¿Qué nos enseña la transfiguración de Jesús? (2ª parte)

¿Qué nos enseña la transfiguración de Jesús? (1ª parte)
4 abril, 2018
Combatiendo el dulce
4 abril, 2018
¿Qué nos enseña la transfiguración de Jesús? (1ª parte)
4 abril, 2018
Combatiendo el dulce
4 abril, 2018

Autor: Thomas Lieth

El ejemplo de la vida de oración de Jesús, la instauración del Reino de Dios, la abolición del Antiguo Pacto y la confirmación de Jesús como el Mesías. Estas son algunas enseñanzas que se desprenden del episodio de la Transfiguración del Señor Jesús.


DESCARGARLO AQUÍ
PE2391 – Estudio Bíblico
¿Qué nos enseña la transfiguración de Jesús? (2ª parte)



¡Amigos! Continuamos hoy conversando sobre la Transfiguración del Señor Jesús. El programa anterior señalamos que Jesús se había manifestado en gloria, y que también aparecieron junto a él Moisés y Elías; dos figuras muy particulares por su relación con Dios y su rol en la historia de la salvación.

En Lucas 9:31 el evangelista informa sobre qué se trató el diálogo entre Jesús, Moisés y Elías. Hablaban “de su partida, que iba a cumplir Jesús en Jerusalén”. De modo que se trataba de un cumplimiento, es decir el cumplimiento de la ley y los profetas. Se trataba de la misión del Señor Jesús, de aquello que estaba delante de Él: la lucha en el Getsemaní, la tortura, el escarnio, la negación, la traición, el verse desamparado por Dios y la crucifixión… ¡Sí, aquí se trataba literalmente de vida y muerte! Jesús se enfrentaba a una lucha que requería del respaldo inquebrantable del Padre. La transfiguración deja claro por un lado, que es la voluntad absoluta de Dios que Su Hijo tome ese camino y que lleve a su fin lo que Dios en Su gracia y amor hacia los seres humanos ha comenzado. Por el otro lado, Dios desea fortalecer y animar a Su Hijo a través de esto. Por eso Jesús también pudo decir frente a Sus discípulos, como se registra en Juan 16:23: “He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo”. Jesús sabe: “Si bien Judas me traicionará y Pedro me negará, mi Padre en el cielo sostiene los hilos de la historia de salvación en Sus manos y Él en verdad no me deja solo”.

Sigamos en nuestro texto de Mateo 17 versículo 4: “Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, haremos tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías”. Típico de Pedro: audazmente toma la iniciativa y, en contra de los reglamentos de construcción vigentes, quiere remodelar la montaña entera. Pedro no entra en adoración, como habría sido lo correcto en esa situación; aparentemente quiere aferrarse a la gloria que experimenta aquí. Desea un paraíso en la Tierra, pero eso nunca ha salido bien, ni nunca fue prometido. Pedro y los demás discípulos no comprendieron el camino de sufrimiento y de salvación de su Señor hasta el final. Pero eso no es un reproche, porque creo que nosotros mismos, los que tenemos la Palabra de Dios completa en nuestras manos, no comprendemos verdaderamente lo que ha sucedido y lo que aún ha de suceder. Aquí, como también en otros pasajes de las Sagradas Escrituras, nos vemos confrontados con las debilidades humanas de los seguidores de Jesús, y eso incluso me alegra, ya que me muestra que no soy el único fracasado. Sobre todo nos muestra también, que no se trata de ser perfecto como seguidor, sino sincero, honesto y fiel; y eso fue Pedro. Su deseo de construir tres enramadas hace recordar claramente a la religión. No tengo nada en contra de los lugares de adoración y de peregrinaje, pero cuando solo se trata de besar una piedra, de acariciar las mejillas de una estatua o de arrancar una rama de olivo, eso sencillamente no tiene ninguna relación con el Evangelio. Jesús no quiere enramadas sino nuestro corazón; Dios no desea adoración de reliquias sino obediencia. No es necesario que vayamos a Belén a la Basílica de la Natividad o a Jerusalén a la Iglesia del Santo Sepulcro, cuando después de todo Dios está tan cerca. Lo que Él desea es una iglesia viva y no catedrales muertas. El Señor prefiere a diez personas que oran honestamente en un depósito, en lugar de 2000 peregrinos frenéticos en la Iglesia del Santo Sepulcro.

En Mateo 17:5 dice: “Mientras él aún hablaba” (Pedro con sus planes de construcción), “una nube de luz los cubrió…”. En esa nube Dios está presente, poniendo fin a todos los pensamientos humanos y religiosos y tomando la Palabra. Y como ya sucedió con anterioridad durante el bautismo del Señor Jesús, también aquí el poder y la identidad del Hijo son afirmados y confirmados por el Padre: “¡Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd!”. Esto es exactamente lo que el Dios todopoderoso ya le había ordenado al pueblo de Israel a través de Moisés, como se registra en Deuteronomio 18:15: “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis”. A través de la transfiguración ahora es confirmado que Jesucristo es ese profeta. Pedro se equivocó grandemente cuando supuso que podría poner a Jesús, Moisés y Elías en el mismo nivel a través de la construcción de enramadas. Dios no dijo desde la nube “este es un profeta especial”, sino “este es mi Hijo amado”. Después de todo, ¡Jesús no es nada menos que Dios mismo! Lo que Dios dice aquí con toda claridad, hace recordar a las palabras en Isaías sobre Su siervo, quien personifica el sacrificio sufriente, enviado por el pecado (por ej. Is. 42). Y si uno tiene este camino de salvación en mente, es comprensible que a la pretensión de Pedro de construir tres chozas le sea dada una clara negativa. Eso nos muestra nuevamente que a Dios no le gusta la religión. Pedro, haciéndolo seguramente con buenas intenciones, iba por el camino de la religión, pero Jesús debía ir a la cruz. Algo similar sucedió en Mateo 16, cuando Jesús habló de Su muerte inminente y el mismo Pedro le dijo: “¡En ninguna manera esto te acontezca!”, y Jesús le contestó ásperamente: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!”. El camino de la cruz era absolutamente necesario e ineludible. Nada debía apartar a Jesús de eso, ni el diablo ni los discípulos. Por increíble e inconcebible que parezca, era la voluntad irrevocable de Dios que Su Hijo fuera clavado en el madero de la maldición; y eso por ti y por mí.

“¡A Él escuchad!”. Eso es para todos los humanos de todos los tiempos y en todos los lugares. ¡A Jesucristo deben escuchar, solo a Él! Moisés y Elías sabían que también la salvación de ellos dependía de la pasión del Señor Jesús. Por paradójico que parezca, a Elías y a Moisés les debió haber sido muy importante que Jesús resistiera el camino al Gólgota y que concluyera la obra de Su Padre. El hecho es que no se trata solamente de la salvación tuya y mía, sino de la del mundo entero. Sin la muerte del Señor en la cruz, sin Su sangre derramada y sin Su resurrección, también Moisés y Elías estarían presos en sus pecados. Cada ser humano tiene necesidad de que se haga en su lugar un sacrificio, y Jesús es ese sustituto, también para las personas del antiguo pacto. Para redimir nuestra culpa, Dios ha dejado que Su Hijo se desangre en la cruz por nosotros. En Su paciencia, hasta ahí Dios ha soportado los pecados de los humanos para entonces perdonarlos por causa de Jesús, y así demostrar Su justicia. Así queda claro que Dios es justo y que solo absuelve de su culpa a aquel que cree en Jesucristo.

En el versículo 6 de Mateo 17 leemos la reacción de los discípulos: “Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor”. Ellos se paralizaron a causa de la santidad de Dios. Yo creo que si fuéramos confrontados directamente con el rostro de Dios o aún tan solo con la voz de Dios, también nosotros temblaríamos en devoción. ¡Cuánto más le desgarrará interiormente a la persona que no tiene salvación en Jesucristo! El hombre más endurecido se quebrantaría al encontrarse frente a frente con Dios y hasta querría esconderse. ¿Cómo le sucedió al apóstol Juan cuando Dios le reveló las cosas futuras? En Apocalipsis 1:10-17 relata lo siguiente: “Y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta (…) Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi (…) en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre (…) y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza. Cuando le vi, caí como muerto a sus pies”. Juan ya había visto mucho en su vida: la transfiguración, la crucifixión, a Jesús resucitado y Su ascensión al cielo. ¿Qué podía perturbar a este hombre todavía? Y aún así, la gloria de Dios hace que se caiga como muerto por reverencia. ¡Qué consoladores son ahí las palabras que el Señor le dice a Juan: “Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: ‘¡No temas!’”! Quizás Juan en ese momento se acordaba de la transfiguración de su Señor y Salvador, porque también en esa ocasión Jesús animó a Sus discípulos tocándoles y diciéndoles: “Levantaos, y no temáis”. En Jesús no tenemos por qué tenerle miedo a Dios, quien puede destruir el alma y el cuerpo. En Jesús tampoco necesitamos tenerle miedo al mundo, ya que en Él hemos vencido el mundo, como dice en 1ª Juan 5. El consuelo de Jesús es un consuelo para esta vida y también una esperanza futura: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?”, leemos en Romanos 8:31.

Y con esto llegamos al último versículo de nuestro texto, Mateo 17:8: “Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo”. Los tres discípulos habían subido al monte con Jesús el hombre, y allí fueron testigos de Su divinidad. Además se encontraron con los representantes más altos de la ley judía y de los profetas: Moisés y Elías. Los discípulos escucharon la aterradora voz de Dios y el testimonio de la misma: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd”. Ellos no se animaron a levantar la vista. Pero entonces sintieron las manos del Señor Jesús y Su voz que decía: “¡No teman!”. Es la mano misericordiosa de Dios la que los toca, y es Su llamado a confiar en Él. Jesús nos hace levantarnos, e incluso hace posible que miremos el rostro de la gloria de Dios. Aquí, durante la transfiguración, literalmente les es presentado a los discípulos lo que es lo más importante: ellos ya no vieron a nadie más sino solamente a Jesús. ¿Hacia dónde está dirigida nuestra mirada? ¡Que el Señor pueda darnos el regalo de que también nosotros nunca perdamos de vista lo primordial: la gracia que es solo en Jesucristo!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Elija su moneda
UYU Peso uruguayo