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Una prueba decisiva
(1ª parte)

Autor: Wolfgang Bühne

Después de catorce años de tranquilidad y obra edificadora, la confianza ejemplar y la decisión de Ezequías fueron sometidas a una prueba de fuego.

 


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PE2064 – Estudio Bíblico
Una prueba decisiva (1ª parte)



Hola, amigos! Para comenzar con el tema: “Una prueba decisiva”, vamos a leer 2 Re. 18:13 al 20:

“A los catorce años del rey Ezequías, subió Senaquerib rey de Asiria contra todas las ciudades fortificadas de Judá, y las tomó. Entonces Ezequías rey de Judá envió a decir al rey de Asiria que estaba en Laquis: Yo he pecado; apártate de mí, y haré todo lo que me impongas. Y el rey de Asiria impuso a Ezequías rey de Judá trescientos talentos de plata, y treinta talentos de oro. Dio, por tanto, Ezequías toda la plata que fue hallada en la casa de Jehová, y en los tesoros de la casa real. Entonces Ezequías quitó el oro de las puertas del templo de Jehová y de los quiciales que el mismo rey Ezequías había cubierto de oro, y lo dio al rey de Asiria. Después el rey de Asiria envió contra el rey Ezequías al Tartán, al Rabsaris y al Rabsaces, con un gran ejército, desde Laquis contra Jerusalén, y subieron y vinieron a Jerusalén. Y habiendo subido, vinieron y acamparon junto al acueducto del estanque de arriba, en el camino de la heredad del Lavador. Llamaron luego al rey, y salió a ellos Eliaquim hijo de Hilcías, mayordomo, y Sebna escriba, y Joa hijo de Asaf, canciller. Y les dijo el Rabsaces: Decid ahora a Ezequías: Así dice el gran rey de Asiria: ¿Qué confianza es esta en que te apoyas? Dices (pero son palabras vacías): Consejo tengo y fuerzas para la guerra. Mas ¿en qué confías, que te has rebelado contra mí?

Habían pasado catorce años, es decir casi la mitad del reinado de Ezequías. Habían sido años de enormes cambios y reformas. La determinación del rey había hecho mella. Esta larga etapa en la vida de Ezequías recibió una valoración maravillosa de parte de Dios, testificando que toda su obra la hizo “de todo corazón” y “fue prosperado” (como leemos en 2 Cr. 31:21).

Después de catorce años de tranquilidad y de obra edificadora, la confianza ejemplar y la decisión de Ezequías fueron sometidas a una prueba de fuego. Dios permitió que el rey de Asiria, Senaquerib, cuyo predecesor algunos años atrás había llevado en cautiverio al reino del norte de Israel, se fijase en el insumiso rey de Judá que se había rebelado contra él y llevaba años negándose a pagar los tributos pendientes (según dice 2 Re. 18:7).

Ahora Senaquerib movilizó sus ejércitos e invadió Judá. Tomó “todas las ciudades fortificadas de Judá” y marchaba ya hacia Jerusalén. ¿Cómo reaccionará Ezequías ahora – él, quien como ningún otro había puesto su confianza en Dios? ¿Pondría toda su esperanza en Dios, como al principio de su vida en la fe, por muy amenazadoras que fueran las potencias enemigas? Las pruebas muestran lo que hemos aprendido en la escuela de Dios. El relato paralelo en 2 Cr. 32 introduce el sitio de los asirios con las siguientes palabras: Después de estas cosas y de esta fidelidad vino Senaquerib…”

Después de un tiempo de bendición, Dios a veces permite las pruebas en forma de circunstancias que amenazan nuestra vida, para probar nuestra confianza y nuestra constancia. Debemos conocer nuestros corazones engañosos que en los tiempos de bendiciones muy pronto corren el peligro de enorgullecerse y atribuirse a sí mismos todas las victorias y progresos. Una fe que no ha sido puesta a prueba no es fe. A menudo el Señor prueba justo aquellas propiedades que nosotros o nuestros hermanos en la fe calificamos de nuestro fuerte. Quiere hacernos ver que aun el creyente más espiritual y experimentado es capaz de cometer toda clase de torpezas, si no deja que la gracia de Dios lo guarde.
Moisés, el hombre “más manso que todos los hombres que había sobre la tierra” (según Nm. 12:3), tuvo que experimentar dolorosamente que “perdió la paciencia” y con una ira, no precisamente santa, golpeó la peña en vez de hablarle como Dios le había mandado. Y si no que le pregunten a Elías y a Pedro, lo profundo que se puede caer cuando confiamos en nosotros mismos. El enebro y el fuego en el patio del sumo sacerdote fueron testigos de ello.

¿Puede ser que ahora haya una retrospectiva peligrosa en la vida de Ezequías?

Podemos imaginarnos que después de tantos años de experiencias políticas positivas, este ataque enemigo lo tomó por sorpresa. Las pruebas a menudo vienen del lado por donde menos se esperan.
¿Convocó a una reunión con sus principales en esta situación tan crítica? ¿O acaso se retiró a orar para buscar la dirección de Dios? Probablemente no lo hizo. Quizá recordó la táctica de Acaz, su padre impío, que en una situación parecida apaciguó al rey de Asiria con el oro y la plata del templo.

Ezequías, quien en su juventud había escogido al rey David como modelo, ahora, en la mitad de su vida, de repente, se orienta tomando otras pautas. Echa mano de medidas meramente humanas para escapar del peligro inminente, adulando a Senaquerib de forma casi servil: “Yo he pecado; apártate de mí, y haré todo lo que me impongas.”

En vez de confesar al Dios de Israel su poca fe y pedir Su ayuda, vuelve compungido e incondicionalmente a aquel cuyo yugo había echado de sí tan decididamente hacía algunos años. Paul Humburg escribe al respecto: “En la hora de tribulación la fe de Ezequías cae a un nivel más bajo de lo que estamos acostumbrados a ver en él. Escoge ideales más bajos. En las horas de fe, en su corazón no hubo lugar para el temor. En el momento de la angustia y del aprieto quiere ayudarse él mismo y echa mano de esta medida indigna.”

Y el precio fue altísimo: El asirio le exigió 30 talentos de oro y 300 talentos de plata – lo cual equivale aproximadamente a una tonelada de oro y diez toneladas de plata. En aquel entonces, como hoy, esto era un precio desmesuradamente alto, y Ezequías estuvo dispuesto a pagarlo.

Los compromisos que no se sujetan a la Biblia, exigen siempre un alto precio en la vida espiritual y no cumplen las expectativas.

Veamos cuál es: El precio que hay que pagar por hacer compromisos que no están de acuerdo con la Biblia

Para juntar esa enorme cantidad, Ezequías tuvo que dar su propia fortuna de oro y plata, y más aún, todo el oro y la plata que se hallaban en el templo. La Biblia describe esta trágica escena con pocas palabras, pero de gran peso: “Entonces Ezequías quitó el oro de las puertas del templo de Jehová y de los quiciales que el mismo rey Ezequías había cubierto de oro, y lo dio al rey de Asiria.”

Ezequías probablemente había estado juntando este tesoro y estas reservas de oro y plata, durante años y con mucho esfuerzo. Y, ahora, en pocas horas estaba dispuesto a arrancar y entregar lo que – visto tipológicamente – hablaba de la gloria de Dios y del precio de la redención.

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