era de «pieles de tejones». Esta era una capa impermeable y resistente a las tormentas de arena. ¡Debajo de ella, uno podía estar literalmente refugiado! David canta extasiado en el Salmo 27:5: Porque él me esconderá en su tabernáculo en el día del mal; me ocultará en lo reservado de su morada; sobre una roca me pondrá en alto.
El tabernáculo fue expuesto a muchas tormentas, al viento, al calor diurno y al frío nocturno.
De manera parecida la Iglesia de Cristo pasa por tormentas. A menudo atravesamos circunstancias que nos afligen, por la oposición de otros, por nuestros propios errores o por angustiarnos a causa de nuestras dudas y falta de fe. Sin embargo, es en ese preciso momento donde podemos aferrarnos a la promesa de Cristo, que dice: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?