PE-2939 | Autor: Esteban Beitze
¿Con qué alimentamos nuestra vida? La alimentamos con lo que vemos, oímos y con quiénes estamos. Todo alimenta de alguna forma: o nuestra carne o nuestra vida espiritual.
¿Con qué alimentamos nuestra vida? La alimentamos con lo que vemos, oímos y con quiénes estamos. Todo alimenta de alguna forma: o nuestra carne o nuestra vida espiritual.
¿Has experimentado ya la mano poderosa del Señor en el pasado? ¡Qué bueno y necesario es recordar lo que el Señor ha hecho! Servirá para fortalecernos y animarnos a tener fe en el Dios que no cambia. También nos recordará lecciones que aprendimos o debemos aprender.
Quizás esto nos suene familiar. A veces decimos: “ya no puede ser peor” y justo allí viene otro golpe. Dios siempre está en control. Sigamos confiando en Él.
Una vida invertida para uno mismo es una vida perdida, pero una invertida para el bien del prójimo y la gloria del Señor tendrá recompensa en esta tierra y por la eternidad. Esta mujer anónima es una heroína de la Biblia.
¿Cómo actuamos cuando todo nos falla? ¿A dónde acudimos si lo perdimos todo? Estas tragedias nos sacuden y pueden hacernos cuestionar a Dios, pero la sunamita no se dejó desanimar.
Por eso, basándonos en esta promesa, ante cada decisión podemos preguntar: Señor, ¿voy o me quedo? ¿Es allí o acá? ¿Es con esta persona o con otra? Toda decisión la podemos dejar en manos del Señor. Él no fallará.
Dios tiene el dominio sobre la duración de pruebas o juicios que envía a los seres humanos. Todo está bajo Su control; estas pruebas no duran un segundo más de lo que Él decide.
Eliseo oró a Jehová. ¿A quién más podría acudir sino a Dios? Solo Él es omnipotente y tiene dominio sobre la vida y la muerte. ¿A quién acudimos con nuestras necesidades?
La sunamita no permitió que otros ocuparan el lugar de mediador entre ella y su Dios. No permitamos que otros ocupen el lugar que debería tener Cristo. ¿A dónde acudimos en nuestra necesidad? Busquemos al Señor y experimentemos su refugio.
¡Dejemos que el Señor despierte en nosotros esta carga por las almas perdidas y necesitadas! ¡No seamos insensibles ante el dolor o las cargas ajenas! ¡No seamos impedimento para que las almas se acerquen a Cristo!
La sunamita estaba segura de que el Dios que le dio el hijo de la promesa, el que humanamente era imposible tener, también podría resucitarlo de los muertos. Esta fe se basa en la Palabra de Dios y puede ser la nuestra.
El hogar de la sunamita es un ejemplo y un desafío. Si esto se hace realidad en nuestros matrimonios, veremos la vida de Cristo en ellos. Que así sea.
Esta mujer seguramente daría gracias a Dios cada día por este regalo, y ¡cuán contenta estaría de haber tenido un corazón sensible hacia un siervo de Dios! El Señor sabe recompensar lo que hacemos para Él. ¡Siempre vale la pena invertir en el banco celestial!
Cristo, el varón de Dios por excelencia, conoce nuestra necesidad. A Él se puede acudir en cada momento y dolor, incluso en esos momentos internos que no se cuentan a nadie.
En nuestro estudio del profeta Eliseo, analizamos el carácter y las actitudes de la mujer sunamita, quien demostró su espiritualidad en la humildad. Que también en nosotros esté el principio espiritual de ella: “Yo habito en medio de mi pueblo”.
La lección de este pasaje es clara: no importa lo mucho o poco que tengamos, una casa abierta es responsabilidad de cada creyente y cuenta con la bendición del Señor.
Estudiamos la actitud de la mujer sunamita respecto al profeta Eliseo. ¡Qué bendición para un hogar con la influencia de una mujer espiritual! Ojalá tengamos un hogar así.
Como vemos, una de las cosas más destructivas en las relaciones interpersonales e iglesias es el mal uso de la lengua. ¿Quién no ha sido lastimado alguna vez por estos dardos?
Frente al dolor, la pérdida y las injusticias, ¿cómo reaccionamos? ¡Que Dios nos llene de sensibilidad y nos permita consolar a otros con la consolación que nosotros hemos recibido!
Así como en el caso de la viuda, cuanto más recipientes estaban disponibles, más se llenaban. Así también sucede con el Espíritu en las vidas de los creyentes. ¿Cuánto de nosotros ponemos a Su disposición?