Pobre, pero aún así rico

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La causa de la pobreza de la iglesia de Esmirna tiene que haber sido su testimonio por Jesucristo, porque en esa gran ciudad comercial los creyentes seguramente podrían haber creado una buena posición para sí mismos. Ellos, sin embargo, aceptaron la desventaja social; era la consecuencia de su vida con Cristo. Esto sin embargo presuponía una disposición absoluta a la renuncia. Este es un punto importante. Hoy en día, ¿quién aceptaría desventajas económicas por causa de Jesús? Lo contrario es el caso. Uno quiere adaptarse al sistema social actual con todas sus demandas excesivas. Pero el apego a las cosas económicas y terrenales, a las riquezas, siempre conlleva pobreza espiritual. En el fondo no es una gloria para nosotros, si todos podemos movernos en un cierto bienestar.

¿Por qué entonces no sufrimos pobreza? Porque la demanda de Jesús, de convertir Sus experiencias en las nuestras y tomar Su cruz en todos sus aspectos, presupone disposición a renunciar. Y eso el Señor no lo pide de cada uno. ¿A quién entonces le demanda abnegación? A aquellos de los que sabe que están dispuestos. ¿Estás dispuesto? La disposición a la renuncia se expresa en la disposición al sacrificio. Esto, sin embargo, es renuncia en acción. Cuando el Señor le dice a la iglesia de Esmirna: «Yo conozco […] tu tribulación, y tu pobreza» (Ap. 2:9), esto significa que ellos han tomado sobre sí la pobreza de Jesús. De esta habla en 2 Corintios 8:9: «Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos».

Entonces, ¿no se puede poseer nada? Pablo dice: «Puedo tener abundancia, y sé vivir humildemente» (cp. Fil. 4:12). Pero en cuanto uno se apega a sus bienes, en cuanto uno comienza a hacer exigencias, uno llega a ser correspondientemente pobre espiritualmente.

¿Significa esto que todos debemos llegar a ser pobres? No, porque no se trata de justificación por las obras. Pero quiere decir que, en nuestro interior, nos separemos de lo que nos pertenece. ¡Podemos disfrutar con agradecimiento todo lo que hemos recibido, pero al mismo tiempo debemos ponerlo sobre el altar! En otras palabras: dispuestos en todo tiempo a renunciar. La iglesia en Esmirna no tenía ninguna obligación de andar por este camino de pobreza y tribulación. Pero ella aceptaba voluntariamente toda desventaja, todo aplazamiento por Jesús. Su pobreza debe haber sido grande, porque la palabra griega que es usada aquí para pobreza, es ptocheia. Esta siempre era usada, cuando se pensaba en una figura encorvada de mendigo. De modo que tanta era la miseria de los creyentes en Esmirna. Pero por su disposición a la renuncia, el Señor enseguida agrega: «¡Pero tú eres rico!». Esto en contraste a lo que les dice a los cristianos en Laodicea, que no eran ni fríos, ni calientes, sino tibios: «Porque tú dices: yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo» (Ap. 3:17).

La iglesia de Laodicea se encontraba en pobreza espiritual profunda por estar apegada a sus riquezas. Según lo que dijo el Señor Jesús mismo, es «más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios» (Mt. 19:24). ¿Se refiere Él a que uno no debe ser rico? No, por supuesto que no. Pero el que tiene riquezas debe considerarse como administrador de sus bienes. ¡Ay de aquel cuyo corazón se apega a sus bienes! De modo que aquí tenemos los pobres ricos de Esmirna y los ricos pobres de Laodicea. Ahí se nos impone la pregunta: ¿cómo estás tú con respecto a tu disposición a renunciar por Jesús? ¿Hasta qué punto estás dispuesto en forma muy práctica, a siquiera acercarte al carácter de Jesús? Él dijo: «Así pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo» (Lc. 14:33).

Quizás por eso Él te pasa de largo con su demanda total, porque tú esquivas lo verdadero y amas por encima de todo tu vida propia. Es que Él no obliga a nadie a sacrificar su vida. El principio divino dice: «El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará» (Jn. 12:25). Esta no es una orden, sino que está compartiendo un principio divino básico. La iglesia en Esmirna voluntariamente tomó sobre sí la tribulación y la renuncia, porque amaba a Jesús por sobre todas las cosas. Esmirna es una de dos iglesias a la que el Señor no tiene que reprender y llamar al arrepentimiento, como por ejemplo a los efesios, a quienes les dices: «Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor» (Ap. 2:4).

Otra vez quiero recalcar: el Señor no nos da la orden de amarlo a Él, porque el amor siempre tiene carácter voluntario. La iglesia de Esmirna Lo amaba y por eso Él la animó tanto, también en vista de lo difícil que aun los esperaba: «No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días» (Ap. 2:10). Y luego el incentivo: «¡Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida!». ¡Y aquí es donde los creyentes de Esmirna se encuentran en el campo de poder de Su plenitud maravillosa de promesas! Eso los hace felices –en medio de su tribulación y pobreza, en sus tentaciones y temores, en su estremecimiento y temblor. La promesa del Señor superaba todo lo difícil de sus vidas. Oh, deja tú también que todo lo difícil en tu vida sea superado por la promesa del Señor. Eso mismo quería dejar claro Pablo, cuando dijo: «Estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos» (2 Co. 4:8-9). Él estaba lleno de júbilo en la seguridad de la victoria, sabiendo que el Señor estaba con él.

Wim Malgo (1922–1992)

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