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Seamos Hospitalarios 
(1ª parte)

Autor: William MacDonald

  La palabra discípulo ha sido por demás utilizada, y cada usuario le ha dado el significado de su conveniencia. El autor de este mensaje nos lleva a examinar la descripción de discipulado que presentó Jesús en sus enseñanzas, la cual se halla también en los escritos de los apóstoles, para que aprendamos y descubramos más acerca de este concepto.


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PE1992 – Estudio Bíblico  – Seamos Hospitalarios (1ª parte)



Una de las marcas de un verdadero discípulo es que es hospitalario. Su casa está abierta tanto para los de la familia de la fe, como también para los que no son cristianos. Es una de las maneras en que se puede demostrar el amor cristiano.

Lázaro, María y Marta eran buenos hospedadores. Su casa era un lugar en el que Jesús disfrutaba estar. Cada hogar cristiano puede ser un lugar así. Cuando hospedamos a cualquier persona en Su nombre, es como si lo estuviésemos hospedando a Él.

Una vez, una dama inglesa compró una casa en el Monte de los Olivos para poder servirle una taza de té a Jesús en su regreso. Ella podría haber hecho eso todos los días, sirviendo el té a uno de Sus seguidores. Pero, ahora ella se ha ido, y Jesús aún no ha regresado.

Nuestra hospitalidad no debería limitarse a nuestros parientes y amigos. Jesús expuso nuestra tendencia sumamente humana cuando dijo,“Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; no sea que ellos, a su vez, te vuelvan a convidar, y seas recompensado. Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos; y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos.”(Lc. 14:12-14).

Deberíamos tratar a cada huésped de la forma en que trataríamos a Jesús. Ése es el estándar exigido.

De acuerdo con la tradición del Medio Oriente, una persona es responsable de la seguridad de su huésped, aun cuando éste no le simpatice del todo. Esto explica la expresión del Salmo 23:“Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores.”Los angustiadores están allí, a cierta distancia, mirando al huésped de forma penetrante, pero él está a salvo gracias al cuidado del pastor.

Es de común cortesía no hablar mal de un invitado después de que se haya ido, no importa que tan mal se pueda haber comportado. A las personas involucradas en la obra del Señor, normalmente se les muestra la gentileza de Dios por causa de Cristo. Siempre es más cómodo estar del lado que recibe. Pero, estas personas también deberían ser modelos de hospitalidad. Su hogar también debería estar abierto para el pueblo del Señor. Lo que es cierto para los santos individualmente, debería funcionar así también en las congregaciones. A veces pienso en la maravillosa oportunidad que tiene una congregación al dar la bienvenida a aquellos que los visitan por primera vez, invitándolos a cenar en la casa de alguien, o en un restaurante. Es una práctica tan poco común, que los visitantes jamás la olvidan. Aunque tengan otros planes, la invitación produce en ellos un cálido sentimiento como respuesta a tal muestra de amor. Muchos permanecen hoy en las congregaciones, no por las enseñanzas sobre las profecías, o por la iglesia, sino porque fueron invitados a cenar la primera vez que aparecieron.

Permítame ilustrarle dos situaciones: 

Situación Nº 1: Tom y Fran se mudaron al vecindario recientemente. Llega la mañana del domingo y ellos deciden buscar una buena iglesia. Siendo entonces las 10:45, se los encuentra entrando a la capilla, algo intimidados. Las personas están ocupadas charlando en pequeños grupos. Un hombre los detiene, les da un apretón de manos y comenta acerca del agradable clima. Ellos van esquivando grupos de personas, intentando llegar a los asientos – en la parte trasera de la capilla. El servicio procede según el programa – buenos cantos, buen mensaje. Son las doce en punto y se escucha la oración para finalizar. La gente se levanta para irse. Por aquí y por allá algunos santos se acercan y murmuran: “¿Quiénes serán esos extraños?” – casi como si fueran intrusos. Otros charlan con sus amigos de forma animada, poniéndose al día con las noticias de la semana. Tom y Fran están casi llegando a la puerta cuando uno de los líderes los saluda: “Nos alegra tenerlos con nosotros hoy. Esperamos que vuelvan.” Se retiran y van a McDonald’s por una hamburguesa.

Situación Nº 2: Eufóricos a causa del nacimiento de su primer hijo, Ron y Ruth deciden comenzar a ir a la iglesia. Ellos no quieren que su hijo crezca siendo ateo. Se aproximan a la puerta de la capilla de manera temerosa. Allí, un ujier los saluda cálidamente, les pone al tanto de la guardería para niños, y les dice que se les invitará a almorzar. Ellos no lo saben, pero existe una regla en la congregación que dice que todos los extraños serán invitados a almorzar fuera. Justo antes de que el servicio comience, una pareja agradable se presenta e invita a los nuevos visitantes a su casa para comer. Ron y Ruth están relajados y sienten la calidez de esta iglesia. Esto nunca les había sucedido antes. En el almuerzo, el hospedador da gracias por los alimentos. La conversación es superficial – es simplemente un tiempo para conocerse. Sucede que tanto Ron como Ruth vienen de contextos cristianos, pero ninguno es creyente. La visita es un útil rompehielos. Los nuevos visitantes sienten que han encontrado personas que se interesan por ellos.

Pregunta: ¿Qué pareja tiene mayor posibilidad de regresar? Respuesta: Tom y Fran nunca regresaron. Ron y Ruth ahora son salvos y disfrutan de comunión con otros. Los resultados hablan por sí mismos.

¿Por qué dudamos tanto a la hora de hospedar extraños cuando ha demostrado ser tan gratificante en el pasado? El temor, probablemente, sea una de las razones principales – temor a lo desconocido, temor a la nueva situación, temor a la gente nueva, temor a no saber qué hacer o cómo hacerlo. Y por supuesto, existe el temor de no saber de qué hablar, de no ser lo suficientemente “espirituales”, de no ser capaces de testificar efectivamente. Una segunda razón es que tengamos otros planes para la tarde del domingo, y llevar extraños a casa puede interferir con esos planes. Luego, pensamos en el trabajo agregado, que hay que dejar la casa inmaculada, preparar la comida, y después hay que limpiar todo, y a la misma vez tratar de atender a las personas. La hospitalidad puede costar caro, dependiendo del menú, y esto puede llegar a desanimar a aquellos que disponen de un presupuesto limitado. Una última razón para no mostrar hospitalidad: Unos pocos escogidos en la congregación cargan con esa responsabilidad todo el tiempo. Ellos son los únicos que lo hacen, y después de un tiempo se vuelve algo rutinario.

En respuesta a la primera objeción, no hay necesidad alguna para temer. Simplemente debemos determinarnos a ser nosotros mismos, permitir que la gente nos vea como somos. No es necesario forzar el evangelio en sus vidas. Un simple agradecimiento, compartirles un testimonio, o leer algunos versículos después de comer es suficiente. Si vamos a ser hospitalarios, es posible que eso interfiera con nuestros planes para el domingo. Tenemos que determinar anticipadamente si esto va a ser uno de nuestros principales ministerios. La hospitalidad involucra trabajo e inconveniencia, y no deberíamos ofrecer al Señor aquello que no nos ha costado nada. Deberíamos recordar que lo que hacemos en Su nombre es considerado hecho para Él. ¡Imagine tener a Jesús en casa para almorzar el domingo! La hospitalidad no necesita ser costosa. No tenemos que cocinar un plato sofisticado. Algo sencillo, en buena compañía, es lo que realmente importa.

Pero, el ministerio de la hospitalidad no debería dejarse a uno o dos en la congregación. Si suficientes familias se encargaran de este ministerio, muchos extraños podrían ser alojados sin ser una carga para nadie en particular.

 

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