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Autor: Norbert Lieth

Pocos días antes de su muerte, Jesús habló a sus discípulos en el Monte de los Olivos. Este sermón contiene las más importantes declaraciones proféticas de la Biblia, que nos ayudan a ordenar cronológicamente los hechos futuros y nos desafían a alcanzar con el Evangelio a los que están afuera.


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PE2471- Estudio Bíblico
Señales de Su Venida (17ª parte)


 


¿Cómo le va, mi amigo? Espero que se encuentre bien. Retomando lo tratado en el programa anterior, sabemos que en el momento en que se cumpla Mateo 25 la Iglesia estará en el cielo, a punto de regresar como Esposa, juntamente con el Señor Jesús. Esto significa que el clamor a la medianoche del versículo 6, “¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!”, es hoy algo sumamente urgente para ella. Las señales del tiempo hablan un idioma claro. Cuanto más oscuras se vean las sombras que preceden a los acontecimientos de Mateo 24, tanto más cerca estará el arrebatamiento de la Esposa. En Mateo 24:6-7, por ejemplo, leemos: “Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes y hambres y terremotos en diferentes lugares”.

En los medios de comunicación “oímos” hoy permanentemente acerca de guerras y rumores de guerras. Por ejemplo, amigo: la Corte Internacional de Justicia resumió, en una estadística, que en la segunda mitad del siglo veinte el mundo vivió 250 guerras y más de 86 millones de civiles perdieron la vida. Esto es más que durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial juntas. A más de 170 millones de personas se las despojó de sus derechos, posesiones y dignidad. En el siglo XXI, la olla de rumores de guerra sigue borboteando. Nuestros diarios y noticieros están saturados de informes de conflictos, guerras y amenazas de guerra. Pensemos tan sólo en Irak, Afganistán, el terrorismo internacional, Corea del Norte, Irán, Siria y todo el Medio Oriente. A pesar de los terribles crímenes contra la humanidad cometidos en otros lugares, la atención del mundo está centrada en Israel y en el conflicto entre los judíos y los palestinos.

La Biblia nos revela hacia dónde nos llevarán y dónde culminarán todos estos conflictos en Joel 3:2: “Reuniré a todas las naciones, y las haré descender al valle de Josafat, y allí entraré en juicio con ellas a causa de mi pueblo, y de Israel mi heredad, a quien ellas esparcieron entre las naciones, y repartieron mi tierra”. Las naciones no tienen ni idea que ya se encuentran rumbo a los juicios divinos y a la catástrofe más grande de su historia; destaca cada vez más nítidamente lo que la Biblia ha predicho para los días finales.

Por ejemplo en el libro de Zacarías leemos: “Todas las naciones de la tierra se juntarán contra Jerusalén” (Zac. 12:3;14:2). Pero también dice: “Y en aquel día yo procuraré destruir a todas las naciones que vinieren contra Jerusalén” (Zac. 12:9). De esta manera, amigo, nos acercamos a la hora más oscura de la historia mundial, la medianoche, y es nuestro deber trabajar para que el clamor a la medianoche resuene con mayor potencia: “Aquí viene el esposo; salid a recibirle”.

Pero el regreso de Jesús para buscar a Su Esposa, la Iglesia, no será un día de luto, sino de júbilo y alegría. Apocalipsis 19:7 expresa: “Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero…”. Y Colosenses 1:12 agrega: “Con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz.” Por eso, como Esposa del Cordero preparémonos y vistámonos de lino fino. “Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos”, dice Apocalipsis 19:8. Es cuestión de despojarse “del viejo hombre con sus hechos” (Colosenses 3:9), vestirse de Cristo (Romanos 13:14) y andar en las acciones justas de los santos; en lo personal, en el matrimonio y la familia, en el trato con los demás, en la confesión y en el testimonio.

Ahora, siendo que el Señor Jesús dirigió esta parábola a Sus discípulos (Mateo 24:3 en adelante), corresponde preguntarnos: ¿A cuál de los grupos mencionados en la parábola pertenecen los discípulos? El Señor Jesús exhortó a Sus discípulos diciendo: “Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir” (Mt. 25:13). Creo que los discípulos, cuando el Señor Jesús dijo estas palabras en el Monte de los Olivos, estaban en la misma condición en que estará el pueblo judío inmediatamente antes del Milenio (es decir el reinado de Jesucristo en la tierra).

En aquel entonces los discípulos aún no representaban a la Iglesia, y por lo tanto, tampoco a la Esposa que espera el regreso del Esposo, sino que su condición era más bien la de las vírgenes, o sea, la de los invitados a la fiesta de bodas. Esto se puede ver claramente en Mateo 9:14-15: “Entonces vinieron a él los discípulos de Juan, diciendo: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos muchas veces, y tus discípulos no ayunan? Jesús les dijo: ¿Acaso pueden los que están de bodas tener luto entre tanto que el esposo está con ellos? Pero vendrán días cuando el esposo les será quitado, y entonces ayunarán”.

Aquí el Señor no describe a los discípulos como a la Esposa, sino como a los invitados a la fiesta de bodas, pues todavía no se habla de la Iglesia, sino que el tema es Israel. Más tarde, los apóstoles pondrían el fundamento de la Iglesia, pero aquí aún eran un símbolo del pueblo judío en los días finales, aún se encontraban en el umbral entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.

¿A quién representan las diez vírgenes, entonces? Bueno, en el Antiguo Testamento tenemos un interesante paralelismo con esta parábola. Lo encontramos en Amós 5:2-4 y dice de la siguiente manera: “Cayó la virgen de Israel, y no podrá levantarse ya más; fue dejada sobre su tierra, no hay quien la levante. Porque así ha dicho Jehová el Señor: La ciudad que salga con mil, volverá con ciento, y la que salga con ciento volverá con diez, en la casa de Israel. Pero así dice Jehová a la casa de Israel: Buscadme, y viviréis”.

Es como si la Biblia ya hablara aquí simbólicamente sobre la condición de Israel en los últimos días, cuando habrá un remanente de “diez vírgenes”, de las cuales solo cinco serán prudentes. La parábola nos muestra un juicio que vendrá sobre el pueblo judío, cuando regrese el Señor Jesucristo en gloria para establecer el Reino mesiánico. Las diez vírgenes representan a Israel al final del tiempo de Tribulación, a la medianoche, cuando el Señor venga por segunda vez. Son una imagen de la división dentro del pueblo judío y del juicio sobre Israel.

Mientras que la Iglesia, como Esposa unida a Jesús, esté en el cielo, Israel recibirá en la tierra la invitación para la cena de bodas, es decir, para la entrada al Reino mesiánico a punto de establecerse. Encontramos una maravillosa ilustración de ese suceso en el Antiguo Testamento, en el Cantar de Cantares: “He aquí es la litera de Salomón; sesenta valientes la rodean, de los fuertes de Israel. Todos ellos tienen espadas, diestros en la guerra; cada uno su espada sobre su muslo, por los temores de la noche. El rey Salomón se hizo una carroza de madera del Líbano. Hizo sus columnas de plata, su respaldo de oro, su asiento de grana, su interior recamado de amor por las doncellas de Jerusalén. Salid, oh doncellas de Sion, y ved al rey Salomón con la corona con que le coronó su madre en el día de su desposorio, y el día del gozo de su corazón. He aquí que tú eres hermosa, amiga mía; he aquí que tú eres hermosa; tus ojos entre tus guedejas como de paloma; tus cabellos como manada de cabras que se recuestan en las laderas de Galaad” (Cnt. 3:7-11; 4:1).

Se nos ilustran en este pasaje varias cosas. En primer lugar, Salomón se presenta como la imagen del Rey que ha de volver, Jesucristo, el Esposo, que vendrá para tomar posesión de Su trono real en Jerusalén y para presentar a su Esposa, que es la Iglesia. Los valientes armados con espadas, alrededor de él, son los ejércitos celestiales que le siguen (Ap. 19:14). Asimismo, el texto habla de los “temores de la noche”, lo que nos hace pensar en el clamor a la medianoche. Las doncellas de Sion, a las que se invita a salir, son una imagen de las vírgenes que han de ir al encuentro del Señor. La expresión “día de su desposorio”, nos indica que el Esposo ha llegado para celebrar la cena de bodas. Por último, se describe la hermosura de la Esposa (la Iglesia), y el Señor la presenta a Su pueblo Israel.

En Israel, durante el tiempo de Tribulación, llamado “tiempo de angustia para Jacob” (Jeremías 30:7), aumentará mucho la esperanza por la venida del Mesías. 144,000 judíos serán sellados (Apocalipsis 7:4-8). Los “dos testigos” (Apocalipsis 11:3 en adelante) y los “siervos fieles y prudentes” (Mateo 24:45-51) clamarán en la noche de la Tribulación: “¡Aquí viene el esposo!” Muchos creerán y, basándose en la Palabra de Dios, sabrán que la venida del Mesías es inminente. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento servirán de guía para ellos.

Ya hoy en día, los judíos mesiánicos en Israel emiten este clamor a la medianoche. En el año Nº 54 de celebración del día de la Independencia del Estado de Israel, las iglesias mesiánicas publicaron un alentador llamado en el periódico más importante de Israel. Las palabras finales, decían lo siguiente: “Conforme a las profecías del Antiguo y del Nuevo Testamento, los creyentes judíos mesiánicos creemos que Jesús, el hijo de David, es el Mesías para nuestra justificación y salvación. Cuando vino por primera vez, hace 2.000 años, cumplió con la Obra de salvación personal a través del sacrificio de Su sangre, que hace expiación de los pecados. Y cuando venga por segunda vez, en un futuro cercano, cumplirá con la prometida salvación nacional de nuestro pueblo”.

Pero no todos los integrantes del pueblo judío permitirán ser preparados para el día de la redención. Porque de la misma manera como hay un siervo fiel y prudente y otro malo, así también hay vírgenes prudentes y otras insensatas. En la parábola de las vírgenes, el Señor muestra lo que hace la diferencia: el aceite, imagen del Espíritu Santo que mora en la persona (vea Salmos 45:7; 89:20).


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