¿A qué te mueve lo que te conmueve?

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Autor: Pablo López

Basado en la historia de la resurrección de Lázaro hallamos cuatro etapas por las pasan todos al enfrentar pérdida y dolor: consternación, cuestionamientos, consuelo y conmoción. ¿Cómo pasamos cada etapa? Y ¿podemos sacar algo del dolor?


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PE2734- Estudio Bíblico
¿A qué te mueve lo que te conmueve?



Buenos días. Esta mañana quería compartir con ustedes algo que escribí hace unos años, reflexionando sobre la partida de una joven hermana en Cristo que también impactó mucho a todo el pueblo de Dios. Porque, aunque en ocasiones, factores como la edad o la enfermedad hagan prever la inminencia de un fallecimiento, en realidad, nunca nadie está suficientemente preparado para la partida de un ser querido. Aún para los que creemos en la vida eterna, la muerte es difícil de digerir. Sobre todo, cuando se trata de alguien joven y “que está haciendo las cosas bien”. Sin embargo, por encima del dolor, la fe proporciona una perspectiva de consuelo, reflexión y desafío. Les invito a repasar uno de los episodios más tristes reseñados en el evangelio, la muerte de Lázaro, amigo personal de Jesús: Juan 11:17 a 44

Vino, pues, Jesús, y halló que hacía ya cuatro días que Lázaro estaba en el sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén, como a quince estadios; y muchos de los judíos habían venido a Marta y a María, para consolarlas por su hermano. Entonces Marta, cuando oyó que Jesús venía, salió a encontrarle; pero María se quedó en casa. Y Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto. Mas también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará. Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le dijo: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero. Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto? Le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo. Habiendo dicho esto, fue y llamó a María su hermana, diciéndole en secreto: El Maestro está aquí y te llama. Ella, cuando lo oyó, se levantó de prisa y vino a él. Jesús todavía no había entrado en la aldea, sino que estaba en el lugar donde Marta le había encontrado.

Entonces los judíos que estaban en casa con ella y la consolaban, cuando vieron que María se había levantado de prisa y había salido, la siguieron, diciendo: Va al sepulcro a llorar allí. María, cuando llegó a donde estaba Jesús, al verle, se postró a sus pies, diciéndole: Señor, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano. Jesús entonces, al verla llorando, y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió, y dijo: ¿Dónde le pusisteis? Le dijeron: Señor, ven y ve. Jesús lloró. Dijeron entonces los judíos: Mirad cómo le amaba. Y algunos de ellos dijeron: ¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego, haber hecho también que Lázaro no muriera? Jesús, profundamente conmovido otra vez, vino al sepulcro. Era una cueva, y tenía una piedra puesta encima. Dijo Jesús: Quitad la piedra. Marta, la hermana del que había muerto, le dijo: Señor, hiede ya, porque es de cuatro días. Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios? Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado. Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadle, y dejadle ir.

Encuentro cuatro cosas que podrían ser etapas por las que todos pasamos al enfrentar esta clase de situaciones:

Consternación. Ante la muerte de Lázaro, al parecer un hombre apreciado en su comunidad, se ven múltiples manifestaciones de tristeza de parte de la familia, amigos, vecinos y hasta del propio Jesús, que lloró igual que los demás, frente a la tumba de su amigo. Frente a la muerte, no podemos evitar derramar lágrimas y anudar la garganta. Es la consecuencia lógica de la separación, de la sensación de vacío, de incertidumbre y de añoranza del que partió.

Pero la tristeza de los que creen debe estar complementada por la esperanza. Pablo anima a los dolidos hermanos de Tesalónica a que, ante la muerte, “no se entristezcan como los que no tienen esperanza”. No se trata de no entristecernos, sino de no perder de vista la esperanza de la vida eterna, porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él«.

Cuestionamientos. Sabemos que Dios es soberano, que nos ama y que hace lo mejor, pero aun así, es normal la reacción humana de levantar los ojos al cielo y preguntar ¿qué estás haciendo? Así ocurrió en el caso de Lázaro. Ambas hermanas reprocharon a Jesús con las mismas palabras: Si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto. La gente se preguntaba ¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego, haber hecho también que Lázaro no muriera? Si recorremos la Biblia encontraremos muchos hombres y mujeres de fe que plantearon sus cuestionamientos a Dios. Dios no se asombra, ni se enoja, porque él conoce nuestra condición, sabe que somos polvo, y entiende que es imposible para nosotros percibir con nuestros sentidos físicos sus planes y propósitos.

Pero los cuestionamientos de los que creen, deben estar complementados por la fe. Podemos no entender los planes de Dios, pero no deberíamos dudar de su amor. La fe es lo que nos permite ver lo invisible, no basarnos en cuestiones circunstanciales, sino en las evidencias fehacientes de su amor. En la cruz, ha demostrado que nos ama. El que entregó a su propio hijo por nosotros ¿nos olvidará así nomás? Puede que nuestra mente plantee cuestionamientos y que nuestra fe fluctúe, pero no puede claudicar, porque para fortalecerla y desarrollarla Dios dejó preciosas y grandísimas promesas”, que actúan como una firme y segura ancla del alma.

Consuelo. Consolar es más que repetir frases hechas. De hecho, en ciertos momentos, poco ayudan las palabras y hasta los textos más oportunos pueden resultar irónicos y chocantes. Procesar el dolor lleva un tiempo que debe ser respetado, acompañando en silencio, expresando el amor fraternal, hasta que el doliente encuentre individualmente el consuelo en el Señor. Jesús consuela con su presencia. El Maestro está aquí y te llama Él está a nuestro lado en todo momento, su promesa final lo afirma categóricamente. Jesús consuela con su empatía, Jesús lloró Sabe lo que sentimos porque experimentó todo el dolor humano en grado superlativo. Jesús consuela con sus palabras. Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá”. Solo hay consuelo si hay una respuesta personal afirmativa a la pregunta del Señor ¿Crees esto?”

Pero aún así, el consuelo de los que creen debe complementarse con la experiencia de los que fueron consolados. Los que padecieron y salieron adelante con su fe fortalecida son de poderoso ejemplo y motivación a los que están sufriendo ahora. Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación (2 Corintios 1:3-4).

Conmoción. Jesús, profundamente conmovido, vino al sepulcro. Nos muestra que Dios es inmutable, pero no insensible. El Alto y Sublime, el que habita la eternidad, está junto al quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados (Isaías 57:15). Muchos nos conmovemos frente a la muerte. Conmover implica “mover fuertemente”. La cuestión es ¿a qué nos mueve lo que nos conmueve? Salomón en Eclesiastés afirma que Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque… el que vive lo pondrá en su corazón” y “con la tristeza del rostro se enmendará el corazón.

En la casa de luto reflexionamos. Pensamos cosas importantes, evaluamos nuestra propia vida a la luz de lo que ha ocurrido. Pero el gran desafío es enmendar el corazón Si los momentos de dolor solo quedan en la tristeza, el cuestionamiento y la repetición de textos a que carecen de sustento real en nuestra experiencia, pero no cambia la conducta, no fuimos realmente conmovidos.

Por eso, la conmoción debe estar complementada con la acción. Si estamos acostumbrados a la inconsecuencia de decir que creemos algo, pero vivir de otra manera o a la inconstancia de arrancar con todo y desanimarnos ante las primeras dificultades, necesitamos escuchar lo que Dios nos está diciendo a través del dolor. Como dice C.S. Lewis: “Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra conciencia, pero nos grita en nuestros dolores: es su megáfono para despertar a un mundo sordo”. Si oyes hoy su voz, no endurezcas el corazón. Comencemos a vivir consientes de la inminencia del Gran Encuentro, a servir al Dios al Dios vivo y verdadero y esperar de los Cielos a su Hijo, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera (1 Tesalonicenses 1:10).

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