¡Adoremos! (4ª parte)
9 septiembre, 2020¡Adoremos! (6ª parte)
9 septiembre, 2020Autor: Benedikt Peters
¿Cuáles son las cosas que creemos imprescindibles a la hora de adorar? ¿Se alinean nuestras prioridades y formas a la adoración bíblica? En ésta parte del estudio veremos cómo un corazón vacío y alejado de Dios puede camuflarse con las acciones y formas; mientras que un corazón que realmente adora, puede ser imperceptible.
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PE2485- Estudio Bíblico
¡Adoremos! (5ª parte)
La condición necesaria para la Adoración
Amigos, hoy hablaremos de la Condición necesaria para la adoración. Comúnmente el ritualismo funciona como sustituto de la adoración. ¿Cómo nació la liturgia? ¿De dónde viene todo ritualismo? La respuesta es que para nosotros, los seres humanos, es más fácil conservar la forma correcta que un corazón temeroso de Dios. Somos capaces de seguir diciendo bellas palabras aunque nuestro corazón se haya alejado ya hace mucho tiempo de Dios. Como leemos en Mateo 15:8 “Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí”.
Podemos caer en esa misma trampa aunque creamos que nosotros no tenemos liturgia alguna. El formalismo, sin embargo, es ya el primer paso por ese camino. Es posible utilizar toda clase de formas en la adoración a pesar de haber dejado de adorar a Dios en Espíritu y en verdad hace mucho tiempo. Es mejor callar, cuando nuestro corazón ya no esté conmovido y cerca del Señor. Eso podemos aprenderlo de los judíos en el exilio leyendo Salmos 137 versículos 3 al 6: “Y los que nos habían llevado cautivos nos pedían que cantásemos, y los que nos habían desolado nos pedían alegría, diciendo: Cantadnos algunos de los cánticos de Sion. ¿Cómo cantaremos cántico de Jehová en tierra de extraños? Si me olvidare de ti, oh Jerusalén, pierda mi diestra su destreza. Mi lengua se pegue a mi paladar, si de ti no me acordare; si no enalteciere a Jerusalén como preferente asunto de mi alegría“
Se nos relata que los castigados por el Señor colgaron sus arpas “sobre los sauces” ¡y qué apropiado fue! Hubiese sido incoherente cantar cánticos de alegría, porque habían pecado y Dios los había humillado por su pecado. Hubiese sido dañino si los israelitas hubiesen tomado sus arpas para cantar el cántico de Sion. Su pecado hubiese sido mayor que el cinismo de sus señores. En el reino de Dios ser auténticos y genuinos es todo; porque no consiste en bellas palabras, sino en poder. El reino de Dios se basa en la fe no fingida.
Es mejor balbucear tímidamente unas palabras de gratitud salidas de un corazón sincero, que lanzar himnos con el corazón engrosado o formular oraciones compuestas como esculpidas en piedra y presentarlas así delante de la iglesia. Como leemos en Romanos 14:23 “Todo lo que no proviene de fe, es pecado”, incluso cantar los más hermosos himnos de adoración.
En los años antes del exilio, los israelitas habían llenado el atrio del templo y las calles de Jerusalén con sus cánticos autocomplacientes. Hacía tiempo que para Dios era insoportable como podemos leer en Amós 5:23 “Quita de mí la multitud de tus cantares, pues no escucharé las salmodias de tus instrumentos”. En aquel entonces la reprensión del profeta no pudo despertar su conciencia satisfecha y habían seguido cantando alegres “al son de la flauta, e inventando instrumentos musicales, como David” como nos relata Amos 6:5.
Es mejor no hacer nada, si no busco en todo a Jerusalén y su paz, si no busco el reino de Dios y Su justicia. Mejor estar tirado y atado condenado a no hacer nada, que estar activo con el corazón dividido. “Mi diestra”, según el mandato de Dios, debe actuar según la Palabra de Dios y Su voluntad. ¡Si no lo hace así, es mejor que se seque! Mejor dejar de hablar, que gastar frases religiosas con lengua hábil, teniendo el corazón alejado del Señor. Mejor perder el habla, que tejer elocuentemente un brillante paño para ocultar con él un corazón vacío. Si el Señor y Su causa ya no son mi pasión dominante entonces es mejor callar.
Con facilidad caemos en la trampa de creernos la idea seductora de que estimulando sensualmente se podría llenar un corazón vacío, producir temor de Dios y con ello poner en marcha la adoración. Leyendo unos cuántos pasajes aislados en la Biblia creemos que tenemos la receta. Pensamos que tenemos que hacer música para que el culto se ponga en marcha. No sólo nosotros pensamos así, también los israelitas pensaban así, como acabamos de ver en el relato de Amós. La cuestión no es si la música es parte de la adoración, sino la cuestión es qué lugar ocupa la música en la adoración.
Echemos una mirada a la música en el templo en el Antiguo Testamento. Los instrumentos musicales se utilizaban bajo la dirección de Asaf, Hamán y Jedutún. Leemos en 1 Crónicas 25:17 que éstos hombres conocían y temían a Dios como muestran sus salmos. Y en 2 Crónicas 29:25 leemos que los instrumentos fueron empleados por mandato de Dios. Todo lo que ocurre durante el culto, tiene que salir de Dios; todo culto por impulso propio es una abominación para Dios como podemos ver en Levítico 10:1 y 2. Además, la música sólo acompañaba la adoración. La adoración en sí ocurría mediante los sacrificios que los sacerdotes ofrecían según las instrucciones de Dios, y mediante las palabras con las que alababan a Dios. Leamos juntos el ejemplo que encontramos en 2 Crónicas 29:30: “Entonces el rey Ezequías y los príncipes dijeron a los levitas que alabasen a Jehová con las palabras de David y de Asaf vidente; y ellos alabaron con gran alegría, y se inclinaron y adoraron“.
La música puede ser expresión de la alegría en Dios y sus obras; pero la música no es el medio para producir la alegría en Dios. Por eso dice Santiago en el capítulo 5 de su carta, que el que esté en tribulación ore, porque en la oración se encuentra con Dios y el atribulado conoce y siente como él mismo y todo lo que le ocurre está en las manos de Dios. Eso le vuelve a dar alegría, y si está alegre, debe cantar salmos. En el culto del Antiguo Testamento la música estaba subordinada o sometida a la adoración. Esto significa que ni siquiera en el Antiguo Testamento la adoración dependía de la música (como podemos ver en Abraham, Josué, Isaías y otros). En el Nuevo Testamento naturalmente, la adoración depende mucho menos de la música.
Veamos ahora el cambio de paradigma en el gran vuelco de Juan 4:23-24. La adoración neotestamentaria no depende en absoluto del uso de instrumentos musicales. No depende de cosas exteriores como de lugar o forma. Eso es antiguo testamentario. Los judíos debían adorar en Jerusalén; ellos tenían la obligación de usar címbalos y trompetas para el servicio en el templo. ¿Dónde hallamos en el Nuevo Testamento una instrucción semejante? Si no tenemos instrumentos o no tenemos talento para la música, la adoración por eso no merma para nada. Pero si no amamos ni tememos a Dios, entonces la adoración ha muerto. En ese caso la música lo único que puede hacer es tapar este trágico estado. ¿Es posible que queramos esto seriamente?
Con la venida del Señor todo cambió, también la adoración. Antes de Su venida la adoración era cosa del lugar y momento correcto, de las órdenes correctas. Había que adorar en Jerusalén teniendo en cuenta los tiempos justos para la oración. Los sacerdotes, además tenían que llevar ropajes determinados y tocar los instrumentos prescritos. Desde la venida del Hijo de Dios y desde que consumó la obra de la salvación lo que vale es ésto: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” como leímos al comenzar ésta serie de estudios en Juan 4:24.
Los santos del antiguo Testamento también tenían que adorar a Dios en verdad, de otra manera su adoración hubiese sido una abominación para Dios. Pero de ellos no se dice que su adoración además fuese en Espíritu; eso sólo se dice de los cristianos. Esta adoración es independiente de lugar y ritual. Puede ocurrir en todo lugar y en todo momento. No necesita formas ni ayudas exteriores. Al ocurrir en Espíritu puede ser una adoración totalmente muda. Naturalmente, queremos y debemos enfatizar lo principal de la adoración cristiana, por eso la música, el movimiento, dar palmas y cosas semejantes las relegamos conscientemente a un plano secundario. El Nuevo Testamento no prohíbe estas cosas y por eso nosotros tampoco debemos hacerlo.
Para cerrar éste encuentro meditemos en las palabras de Juan Bunyan sobre la oración: “Cuando ores, es mejor que lo hagas con el corazón sin palabras, que con palabras sin el corazón.”