Una prueba decisiva (1ª parte)
17 agosto, 2015Golpe tras golpe (1ª parte)
17 agosto, 2015 Una prueba decisiva
(2ª parte)
Autor: Wolfgang Bühne
Después de catorce años de tranquilidad y obra edificadora, la confianza ejemplar y la decisión de Ezequías fueron sometidas a una prueba de fuego.
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PE2065 – Estudio Bíblico
Una prueba decisiva (2ª parte)
¿Cómo están amigos? Después de un tiempo de bendición, Dios a veces permite las pruebas en forma de circunstancias que amenazan nuestra vida, para probar nuestra confianza y nuestra constancia.
¿Puede ser que haya una retrospectiva peligrosa en la vida de Ezequías?
Podemos imaginarnos que después de tantos años de experiencias políticas positivas, el ataque enemigo lo tomó por sorpresa. Las pruebas a menudo vienen del lado por donde menos se esperan.
¿Convocó a una reunión con sus principales en esta situación tan crítica? ¿O acaso se retiró a orar para buscar la dirección de Dios? Probablemente no lo hizo. Quizá recordó la táctica de Acaz, su padre impío, que en una situación parecida apaciguó al rey de Asiria con el oro y la plata del templo.
Ezequías, quien en su juventud había escogido al rey David como modelo, ahora, en la mitad de su vida, de repente, se orienta tomando otras pautas. Echa mano de medidas meramente humanas para escapar del peligro inminente, adulando a Senaquerib de forma casi servil: “Yo he pecado; apártate de mí, y haré todo lo que me impongas.”
En vez de confesar al Dios de Israel su poca fe y pedir Su ayuda, vuelve compungido e incondicionalmente a aquel cuyo yugo había echado de sí tan decididamente hacía algunos años. Paul Humburg escribe al respecto: “En la hora de tribulación la fe de Ezequías cae a un nivel más bajo de lo que estamos acostumbrados a ver en él. Escoge ideales más bajos. En las horas de fe, en su corazón no hubo lugar para el temor. En el momento de la angustia y del aprieto quiere ayudarse él mismo y echa mano de esta medida indigna.”
Y el precio fue altísimo: El asirio le exigió 30 talentos de oro y 300 talentos de plata – lo cual equivale aproximadamente a una tonelada de oro y diez toneladas de plata. En aquel entonces, como hoy, esto era un precio desmesuradamente alto, y Ezequías estuvo dispuesto a pagarlo.
Los compromisos que no se sujetan a la Biblia, exigen siempre un alto precio en la vida espiritual y no cumplen las expectativas.
El precio que hay que pagar por hacer compromisos que no están de acuerdo con la Biblia
Para juntar esa enorme cantidad, Ezequías tuvo que dar su propia fortuna de oro y plata, y más aún, todo el oro y la plata que se hallaban en el templo. La Biblia describe esta trágica escena con pocas palabras, pero de gran peso: “Entonces Ezequías quitó el oro de las puertas del templo de Jehová y de los quiciales que el mismo rey Ezequías había cubierto de oro, y lo dio al rey de Asiria.”
Ezequías probablemente había estado juntando este tesoro y estas reservas de oro y plata, durante años y con mucho esfuerzo. Y, ahora, en pocas horas estaba dispuesto a arrancar y entregar lo que – visto tipológicamente – hablaba de la gloria de Dios y del precio de la redención.
¿Qué recuerdos pasarían por la mente de Ezequías al arrancar el oro de las puertas y de los quiciales que él mismo había recubierto hacía algunos años, y al entregarlo todo a los asirios?
Nunca olvidaré cómo un antiguo colaborador, apreciado y dotado para la obra evangelística entre la juventud, vino a mí con varias cajas de cartón llenas de valiosos libros. Cuando era más joven había trabajado y ahorrado mucho para poder comprarse esos comentarios y biografías, que luego había leído sacando gran provecho de ellos. Me los entregó con las siguientes palabras: “Toma, para mí ya no tienen ninguna utilidad. Quizás puedes aprovecharlos tú, o se lo das a alguien que se interese por ellos.”
Al menos no quiso dinero por estos desechos eliminados…
“Compra la verdad y no la vendas” (nos dice Prov. 23:23).
Es muy deprimente ver casos parecidos en nuestros días. No son pocos los hermanos que durante años han dado a muchos creyentes orientación y ejemplo por su fidelidad, entrega y temor de Dios, y que después, en relativamente poco tiempo, parecen abandonar las convicciones bíblicas vividas y predicadas durante años.
Las diferentes situaciones de crisis que Dios permite para probarnos, a menudo originan que echemos por la borda valores espirituales y morales como si fueran un peso superfluo. Eso es muy triste. Solo en las tormentas de nuestra vida, en las situaciones de crisis en la Iglesia, donde el viento del postmodernismo nos sacude y parece relativizar todo, se revela si nuestra teología hasta ese momento era meramente un asunto de la mente y dogmas adoptados de otros. O si es una convicción que Dios nos ha dado basada en la Biblia y que defendemos con todas nuestras fuerzas. La sed de honores, el afán por tener éxito, las ansias de armonía, el hambre de poder y, lamentablemente también, el puro materialismo, son las causas más profundas por las que muchos líderes espirituales parecen perder toda orientación en nuestro tiempo.
Las posiciones bíblicas básicas por las que muchos reformadores estaban dispuestos a morir en la hoguera, hoy con ligereza se califican de anticuadas y rápidamente se echan a la basura. Esto es para asombrarse. Pensemos, por ejemplo, cómo en la teología liberal y ya también dentro del movimiento evangélico de la iglesia emergente, se habla en tono burlón y despectivo de la muerte expiatoria del Hijo de Dios en la cruz. Algunas misiones que hace décadas empezaron como obra de fe dando ejemplo positivo, ahora no rehúyen “lloriquear y exponer sus necesidades económicas continuamente ante un mundo cínico.”
Es para exclamar como Jeremías, en Lam. 4:1: “¡Cómo se ha ennegrecido el oro! ¡Cómo el buen oro ha perdido su brillo! Las piedras del santuario están esparcidas por las encrucijadas de todas las calles”.
¡Veamos que consiguió Ezequías con el: Oro perdido!
Lo que Acaz, su padre impío, consiguió al entregar los tesoros de la casa de Dios, no funcionó con Ezequías. Aunque el rey de Asiria con mucho gusto aceptó el oro y la plata, ni soñando pensó en cambiar sus planes de asedio. Ezequías tuvo que experimentar lo necio que es confiar en los hombres.
Dios se preocupó de que el heraldo de Senaquerib, a oídos de Ezequías y de toda Jerusalén, planteara en alta voz la pregunta burlona: “¿Qué confianza es ésta en que te apoyas? … Mas ¿en qué confías?”
Es para avergonzarse cuando Dios tiene que hacernos tal pregunta por boca de hombres impíos.
Muy desagradable para Ezequías, puesto que su confianza en Dios era lo que lo caracterizaba.
¡Qué vergüenza, cuando los creyentes dan ocasión a artículos burlones en la prensa secular, por ejemplo, sobre intrigas dentro de “misiones de fe evangélicas” y sus líderes!
Qué razón tenía Paul Humburg, cuando dijo:
“Los caminos que emprendemos con nuestras propias fuerzas y sabiduría siempre acarrean humillaciones. Precisamente cuando queremos mostrar nuestra inteligencia, sale a la luz nuestra necedad. Cuando confiamos en nuestra fuerza, se revela nuestra impotencia: humillaciones que Dios quisiera que no tuviéramos que pasar por ellas.”