¿Qué tiene para decirnos Martín Lutero hoy?

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Autor: Dr. Rolf Sons

Una reflexión sobre la vigencia de la consejería pastoral de Martín Lutero. La baja autoestima y la conciencia intranquila, dos grandes problemáticas que afloran a diario en la vida de las personas, encuentran solución definitiva en la cruz de Cristo.


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PE2366 – Estudio Bíblico
¿Qué tiene para decirnos Martín Lutero hoy?



¡Hola amigos! ¡Qué gusto reencontrarnos! Al inicio de esta reflexión quiero compartir con ustedes un texto del reformador Martín Lutero, que en mi opinión es uno de los más importantes que él escribió. A algunos de ustedes quizá les resulte conocido; dice así:

“Yo creo que Dios me ha creado juntamente con todas las criaturas, me ha dado cuerpo y alma, ojos, oídos y todos los miembros, entendimiento y todos los sentidos y que aún los mantiene; además ropa y zapatos, comida y bebida, casa y jardín, esposa e hijos, campo, ganado y todos los bienes; con todo lo necesario para el cuerpo y la vida, me abastece abundantemente y todos los días me protege de los peligros y me guarda y cuida de todo mal; y todo esto por pura gracia y misericordia paternal, divina, sin ser mi logro ni ser yo digno de ello: por todo eso estoy en deuda con él, para agradecerle y adorarlo, servirle y obedecerle. Esto es real y seguro”.

A través de estas palabras de Lutero nos damos cuenta de que quien cree percibe de manera diferente. Por la fe en Dios el Creador, Lutero se ve a sí mismo y al mundo entero en una nueva luz. Con esta perspectiva la creación no es un acontecimiento de tiempos remotos; el actuar creativo de Dios es más bien presente y puede ser percibido en la vida propia. Quien se ve a sí mismo como creado por Dios sabe que su vida fue querida y no es coincidencia, como algunos afirman. El comienzo de una vida no se trata de una decisión propia de ser o llegar a ser. Tampoco puede la persona decidir sobre su existencia: color de ojos, sexo, tamaño del cuerpo o color de piel. El ser humano no sale de la naturaleza o de sí mismo; viene de Dios y por lo tanto del amor. De ese obsequio de la vida, entonces, viene la tarea de aceptarse a sí mismo.

En este texto que escuchamos, escrito por el reformador Lutero, notamos que él describe la vida recibida de la forma más concreta posible. Nos damos cuenta de que nada es demasiado insignificante o demasiado pequeño para que él no pueda agradecer por ello: ojos, oídos, entendimiento y todos los sentidos. También la provisión diaria con vestimenta, zapatos, comida y bebida. Finalmente agrega las relaciones dentro de la familia, al igual que la propiedad y la protección de peligros. Todo esto Dios lo concede no solo una vez, sino diariamente; no en forma medida, sino con abundancia. Amigo, ¿puedes ver esta realidad en tu vida?

Escucha cómo continúa Lutero: “Y todo esto por pura gracia y misericordia paternal, divina, sin ser mi logro ni ser digno de ello.” Él mira toda la abundancia en su vida y sabe que esta tiene su origen en el amor paternal de Dios. Como los buenos padres velan por sus hijos, los cuidan y les dan lo que necesitan desde el comienzo, así también lo hace Dios. Él da gratuitamente y no espera nada a cambio. Aquí Lutero nos permite echar un vistazo al corazón de su teología: la justificación solo por gracia es reconocida y experimentada dentro de la creación. ¡Los seres humanos experimentamos en la creación la bondad de Dios! Solo necesitamos abrir los ojos a ella. En este punto es interesante considerar la cuestión del valor propio, que es una pregunta clave en la consejería pastoral. El ser humano se esfuerza por gustarse a sí mismo y a otros. Si lo logra, se encuentra en armonía consigo mismo. Si esa valoración de los otros le es negada, entra en crisis. Siempre está dependiendo del otro que lo confirma o aprueba; no existe un ser autárquico, es decir, un ser totalmente independiente del entorno y de su reconocimiento hacia él. Si es valorado por los otros, aumenta su valor; si ese reconocimiento le es negado, no logra llegar a un juicio positivo de sí mismo. La autoestima y autoconfianza del ser humano siempre dependen de la opinión del otro. Amigo, ¿no es esto verdad en el mundo en que vivimos?

Dentro de la consejería el problema de la autoestima aparece en los contextos más diversos. ¿Por qué a un jefe le cuesta tanto animar a sus colaboradores a través del elogio? ¿Por qué un padre transmite tan poca valoración a sus hijos? ¿Por qué un pastor debe compararse con sus colegas constantemente? ¿Por qué un estudiante intenta desesperadamente mantener en alto la máscara de la perfección y la impecabilidad, y al hacerlo se siente tan desvalido en su interior? ¿Por qué la esposa engañada busca consuelo en el consumo excesivo de comidas dulces? ¿Por qué el adolescente triste se refugia en la anorexia? Aunque los trasfondos de estos planteamientos son complejos y difíciles de reducir a una causa común, en su origen generalmente está la pregunta “¿cuánto valgo? Por lo tanto, no es extraño que la cuestión de la justificación acabe siendo el tema central de la consejería cristiana.

En su publicación “A la nobleza cristiana de la nación alemana” de 1520, Lutero describe un “cambio gozoso” que se efectúa a través del evangelio. El teólogo escribe literalmente que a través de la fe ocurre un “intercambio de bienes”; mira qué bella imagen, amigo: lo que le pertenece a Cristo le es concedido al ser humano, y en sentido invertido lo que pertenecía al ser humano pasa a ser de Cristo. Jesús se hace cargo del pecado, la debilidad y transitoriedad que por naturaleza tenemos usted y yo, y en su lugar nos obsequia aquello que por naturaleza no tenemos: perdón, amor, justicia y vida eterna. Fíjate qué interesante entonces, amigo, que desde este punto de vista consejería significa hacer que las personas lleguen a ser conscientes de su propio valor la luz del evangelio. En Jesucristo, Dios nos ama más de lo que nosotros mismos nos amamos; Él ama inclusive los lados oscuros de nuestro carácter. “Justificación” significa entonces “revalorización del ser humano”: nosotros que por nuestra cuenta siempre pierde, somos revalorizados al relacionarnos con Cristo.

Amigo, quisiera terminar haciendo referencia a una carta que Lutero dirige a la esposa de un alcalde en el año 1543. Los registros muestran que Lutero debió levantar su conciencia después de que, un día enojada, ella había pronunciado palabras de maldición. La señora había dicho: “¡Que el diablo se lleve a todos aquellos que aconsejaron que mi esposo llegara a ser alcalde!”, y como esta frase le pesaba en su conciencia se dirigió al reformador. En su respuesta Lutero trata de invalidar esos sentimientos negativos, argumentando con una conclusión circular: Si el diablo le hace tener mala conciencia es seguro que es una mentira ya que se sabe que el diablo es un mentiroso. Por eso, si ella considera que el diablo la ataca no debe darle crédito a esa intuición. De esta manera, Lutero le da a la señora un consejo que podemos tomar para nosotros mismos: no te quedes con las acusaciones de tu conciencia sino mira a Aquel que es capaz de darte una buena conciencia. Él no deja a la señora en ese estado de ánimo y esos pensamientos negativos. Más bien la pone sobre esta roca: ¡Cristo ha quitado los pecados del mundo entero y también los de ella! Lutero no apacigua los temores de la conciencia de la atribulada ni trata de convencerla de lo contrario; él sabe lo pasajero y débil que es el consuelo propio. Más bien pone ante ella algo más grande: la une a Cristo.

Amigo, ¿cuántas personas conoces que tienen problemas para dormir, pues van a la cama y no pueden dejar de pensar en sus errores pasados? Quizás tú mismo recuerdas todos los días algún daño que hiciste hace mucho tiempo o inclusive algo que debiste hacer pero no hiciste. ¿Cómo es que puedes llegar a tener una buena conciencia, entonces? No trates de compensar sus malos actos con buenos; eso es inútil, allí siempre quedarás en deuda. La única manera de quedar en paz es mirando a Aquel que cargó con su culpa, la mía y la de todos. El diablo nos hace tambalear; Dios, en cambio, nos afirma. El diablo sacude nuestros fundamentos; Dios, en cambio, nos pone sobre la roca. El gran deseo de Lutero en la consejería era asegurar a las personas el perdón, la fidelidad y el amor de Dios.

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