El Pecado que Nadie Confiesa (2ª Parte)
23 abril, 2013Sólo lo Mejor para Dios (2ª Parte)
23 abril, 2013Sólo lo Mejor para Dios
(1ª parte)
Autor: William MacDonald
La palabra discípulo ha sido por demás utilizada, y cada usuario le ha dado el significado de su conveniencia. El autor de este mensaje nos lleva a examinar la descripción de discipulado que presentó Jesús en sus enseñanzas, la cual se halla también en los escritos de los apóstoles, para que aprendamos y descubramos más acerca de este concepto.
DESCARGARLO AQUÍ
PE1825 – Estudio Bíblico
El Pecado que Nadie Confiesa (1ª parte)
Existe una línea de pensamiento a lo largo de las Escrituras, una verdad que reaparece constantemente en la inspiración de la Palabra. Se trata de la siguiente verdad: Dios quiere lo primero y Dios quiere lo mejor. Él quiere el primer lugar en nuestras vidas y Él quiere lo mejor que tenemos para ofrecer.
La Biblia comienza con la declaración de un hecho histórico:“En el principio creó Dios…”Esas palabras también deberían ser las primeras en nuestras vidas. Dios debería estar primero. Aquel que es digno del primer lugar no quedará satisfecho con menos que eso.
Cuando el Señor instituyó la Pascua, instruyó a los Israelitas a que presentaran un cordero inmaculado (lo leemos en Ex. 12:5): Nunca debían sacrificar algún animal que fuera cojo, ciego, defectuoso o tuviera alguna falencia (como está escrito en Dt. 15:21; y 17:1). Eso sería detestable.
Evidentemente, Dios no necesita animal alguno que el hombre pudiera ofrecerle. Cada bestia del campo le pertenece, y el ganado de mil colinas (como dice el Sal. 50:10). ¿Por qué entonces legisló que sólo se le ofrecieran animales perfectos? Lo hizo por el bien del hombre, no por Su propio bien. Lo hizo para enseñarle a su pueblo una verdad fundamental, es decir, que sólo encontrarían gozo, satisfacción y plenitud al darle a Él el lugar adecuado en sus vidas.
En Éxodo 13:2, Dios le ordena a su pueblo que aparten a sus hijos primogénitos y a los animales primogénitos para Él.“Conságrame el primogénito de todo vientre. Míos son todos los primogénitos israelitas y todos los primeros machos de sus animales” (dice en la NVI).En las antiguas culturas, el primer nacido representaba lo superlativo y lo de mayor estima. Es por eso que Jacob le dijo a Rubén, su primogénito:“Rubén, tú eres mi primogénito, mi fortaleza, y el principio de mi vigor; principal en dignidad, principal en poder”(así leemos en Gn. 49:3). Al Señor Jesús se le denomina“el primogénito de toda la creación”(en Col. 1:15) en el sentido de que Él es el más excelente, y que tiene la posición de mayor honor en toda la creación.
Al decir a Su pueblo que sacrifique a sus hijos primogénitos para Él, estaba tocando un nervio muy sensible, ya que el hijo mayor tenía un lugar de afecto especial en los corazones de los padres. Sin embargo, esto era, de hecho, para enseñarles a decir, según las palabras de William Cowper: “El objeto más preciado que conozco, sea cual fuere, ayúdame a arrojarlo delante del Trono, para adorarte sólo a Ti”.
Abraham aprendió esta lección en el Monte Moriah (como podemos leer en Gn. 22). Ahora, sus descendientes debían aprender la misma lección.
A continuación, Dios instruye a los granjeros para que traigan las primicias de los frutos de la tierra a la casa del Señor (así lo leemos en Ex. 23:19). Cuando se comenzaba a cosechar el grano de trigo, el granjero debía ir al campo, cosechar un puñado del primer grano y presentarlo como ofrenda al Señor. Esta ofrenda de las primicias, reconocía a Dios como el dador de la cosecha, y suplicaba que Él recibiera Su porción de la misma. Una vez más, es obvio que Dios no necesitaba grano alguno, pero el hombre necesitaba recordar continuamente que el Señor es digno de lo primero y de lo mejor. Cuando los animales sacrificados eran cortados, a los sacerdotes algunas veces se les permitía tomar ciertas partes, y quienes los ofrecían podían comer otras partes, pero la gordura siempre debía ofrecerse al Señor (como está escrito en Lv. 3:16).
La gordura era considerada como la mejor parte y la más rica del animal, y por lo tanto era ofrecida a Jehová. Nada, excepto lo mejor, era suficiente ante Él.
Esta obligación de colocar a Dios en primer lugar se extiende a cada área de la vida, no solamente al lugar de adoración sino también a la cocina. El pueblo del Señor debía ofrecer una torta de su primera masa como ofrenda, así lo leemos en Nm. 15:21:“De las primicias de vuestra masa daréis a Jehová ofrenda por vuestras generaciones”. Preparar una masa parece ser una tarea bastante mundana, no parece ser demasiado espiritual. Pero al ofrecer la primera masa al Señor, el judío piadoso confesaba que Dios debía tener el primer lugar en todas las áreas de su vida.
También estaba dejando a un lado cualquier distinción entre lo secular y lo sagrado. Si bien él sabía que Dios no necesitaba la masa, se daba cuenta que el Señor debía ser reconocido como el Dador del pan diario de todo hombre.
Fue Jehová quien estableció esto al instruir a los Levitas, y así lo leemos en Nm. 18:29:“De todos los dones que reciban, reservarán para mí una contribución. Y me consagrarán lo mejor”. Debido a que el hombre se asemeja a aquello que adora, es imperativo que se ocupe de apreciar adecuadamente a Dios. Los pensamientos que tienen en poca estima a Dios son destructivos. Únicamente cuando la criatura le da al Creador el lugar que merece, estará por encima de la carne y la sangre y alcanzará la dignidad para la cual fue diseñada. A medida que rastreamos esta verdad en el Antiguo Testamento, la vemos, también, cuando Elías encontró a una viuda destituida, en un lugar llamado Sarepta (lo cual se relata en 1 R. 17:7 al 16). Él le pidió que le diera agua para beber, y un poco de pan. Ella se disculpó, debido a que todo lo que tenía era un puñado de harina y un poquito de aceite (lo suficiente para hacer su última comida para ella y su hijo, antes de morir de hambre).
“No te preocupes”, dijo el profeta:“hazme a mí primero de ello una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela; y después harás para ti y para tu hijo”.Ahora, esto parecería ser un pedido increíblemente egoísta, ¿no es cierto? Parecería que el profeta era culpable de una mala educación inexcusable. Siempre se nos ha enseñado que veamos las necesidades de otros y que los sirvamos antes que a nosotros mismos. Decir “Sírveme a mí primero”, es una grosera falencia diplomática. Pero, debemos entender que Elías era el representante de Dios. Él estaba allí en lugar de Dios. No era culpable ni de egoísmo ni de ser grosero. Era como si él dijera “mira, soy el varón de Dios. Al servirme a mí primero, en realidad le estás dando a Dios el primer lugar, y siempre que hagas eso nunca tendrás carencia para las necesidades de la vida. La harina de tu barril nunca se agotará y tu aceite de oliva nunca se acabará. Y fue eso precisamente lo que sucedió.”
Salomón afirmó el hecho de que Dios reclama el primer lugar en nuestra vida, con aquellas conocidas palabras de Prov. 3:9:“Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos”. Esto significa que cada vez que recibimos un aumento en nuestro salario, deberíamos asegurarnos que el Señor sea el primero en recibir Su porción.
Debemos terminar aquí por hoy, pero en el próximo programa veremos como esta verdad, este principio divino de que Dios de que Dios debe tener el primer lugar en nuestra vida, lo encontramos, también, en el Nuevo Testamento. ¡Hasta entonces y qué Dios les bendiga!