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(3ª parte)
Autor: Marcel Malgo
El mensaje del profeta Oseas es el del increíblemente paciente amor de Dios. Usted quedará asombrado con los aspectos personales, que tienen que ver con nuestra vida, que serán mencionados en este estudio. Se tratarán temas específicos que nos conducirán, cada vez, a un nuevo desafío.
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PE1585- Estudio Bíblico –
Amor, Justicia & Esperanza (3ª parte)
Hola queridos amigos oyentes, ¿cómo están? Como ya se dijo en la introducción, seguimos en el consultorio del evangelio de Lucas, para tratar hoy el tema de la…
Justicia
Veremos ahora la segunda exhortación de Dios a Israel. Para entenderlo con mayor claridad lo compararemos nuevamente con la historia de Navidad, ya comentada en el programa anterior. Nuevamente quiero enfatizar lo siguiente: practicar la justicia no sólo significa hacer, decir o pensar lo que es justo, sino que debemos darle la razón a Dios. Encontramos un magnífico ejemplo en Lucas 1:31 al 33, donde el ángel Gabriel se acerca a María y dice: “Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Éste será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”.
Quizás por ser éste un pasaje conocido, hemos restado importancia a su especial contenido. No obstante, ¡ésta debía ser también la posición de María! Ella, sin presentir nada, estaba parada frente a su casa, tal vez pensando en su prometido José con el que se casaría pronto, de repente un ángel le dirige la palabra, comunicándole en siete frases, siete cosas muy improbables:
- María quedaría embarazada.
- Daría a luz a un hijo.
- Lo llamaría Jesús.
- Éste sería llamado Hijo del Altísimo.
- Se le daría el trono de su padre David.
- Reinaría sobre la casa de Jacob.
- Su reino no tendría fin.
Debemos considerar que María nunca había escuchado palabras como éstas, las cuales cambiarían su destino. Las mismas no se referían precisamente a cosas normales de la vida cotidiana. Este mensaje debe haber conmovido a María en forma profunda.
¿Qué debía hacer María ahora? ¿Cómo asumir estas cosas? ¿Qué era lo que llenaba su ser cuando le respondió al ángel? Leemos su respuesta en Lucas 1:38: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia”.
¿Qué respuesta es ésta? “Hágase conmigo conforme a tu palabra”, María jamás afirmó entenderlo todo, sin embargo, testificó que, por fe, aceptó todo lo que había sido anunciado. Sencillamente dio a entender: “Señor, si tú lo resolviste así, yo me rindo a tu voluntad”. Dicho de otra forma: ¡María le dio la razón a Dios!
Ella podría haber ofrecido propuestas acerca de la forma en que se podía planear todo. Pero no lo hizo, sino que renunció a todos sus derechos y deseos como mujer, dándole la completa razón a Dios. María aceptó el plan de Dios.
Tal vez haya cosas en su vida, situaciones que no entiende y no logra clasificar. Hasta el momento se ha resistido y ha tratado de evitar con todas sus fuerzas aceptar las mismas. Usted cree tener todo el derecho a hacerlo, sobre todo cuando no encuentra la respuesta al por qué debe pasar por todo esto, cuando todo parece tan ilógico y anormal.
¿No era ésa también la situación de María? ¿Todo lo que pasaría no era completamente ilógico, fuera de lugar y hasta absurdo? ¿No cree que María habrá reflexionado acerca de que caería en una situación, la cual no podía ratificar a través de la lógica? A pesar de eso, ella sólo hizo algo: Le dio la razón a Dios. ¡Apreciemos nuevamente estas palabras: “he aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra”, María estuvo dispuesta a renunciar a toda explicación normal, a todos sus derechos, dejando todas las cosas en las manos de Dios! Es como si hubiera dicho: “Así como lo hace el Señor, así debe ser”, de esta manera pudo estar en paz.
También usted puede alcanzar esa paz interior si por fin le da la razón al Señor y deja todo en sus manos, confiando totalmente en Él.
En tercer lugar, en este mismo consultorio, vamos a tratar:
la Esperanza
Hablaremos ahora acerca de la esperanza, la cual se extiende hasta el hogar celestial, la vida eterna. La esperanza tiene una profunda relación con nuestra morada en el cielo. Para un mejor conocimiento de esta verdad, no quiero simplemente mencionar como ejemplo la Navidad, sino hablar sobre la propia Navidad y cómo experimentamos la misma.
¿Qué es lo que debería llenar más y más de gozo a un cristiano en cada celebración navideña? ¿Cuál debería ser su mayor expectativa y esperanza? ¡El viejo Simeón nos lo muestra! En Lucas 2:25, se escribe acerca de él: “Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre… esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él”.
¡De la misma manera que el viejo Simeón esperaba ansioso la venida del Salvador: la Navidad, todos los cristianos deberían esperar ansiosos la Segunda Venida de nuestro Salvador! Si cada celebración navideña no nos llena cada vez más y más de una gran esperanza y expectativa por nuestro hogar celestial, entonces hemos celebrado la Navidad sólo sentimentalmente. Todo pudo haber sido muy solemne y festivo, pero habremos pasado por alto lo más importante.
Ya hemos citado las palabras de Pablo en 1 Corintios 15:19, donde dice: “Si en esta vida sólo esperamos en Cristo, somos los mas dignos de conmiseración de todos los hombres”. En relación a la celebración navideña, podemos decir: ¡el que festeje la Navidad ocupándose únicamente de la primera venida del Señor, se habrá perdido lo esencial! No habrá celebrado mal la Navidad, ya que la misma es acerca del cumpleaños de nuestro Señor, pero sí habrá pasado por alto algo fundamental para su festejo.
El que únicamente se queda parado al lado del niño en el pesebre y no tiene una mínima expectativa y esperanza hacia la Segunda Venida del Señor, debe saber que sólo ha elegido un Salvador para esta vida. O como dice Pablo: sólo espera a Cristo en esta vida, perteneciendo de esta forma a los más miserables entre todos los hombres.
Recordamos en la Navidad al niño en el pesebre, damos gracias por la venida de este niño, cantamos acerca de este niño; y cada cual disfruta conforme a sus sentimientos. ¡Pero esto no alcanza! ¡El niño se hizo hombre, murió en la cruz del Gólgota y resucitó al tercer día! Luego de esa gloriosa resurrección, ascendió al cielo. ¿Qué dijeron los ángeles a los discípulos cuando éstos seguían con su mirada puesta en el Señor, mientras Él subía a los cielos? Lo leemos en Hechos 1:11: “¿Por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo”. – ¡Esto es la Navidad! ¡Sin falta deberíamos hacernos cargo de esta esperanza, guardarla en nuestros corazones; mantener la esperanza de una eterna morada en el cielo!
Por supuesto, es de entender que en la Navidad nos ocupemos ampliamente del niño en el pesebre, reflexionemos acerca de José y María, y observemos a los pastores y los magos del Oriente. Pero un cristiano debería festejar la Navidad ocupándose, además, de la esperanza más maravillosa que tenemos los hijos de Dios: ¡el hogar eterno en el cielo! ¡Dios quiere que, a través de esta celebración navideña, usted sea lleno de una esperanza y un anhelo de la venidera gloria celestial! Deberíamos prestar atención a las verdades bíblicas de:
Filipenses 3:20: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo”,
y de Tito 2:13: “aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”.
Más allá de esto, cada celebración de Navidad puede conducirnos a las palabras de 2 Pedro 3:13: “Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia”.
¡Qué grandes esperanzas podemos tener en cada Navidad! Consideremos con seriedad el pasaje de Oseas 12:6, teniendo como esperanza la vida eterna. Dice así en la versión de la NVI: “Pero tú debes volverte a tu Dios, practicar el amor y la justicia, y confiar siempre en él”.
El llamado de Dios en Oseas 12:6 está dirigido al pueblo de Israel, y para nosotros significa:
- Guardar la Palabra de Dios, porque de esta manera se alcanza el amor,
- darle la razón al Señor en todo, ya que en esto encontramos la justicia para vivir correctamente,
y siempre abrigar la esperanza en nuestro corazón, la cual se extiende hasta el hogar celestial.