Viviendo por encima del promedio – I (3ª parte)

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Autor: William MacDonald

En los distintos temas que vamos a tratar, estaremos pensando en varios grandes momentos del tiempo, cuando los cristianos tomaban los dichos de Jesús literalmente, amando a sus enemigos, perdonando a sus enemigos, devolviendo bien por mal, resistiendo sin represalias, dando sin esperar algo a cambio a la brevedad, sólo preguntándose: “¿Qué haría Jesús?”, y luego haciéndolo.

 


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PE2110 – Estudio Bíblico
Viviendo por encima del promedio – I (3ª parte)



Hola amigos! ¿Cómo están? Seguimos viendo ejemplos de cristianos que siguieron los dichos de Jesús literalmente, y vivieron por encima del promedio. El siguiente lo podríamos titular: Gran paz en la tristeza.

Hace años, H.A. Ironside contó una historia inolvidable sobre una viuda australiana. Esta creyente era una mujer de Dios. La profundidad de su espiritualidad era evidente para todos. Su vida estuvo marcada por una fe inamovible en el Señor y por una profunda sumisión a Él.

Cuando su esposo murió, ella quedó con cinco hijos para criar. Encontró fuerzas en el Salmo 146:9: “Al huérfano y a la viuda sostiene.” Era una promesa que ella reclamaba con entusiasmo. Los chicos tuvieron el gran privilegio de crecer en “la disciplina y amonestación del Señor.” En su momento, todos confesaron a Jesucristo como Señor y Salvador.

Luego estalló la guerra y los cinco jóvenes respondieron al llamado de su país. Quizás ellos mismos pidieron ser asignados al mismo regimiento del ejército. Su madre los encomendaba al Señor día a día, sabiendo que sus vidas estaban bajo Su cuidado y control.

Un día, miró por la ventana hacia afuera y vio a un hombre caminando hacia la puerta de entrada. Ella sabía exactamente quién era él. Era el ministro, el capellán del pueblo, quien tenía asignado notificar a las familias cuando sus seres queridos morían o se perdían en el combate. Él, también, era un cristiano devoto, quien tenía una triste responsabilidad.

Ella fue hacia la puerta, y él estaba parado con un telegrama amarillo en su mano. El tiempo parecía haberse detenido. Tras haber intercambiado saludos, lo invitó a que entrara. Cuando se sentaron, ella finalmente pudo preguntar: ¿Cuál?

Responderle fue algo muy difícil. Temía que la noticia fuera demasiado para ella. Pero, ella estaba esperando, ansiosa por saber cuál de sus hijos había caído en el combate.

Finalmente lo pudo expresar: “Los cinco.”

Su cara palideció. Su mentón temblaba. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Luego dijo, con su característico espíritu de fe: “Eran todos de Él. Él los llevó para estar con Él.”

Juntos se arrodillaron para orar. “No hubo histeria, ni murmuraciones, ni amargura, ni quejas. Cuando sus hijos partieron del hogar con el llamado de su país, ella los había encomendado al Dios que guarda Sus pactos, y conocía muy bien a su Salvador como para cuestionar Su amor o Su sabiduría. La de ella, era la paz que sobrepasa todo entendimiento, y su testimonio significaba más en ese pueblo que todos los sermones predicados durante años.”

La historia no sugiere que todos los creyentes puedan reaccionar de la misma manera que lo hizo esta viuda cristiana. Obviamente, el Señor le dio una gracia especial frente a esta abrumadora pérdida. Llorar la muerte de un ser querido no es una vergüenza ni un fracaso. Incluso el Señor Jesús lo hizo. Pero, el incidente muestra que los cristianos son diferentes en la hora del dolor abrumador, tan diferentes que el mundo mira y se sorprende. Cuando los creyentes se apropian de las promesas de Dios, tienen recursos escondidos de los cuales los demás no saben nada.

Continuamos ahora con otro ejemplo, que podríamos titular: El costo de la obediencia.

La vida era una brisa para Bud Brunke. Tenía una esposa encantadora, Janice, seis hijos, y era socio en un negocio de mantenimiento de aeronaves, en un pequeño aeropuerto en Elgin, Illinois. El mundo era su ostra, o al menos, eso pensaba él.

De repente, sin embargo, su paz fue trastornada cuando los pensamientos de su condición espiritual comenzaron a molestarlo. Hasta ese momento, había sido diácono y miembro fiel de la Iglesia Luterana local, pero esto no lo satisfacía. Lo que más le inquietaba de la iglesia era el bautismo infantil. Él no podía tolerar la idea de que salpicar con agua a un niño lo hiciera miembro de Cristo y un heredero del reino de Dios. Por un conjunto de extrañas circunstancias, comenzó a tomar clases en una escuela bíblica nocturna. En las semanas sucesivas la luz resplandeció en su alma, y se convirtió en un cristiano comprometido, mientras miraba la transmisión de una cruzada evangelística.

Desde el principio, Bud tuvo un profundo deseo de conocer la Palabra de Dios y obedecerla. Si hubiera pensado que cuando fuera salvo no tendría más problemas, se habría equivocado. Hubo un problema en particular que se destacó. Ahora estaba asociado con un hombre que no era creyente. Antes, esto nunca había sido un problema. Pero ahora él leía en 2 Co. 6:14 al 18: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios y ellos me serán a mí por pueblo. Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre y me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso ”.

Estas palabras apuñalaban a Bud todas las veces que las leía. “¿Qué parte tiene el creyente con el incrédulo?” Era verdad. Su socio y él estaban en diferentes longitudes de onda. Tenían valores distintos. Las prácticas poco éticas nunca habían sido un problema antes, pero ahora cobraron mucha importancia. Era como si un buey y un asno estuvieran atados juntos. Ellos no tiraban juntos.
Bud sabía lo qué debía hacer. Tenía que salirse del yugo desigual. Pero el negocio de mantenimiento de aeronaves era su vida. Tenía que pensar en su familia. No tendrían medios visibles de sustento si él renunciaba. ¿Cómo vivirían?

Primero, decidió consultar a un anciano de la iglesia local. Le contó al anciano toda la historia acerca de cómo se encontraba entre la espada y la pared.

El anciano dijo: “No hay un gran problema aquí. Sólo compra la parte de tu socio para ser el único dueño del negocio.”
“No tengo suficiente dinero para hacer eso.” “En ese caso, ¿por qué no dejas que él compre tu parte?” Valía la pena investigar esa posibilidad. Habló con el socio, y para su sorpresa, el socio parecía conforme con la idea. Prometió pagarle a Bud $ 40.000 por su parte del negocio. Parecía la solución ideal al problema. El dinero comenzó a gotear. Los cheques mensuales eran de $ 200. Luego los pagos se tornaron esporádicos. Más tarde, cuando Bud fue a cobrar los cheques, retornaban con la notificación “fondos insuficientes.” A Bud no le sorprendió cuando se enteró de que su socio se había declarado en bancarrota.

La determinación de Bud de obedecer el mandamiento de “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos” le había costado entre $38.000 y $40.000. ¿Qué debía hacer? Pero Dios no había olvidado Su promesa: “Y seré para vosotros por Padre”. En poco tiempo Bud fue a trabajar para un cristiano, un cargo en el que permaneció 25 años. Cuando llegó a los 65 años y se jubiló, recibió un pago que era tres veces más de lo que había perdido. Así es el Señor. Él no es deudor de ningún hombre.

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