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Sólo lo Mejor para Dios 
(2ª parte)

Autor: William MacDonald

    La palabra discípulo ha sido por demás utilizada, y cada usuario le ha dado el significado de su conveniencia. El autor de este mensaje nos lleva a examinar la descripción de discipulado que presentó Jesús en sus enseñanzas, la cual se halla también en los escritos de los apóstoles, para que aprendamos y descubramos más acerca de este concepto.  


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PE1826 – Estudio Bíblico
El Pecado que Nadie Confiesa (2ª parte)



¿Cómo están amigos? ¡Qué gusto saludarlos! Hemos visto en el programa anterior que: Existe una línea de pensamiento a lo largo de las Escrituras, una verdad que reaparece constantemente en la inspiración de la Palabra. Se trata de lo siguiente: Dios quiere lo primero y Dios quiere lo mejor. Él quiere el primer lugar en nuestras vidas y Él quiere lo mejor que tenemos para ofrecer. Aquel que es digno del primer lugar, no quedará satisfecho con menos que eso.

Esta obligación de colocar a Dios en primer lugar se extiende a cada área de la vida. Únicamente cuando la criatura le da al Creador el lugar que merece, está por encima de la carne y la sangre y alcanza la dignidad para la cual fue diseñada.

Salomón afirmó el hecho de que Dios reclama el primer lugar en nuestra vida, con aquellas conocidas palabras de Prov. 3:9:“Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos”.

Ahora bien: Al llegar al Nuevo Testamento, escuchamos al Señor, también, insistir en que Dios debe tener el primer lugar. Por ejemplo en Mt. 6:33, cuando dice:“Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Ésta es la misma verdad que Elías compartió con la viuda; aquellos que le dan al Señor el lugar de supremacía en sus vidas, nunca tendrán que preocuparse por las necesidades básicas de la vida.

Quizás estemos tan familiarizados con el Padre Nuestro (el cual leemos en Mt. 6:9 al 13), que perdemos de vista el significado del orden allí establecido. Él nos enseña a poner a Dios primero (“Padre nuestro que estás en los cielos”,y también Sus intereses (“Venga tu reino, hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”). Únicamente entonces, y no antes, nuestras peticiones personales serán bienvenidas (“El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”, etc.)

Así como Dios el Padre debe tener el lugar de supremacía, también debe tenerlo el Señor Jesús, quien es miembro de la Divinidad. Así lo leemos en Colosenses 1:18:“… para que en todo tenga la preeminencia.”

El Salvador insistió en que Su pueblo le amara a Él en primer lugar, y que cualquier otro amor, en comparación, fuera como odio:“Si alguno viene a Mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo”.Jesús debe tener el primer lugar en nuestro amor.

Desafortunadamente, el Señor no siempre obtiene el primer y mejor lugar de parte de su pueblo. En los días de Malaquías, cuando era tiempo de presentar una ofrenda al Señor, un granjero guardaba sus mejores animales para reproducirlos o para venderlos, y le daba al Señor las sobras. Era como si dijera que el Señor se conformaba con cualquier cosa que le ofreciéramos. Las ganancias del mercado estaban en primer lugar. Es por eso que leemos en el cap. 1, vers. 8, de su libro, que Malaquías dijo vehementemente:“Y cuando ofrecéis el animal ciego para el sacrificio, ¿no es malo? Asimismo cuando ofrecéis el cojo o el enfermo, ¿no es malo? Preséntalo, pues, a tu príncipe; ¿acaso se agradará de ti, o le serás acepto? dice Jehová de los ejércitos”.

Pero, eso era en los días de Malaquías. ¿Qué sucede hoy en día? ¿Cómo podemos darle al Señor lo primero y lo mejor? Lo pensamos mientras vamos a una pequeña pausa y volvemos enseguida.

Lo que escuchamos antes sucedía en los días de Malaquías. Y nos preguntamos antes de la pausa: ¿Qué sucede hoy en día? ¿Cómo podemos darle al Señor lo primero y lo mejor? ¿Cómo podemos llevarlo a la práctica en nuestras vidas? Podemos hacerlo en nuestra empresa, al obedecer a aquellos que están por encima nuestro; trabajando de corazón como para el Señor, no para los hombres; siendo conscientes que es al Señor Jesucristo a quien servimos (cumpliendo así las palabras de Col. 3:22 al 25). Si las exigencias del trabajo comienzan a tener prioridad sobre las exigencias de Cristo, debemos estar dispuestos a decir las palabras que leemos en Job 38:11:“Hasta aquí llegarás, y no pasarás adelante, y ahí parará el orgullo de tus olas”. Deberíamos estar dispuestos a hacer más por nuestro Salvador más de lo que haríamos por una corporación. Podemos hacerlo en nuestros hogares, también, al mantener fielmente un culto familiar durante el cual leemos la Biblia y oramos en conjunto. Sí, así podemos hacerlo, educando a nuestros hijos para el Señor y no para el mundo, para el cielo y no para el infierno.

Podríamos decir esto, con las palabras de Mary A. Thomson: “Entrega tus hijos para proclamar el mensaje glorioso; Entrega tu riqueza para que puedan hacerlo más velozmente; Derrama tu alma a favor de ellos en oración victoriosa; Y todo lo que inviertas, Jesús lo recompensará.

Cierta madre cristiana pensaba que Cristo estaba en el primer lugar de su vida, pero un día su hija vino de la Escuela Bíblica, y le dijo: “Mamá, Dios me ha llamado al campo misionero”. La madre respondió: “sobre mi cadáver, Isabel”.

Otra madre, trabajaba sin cesar en la cocina, mientras un predicador estaba de visita conversando con su hijo en el living. El predicador le hablaba de las maravillosas oportunidades para que este joven dispusiera sus talentos para la obra del Señor. Fue allí que una voz estridente provino de la cocina: “No le hable de esas cosas a mi hijo. No es lo que he planeado para él”.

Un episodio más feliz, cuenta que Spurgeon le dijo a su hijo: “Si Dios te llamara al campo misionero, no me gustaría ver que te rebajes a ser un rey”.

Nos volvemos a preguntar: ¿Cómo podemos darle al Señor lo primero y lo mejor? ¿Cómo podemos llevarlo a la práctica en nuestras vidas? Podemos hacerlo en nuestra iglesia local, al asistir fielmente y brindar una participación entusiasta. George Mallone cuenta de un anciano de la iglesia el cual declinó una invitación para participar de una cena presidencial en la Casa Blanca, debido a que sus responsabilidades como anciano no le permitían tener la noche libre. Veamos otro caso: Luego que Michael Faraday expuso en forma brillante la naturaleza y propiedades del imán, la audiencia votó para darle una declaración de felicitaciones. Pero, Faraday ya no estaba allí para recibirla. Había ido a la reunión de oración de mitad de semana en su iglesia, la cual nunca tuvo más de veinte miembros.

Podemos poner a Dios en primer lugar, también, en nuestra mayordomía de las cosas materiales. Lo hacemos al adoptar un estilo de vida sencillo, de modo que todo superávit se invierta en la obra del Señor. Lo hacemos al compartir con aquellos que tienen necesidades espirituales y físicas. En resumen, lo hacemos al invertir en las cosas de Dios y en la eternidad.

Pero, la forma más significativa en la que podemos darle a Dios el primer lugar es presentándole nuestras vidas a Él, entregándonos nosotros mismos a Él, no sólo para ser salvos, sino también para poder servirle. Cualquier cosa que esté por debajo de eso no es suficiente, si lo comparamos con lo que Él hizo por nosotros.

La sabiduría actual anima a que los creyentes inviertan la mejor parte de sus vidas para ganar dinero, para vivir en el lujo y la comodidad, y así poder darle al Señor sus años de jubilación. Pero muchos sufren gran agotamiento en su vejez, haciendo que no les queden muchos años ni fuerza disponibles. Algo más sabio es rendir la vida a Cristo en la juventud, cuando la fuerza, el amor y el entusiasmo están en su pico más alto. Es mejor hacer esto que darle al Señor lo que Thomas Gill denomina nuestros deseos débiles; nuestra pobreza; nuestros residuos; nuestro fuego decadente; las cenizas de nuestro corazón.

Dios quiere lo primero y lo mejor. Él merece ambas cosas.

La única pregunta que debemos hacernos es: “¿obtendrá lo que quiere de mí?”

 

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