Cánticos del Siervo del Señor (35ª parte)

Cánticos del Siervo del Señor (34ª parte)
16 noviembre, 2024
Cánticos del Siervo del Señor (34ª parte)
16 noviembre, 2024

Autor: Eduardo Cartea

El cordero con el cual se identifica al Siervo es, sin duda una metáfora que señala varias cosas. Habla de identificación entre Él y nosotros, habla de total sumisión, como el cordero que es incapaz de quejarse o rebelarse ante la muerte; habla de confianza en Dios, habla de sacrificio. 


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PE3060 – Estudio Bíblico Cánticos del Siervo del Señor (35ª parte)



El Mesías Cordero de Dios

Un gusto encontrarme una vez más con usted para meditar juntos en la Palabra de Dios. Si ha seguido nuestras últimas charlas, estamos analizando el capítulo 53 de la gran profecía de Isaías. Es un manantial de bendición espiritual, presentando la persona del Mesías sufriente, el Señor Jesucristo, nuestro precioso Salvador.

Acompáñeme a transitar en este maravilloso capítulo de la Biblia el doloroso camino hacia la cruz.

Las palabras con que comienza el v. 7 son extremadamente elocuentes:

Angustiado, que contiene la idea de estar oprimido, maltratado, como un animal o una persona cuando se le golpea constantemente o se le somete a un trabajo forzado; como los hebreos bajo el látigo de los capataces en Egipto; estar puesto en gran apuro, como falto de respiración. Efectivamente, el alma del Señor, bajo el peso de la gran culpa de nuestros pecados, estaba profundamente angustiada.

Afligido, también se traduce como humillado. Otras versiones dicen que Él mismo se humilló. En Mateo cap. 26 leemos las palabras del Señor al entrar la noche de agonía en el jardín de Getsemaní: “Tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo”. Los verbos aquí indican una profunda emoción, una honda tristeza, una profunda angustia. El salmo 69 nos hace sentir esa gran aflicción:

“No escondas de tu siervo tu rostro, porque estoy angustiado; apresúrate, óyeme. Acércate a mi alma, redímela; líbrame a causa de mis enemigos. Tú sabes mi afrenta, mi confusión y mi oprobio; delante de ti están todos mis adversarios. El escarnio ha quebrantado mi corazón y estoy acongojado. Esperé quien se compadeciese de mí, y no lo hubo y consoladores, y ninguno hallé”.

El salmo 22, por su parte lo expresa como un clamor desesperado:

“Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de día, y no respondes; y de noche, y no hay para mí reposo”.

Entristecerse es en este caso llegar a sentir pavor; una emoción intensa, mezcla de asombro, perplejidad y horror. Angustia, viene del latín angustus, “angosto”, estrecho. Imaginemos la sensación de Jonás estando en el vientre del gran pez. Ahogo, estrechez, calor, hedor, la angustia de estar como muerto en vida.

Justamente, las palabras de Jonás atravesando la horrible prueba de estar en el vientre del gran pez, son elocuentes: Invoqué en mi angustia a Jehová, y él me oyó; Desde el seno del Seol clamé, y mi voz oíste. Me echaste a lo profundo, en medio de los mares, y me rodeó la corriente; todas tus ondas y tus olas pasaron sobre mí. Entonces dije: Desechado soy de delante de tus ojos; mas aún veré tu santo templo. Las aguas me rodearon hasta el alma, me rodeó el abismo; el alga se enredó a mi cabeza. Descendí a los cimientos de los montes; la tierra echó sus cerrojos sobre mí para siempre; mas tú sacaste mi vida de la sepultura, oh Jehová Dios mío”.

O las palabras de David en el Salmo 18: “Me rodearon ligaduras de muerte, y torrentes de perversidad me atemorizaron. Ligaduras del Seol me rodearon, me tendieron lazos de muerte”. 

Entristecerse es tener la sensación de opresión, ahogo, de estar en seria estrechez mental, moral, espiritual, sentirse desvalido, “fuera de casa, perdido, necesitado”. La palabra “triste” en Mateo 26, donde leemos en palabras de Jesús: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo”, en el original significa “estar rodeado de tristeza”, como si fuera un sentimiento de luto intenso, profundo, que, a semejanza de un vestido de negro luto, rodea y envuelve el alma.

El silencio del Señor es otro aspecto que produce reverente admiración. “No abrió su boca”. Y no lo hizo ante la falsedad del sumo sacerdote, los ancianos y todo el Concilio; la soberbia e incomprensión de Pilato; la ignorancia de Herodes; la burla de los soldados; ni la traición de Pedro. A modo de ilustración, el profeta agrega: “Como cordero fue llevado al matadero, y como oveja delante de los que la trasquilan, enmudeció y no abrió su boca”.

El cordero con el cual se identifica al Siervo es, sin duda una metáfora que señala varias cosas:

Habla de identificación entre Él y nosotros. En el v. 6 todos nosotros, los hombres, “nos descarriamos como ovejas”. En el v. 7, el Salvador es comparado con un cordero llevado al matadero o una oveja que va a ser trasquilada. No hay duda que Dios tomó forma humana porque era la única forma de morir, la única de ser nuestro mediador, y la única de llevarnos a Dios. Era necesaria la humanidad del Salvador para llevar nuestras enfermedades, sufrir nuestros dolores y padecer el castigo de nuestro pecado en la cruz.

Habla de total sumisión, como el cordero que es incapaz de quejarse o rebelarse ante la muerte; la padece calladamente. El silencio del Cordero de Dios indica su total sumisión a la tarea impuesta por el Padre. No fue impotencia, sino absoluta sumisión. Ese silencio habla elocuentemente de que sus padecimientos y su muerte fueron voluntarios. Se sometió no sólo a la voluntad del Padre, sino también a la de los hombres impíos. ¡El Creador sometido a su creación!

Las ovejas no saben cuándo van a ser trasquiladas, ni cuándo van a ser sacrificadas —pero Jesús sí lo sabía. Y pudo haberse defendido con justa causa. Como dice M. Henry: “Con su sabiduría habría podido evadir la sentencia, y con su poder habría podido resistirse a ser ejecutado, pero “estaba escrito que así era necesario que el Mesías padeciese”. “Este mandamiento había recibido del Padre”. 

Habla de confianza en Dios. Bien sabía Jesús que este era el mandato pactado desde la eternidad en el seno de la trina Deidad, que debía pasar por la hora de la cruz. Pero su confianza no radicaba sino en Dios. Por eso Pedro escribe en su primera epístola, cap. 2: encomendaba la causa al que juzga justamente”.

Habla de sacrificio. Así como en el Edén fue necesario un animal (quizás un cordero) sacrificado para cubrir la desnudez del hombre, de Adán y Eva; como después del diluvio, fue necesario un cordero para ser ofrecido en sacrificio por una familia rescatada del juicio; como en la Pascua, un cordero era sacrificado para la redención de una nación, fue necesario que Dios proveyera un Cordero para la redención del mundo entero, es decir, de todos los que creyeran en Él. Los anteriores eran tipos del que había de venir: elocuentes, pero insuficientes e imperfectos. Dice Motyer: “Solo una persona puede sustituir a otra; solo una voluntad que obedece puede sustituir a una rebelde”. 

Él es el cordero designado, predestinado “desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los últimos tiempos -dice Pedro, el apóstol- por amor a vosotros”.

Cuando Jesús comenzaba su ministerio, lo vio Juan el Bautista y lo presentó así: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Pero así también lo vio Juan en su visión apocalíptica, desplegando por toda la Revelación un enorme programa de juicios y victorias, de gloria y poder: “Miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba en pie un Cordero como inmolado”. El término es “corderito”, hablando de su humildad extrema. Está como inmolado o sacrificado. Aún mantiene las marcas del Calvario, y las mantendrá por la Eternidad.

Un día estaban los discípulos reunidos escuchando a Jesús resucitado y con ellos Tomás, quien, una semana antes había dicho que no creía si no veía las heridas en las manos del Salvador. Cuando el Señor se las mostró y le invitó a tocarlas y a creer, Tomás dijo en acentos de arrepentimiento: ¡Señor mío y Dios mío! Un día nosotros las veremos y nos postraremos a sus pies en adoración y gratitud.

Seguramente usted ha cantado estas palabras alguna vez:

Rechazado por todos Jesús salió,

llevando su cruz;

y a la cumbre del Gólgota él subió

llevando su cruz.

Cual oveja delante del trasquilador

en silencio estuvo por mí el Señor,

llevando su cruz.

 

¡Oh, qué maravilla! ¿Puede ser

que él por mí la llevó?

¡Oh, qué maravilla!

¡Sí, por mí la cruz llevó!

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