Agua para el mundo
31 mayo, 2018La fiesta del amor
17 diciembre, 2018Aquí en Suiza estamos disfrutando la primavera, para mí una estación encantadora, llena de milagros. ¡Qué hermosura cuando el cerezo comienza a florecer! ¡Qué fuerza cuando miles de hojas crecen desde los pequeños capullos! ¡Qué poder se manifiesta cuando brota la vida nueva y la naturaleza se viste de colores maravillosos! Por eso, la primavera siempre me hace pensar en la resurrección. También Pablo usa esta imagen cuando dice en 1 Corintios 15: “Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder” (vv. 42-43). De esta forma nos hace recordar lo que pasó en el Gólgota: el sufrimiento, la muerte y la resurrección del Señor Jesús, ¡hechos de una tremenda trascendencia!
Pablo da un paso más en su reflexión y dice: “Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Co. 15:54-57).
Para nosotros los cristianos la muerte no tiene la última palabra, ni la separación ni el frío invierno, sino Jesucristo, el Vencedor del Gólgota. En Él tenemos la maravillosa confianza de que habrá para nosotros una resurrección, una vida después de la muerte, como la primavera lo pinta año tras año ante nuestros ojos.
La resurrección de Cristo ha sido algo como un “detonador”, lo que “encendió la mecha”: Porque Cristo murió y resucitó, también nosotros resucitaremos, seremos transformados y estaremos para siempre con Jesús. Tenemos la maravillosa seguridad de que nuestro hombre interior, después de la muerte, en seguida estará con el Señor. Pablo lo describe de la siguiente manera: “…Conforme a mi anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado; antes bien con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte. Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger. Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor” (Fil. 1:20-23). Pablo testifica aquí que al morir estará inmediatamente en la gloria.
Sin embargo, también este estado será solamente pasajero. Alcanzaremos nuestro estado definitivo recién con el arrebatamiento. Entonces se cumplirá lo que Pablo escribe en 1 Tesalonicenses 4:16-18: “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes, para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras” (1 Ts. 4:16-18).
Por fin será realidad entonces lo que nos asegura la Palabra de Dios en 1 Corintios 15:54-55: “Cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?”. En el arrebatamiento alcanzaremos lo que fue conseguido en el Gólgota: ¡la incorrupción y la inmortalidad junto a Jesús, en Su luz! Quedará manifiesto que la muerte no puede retener a los rescatados por Cristo. Y los creyentes que experimentarán el arrebatamiento, nunca sufrirán el aguijón de la muerte. ¡Qué maravillosa garantía de nuestro perfeccionamiento eterno es la resurrección de Cristo!
Con el gozo que ella nos da, les saluda cordialmente en Cristo,
Samuel Rindlisbacher