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La frase “¡Cancelado por coronavirus!” es últimamente muy escuchada, citada y leída. ¡Cuántos eventos, citas, encuentros, cultos y reuniones de oración tuvieron que ser cancelados o limitados! Es en verdad algo increíble. Las autopistas están vacías, los restaurantes cerrados, la gente está en casa con teletrabajo, las reuniones privadas se han reducido a un mínimo, los entierros se llevan a cabo en un círculo familiar reducido y los casamientos han sido aplazados…

Todo esto me hace recordar a una antigua canción que cantábamos mucho:

El comercio ya ha cesado, 
el bullicio terminó,
los talleres se han cerrado, 
la cosecha se dejó.
En las plazas no hay labores, 
en las cortes no hay ley,
El planeta ya está listo para recibir al Rey.
El Rey ya viene, el Rey ya viene,
ya sonó la gran trompeta, 
y Su rostro veo ya.
El Rey ya viene, el Rey ya viene,
gloria a Dios, Él viene por mí…

La Biblia nos dice que no sabemos ni el día ni la hora en que ha de venir Jesús (Mateo 25:13). Sin embargo, debemos volver nuestros corazones a Cristo, pues ¡Él viene! Su retorno no ha sido cancelado. El arrebatamiento no fue aplazado “por coronavirus” a un futuro indeterminado. Antes bien, el Hijo regresará cuando el Padre lo determine: “Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino solo mi Padre” (Mt. 24:36).

¡El Señor vendrá de manera repentina! Podemos pensar que toda esta situación no es más que la calma antes de la tempestad, el silencio antes del huracán, la retirada del mar antes del tsunami, o el comportamiento extraño de los animales previo a un terremoto. Es como si Dios volviera a hablar a los hombres–No a gritos, sino en voz baja. No imponiéndose, pero sí con insistencia. Una vez más, Dios nos habla, quizá por última vez antes del Arrebatamiento.

¿No fue parecida la situación antes del diluvio? De repente, cesó el ruido de los martillos y las sierras y se abandonó el calafateo. El trabajo en el arca había terminado, y el silencio se apoderó de aquel lugar –el terrible silencio antes de la tormenta–.

¿No fue así también en la cruz del Gólgota? El silencio había descendido de súbito, el terrorífico mutismo de una noche lúgubre y oscura: “Cuando era como la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. Y el sol se oscureció […]” (Lc. 23:44-45a).

Ese día ocurrió algo inaudito: el Hijo de Dios había sido rechazado. El hombre había repudiado al Creador y Sustentador del universo. El pueblo había dicho “no” a su Salvador, quien se entregaba como sacrificio por los pecados de los hombres. Como consecuencia, las tinieblas cubrieron la Tierra, hasta escucharse el grito estremecedor de Cristo: “Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc. 23:46).

Esta escena hace que surja en mí una pregunta: nuestro silencio actual, la oscura noche moral y ética en la que vivimos, ¿nos llevará al próximo gran “grito” de la Historia; un grito que escucharán solo los hijos de Dios?: “Y a la medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!” (Mt. 25:6).

Pase lo que pase, si Jesús viene hoy, ¿estamos listos? –¡Estemos preparados! Como en otras ediciones de Llamada de Medianoche, volvemos a enfatizar este importante mensaje: ¡Maranatha, nuestro Señor viene!

Esperémoslo a diario y no permitamos que la oscuridad de este mundo acapare nuestros sentidos y pensamientos; sí, que no se apodere de nuestros corazones. Tenemos la luz, tenemos al Hijo. Vivamos y testifiquemos de ella y estemos listos para recibir a Jesús si Él viniese hoy.

Samuel Rindlisbacher

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