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8 noviembre, 2022Eva Rodríguez comparte con nosotros su impresionante testimonio, y cómo una experiencia de vida o muerte le enseñó a confiar en el Señor de todo corazón y no perder de vista el objetivo. ¡No te pierdas de la entrevista!
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EA1100 – Entre Amigas –
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Entrevista a Eva Rodríguez
Victoria: Queridas amigas, es un gusto estar con ustedes compartiendo este espacio de la entrevista nuevamente. Hoy estamos muy emocionadas de recibir a una querida amiga y hermana en Cristo que ha sido de mucha edificación para mi vida y que tiene muchos testimonios para contar, pero nos va a contar uno en particular, una situación puntual de su vida. Pero primero vamos a dejar que se presente, Eva Rodríguez, ¿cómo estás?
Eva: Muy bien, gracias a ti y a esta institución por la oportunidad, el momento emocionante de estar contando por primera vez un testimonio de mi vida.
Victoria: Eva, ¿podés contarnos a qué te dedicás?
Eva: Bueno, comienzo diciendo que soy miembro de la iglesia Pan de Vida, mi supervisor se llama Esteban Suárez, es el supervisor nacional, integro el grupo del seminario teológico Siloé, como profesora y en parte como administrativa, como apoyo del director. Estoy organizando un informe general sobre alumnos, profesores, materias, todo el mover del seminario para ingresarlo en el sistema, porque como le digo siempre al director, tengo 85 ya. En cualquier momento, puede pasar algo. Pero bueno, yo quiero dejar todo organizando, y si viene un nuevo director, que abra el sistema y sepa exactamente de qué se trata.
Victoria: Eva, con mucha pasión y con mucha responsabilidad la tarea, ¿no?
Eva: Sí, sí.
Victoria: Soy testigo de que así es. Tú has pasado por la vida de mucha gente y por muchas generaciones del seminario también, ¿no?
Eva: Sí, muchísimas. Son 22 años de profesora, y siempre estuve involucrada en la administración. También quiero agregar que estoy estudiando capellanía y soy licenciada en liderazgo.
Victoria: Así que con 85 años tenemos a Eva, que realmente no para. Ella con sus 85 años tiene su actividad para el Señor todos los días, además de sus quehaceres, qué ejemplo. Eva, tenés un testimonio muy particular para contarnos, ¿no?
Eva: Sí, sobre una noche especial.
Victoria: Te escuchamos.
Eva: Bueno, se trata del tornado que hubo el 24 y 25 de agosto del 2005. Salimos del seminario y volaba todo. Volaban ramas, volaban chapas, de todo. Salimos 10 menos cuarto de la noche, justamente porque oímos que había mucho ruido en la calle. Yo tenía que caminar hasta la calle Agraciada para tomar el ómnibus que me llevaba a San José. Fui como pude, esquivando cosas, pero llegué a la parada. El ómnibus pasaba 22:45. El recorrido del ómnibus al principio fue sencillo, pero cuando ingresamos a San José, a Delta del Tigre, el chofer se perdió, porque había muchas calles con árboles caídos, cables, él tenía que volver marcha atrás y buscar otra calle. Gracias a Dios, había dos varones que conocían Delta del Tigre, así que empezaron, entre discusiones y desacuerdos, a guiar al conductor, y logramos salir de Delta del Tigre hacia Playa Pascual, que era el destino del ómnibus. Al salir pasó a una cuadra y media de mi casa, mientras que desde la ruta vieja era más de un kilómetro atravesando el campo. Entonces yo estaba muy feliz de que en un momento ya iba a estar en casa, pero no fue así. Cuando bajé del ómnibus, vaya sorpresa, bajé en medio del agua. Yo le tenía terror al agua porque en el río, en un momento de descanso cuando yo era muy chica, mi hermano mediano, que estaba entre mi hermano mayor y yo, perdió pie, se empezó a ahogar, y corrieron todos, corrió mayor pero mi hermano mayor no logró salir. Eso fue muy impresionante para mí como niña, y le agarré terror al agua, no pisaba las lagunas ni los ríos, y menos la playa porque yo vivía en Rivera en ese tiempo.
Después de eso me mudé a Montevideo a causa de un tutor, porque yo no tengo padres, no tengo familiares. Mi única familia eran mis dos hermanos, que ahora no está ninguno de los dos. Y bueno, esa es la explicación por mi terror al agua. Pisé el agua, y vi que estaba solita, y estaba completamente oscuro, porque en esos lugares, en ese tiempo, no había luz eléctrica en las calles, y las que tenían luz eléctrica en ese momento no estaban funcionando porque los cables se habían roto.
Victoria: Claro, le queremos más o menos explicar a nuestras amigas que quizás nos escuchan desde otros lugares que Delta de Tigre, que es el lugar del que Eva nos está contando, es una ciudad limítrofe con Montevideo, en el departamento de San José, y ese día fue uno de los peores que hemos tenido, climáticamente hablando, en Uruguay. Yo recuerdo ver volar todo y no saber para dónde irnos. La verdad que fueron momentos de muchísimo miedo, y más en un lugar que estaba mucho más despoblado en ese entonces.
Eva: Sí, había cuatro vecinos nada más, en una cuadra y media. Pero bueno, como te decía, descendí del ómnibus y quedé rígida. Empecé a pensar “yo acá no avanzo, no puedo” “no quiero morir en el lago”, y luego vino la reacción, volver a la realidad y decir “si me quedo acá parada es peor, así que vamos a avanzar”. Con una angustia tremenda, ganas de llorar, ganas de correr, pero no podía, no había espacio para correr. Tampoco podía orientarme, no tenía un punto de orientación porque había oscuridad completa. Había un camino de esos de campaña que me llevaba a mi casa, con zanjas de un 1,80 metros o 2 metros de profundidad a los costados, también con pozos causados por los vehículos que causaban los carros que pasaban, los caballos, o sea que tenía que memorizar mucho por donde pisar y cómo caminar para no caer en las zanjas. Yo pensaba “si caigo en las zanjas, muero”. Porque con mi altura, que mido 1,46 metros, el agua me taparía y ahí ya no habría más remedio.
Sin darme cuenta, inconscientemente, yo empecé a hablar con Dios. Yo estaba hablando con Dios y no me percibí de ello hasta varios días después.
Victoria: Estabas entonces en camino hacia tu casa, estabas sin luz.
Eva: No, ¡todavía no arranqué!
Victoria: ¡Ah! ¿Todavía no arrancaste?
Eva: Todavía estaba durita, ahí. Pero en ese momento recordé que mi esposo me había dicho, como militar que él es, que tenía sus estrategias, que cuando me encontrara en un aprieto, porque había muchas inundaciones, tenía que tomar un punto de referencia y guiarme por ese punto, caminar por el centro de la ruta, de la calle o del camino, y no perder la calma. Así que bueno, “no perder la calma” y yo miraba, y no veía a nadie. Solo oscuridad, tormenta, viento arrachado, fue tremendo. Pero surge un relámpago y ahí se me iluminó, el Señor me mandó un relámpago para que yo despertara. Y vi, no el camino, porque estaba cubierto, sino las casas. Dos casas, una en la esquina y otra un poco más lejos, y calculé el camino, calculé el centro del camino y dije bueno, por acá, dos o tres pasos. Así empecé a avanzar. Cada relámpago eran unos dos o tres pasos que yo avanzaba, siempre aterrorizada porque yo decía “pa, si me muero acá, ¡qué triste para mis hijos! ¡qué triste para los vecinos!”. Porque eran muy compañeros, gente de campaña. Y bueno, sin estar consciente le decía a Dios “no me dejes morir acá, porque pobre gente, pobres mis hijos, el dolor que iban a sentir, eso tan feo de extraer un cuerpo del agua”, todo eso yo lo imaginaba en ese momento y le decía al Señor “yo no puedo morir acá”. Me aconsejé, me hablé, me dije que tenía que ser fuerte, y seguí avanzando.
La verdad que empezó a darme un dolor muy fuerte en el pecho me dolía cada vez que soplaba el viento, me ahogaba porque no podía respirar por momentos, y todavía yo traía la mochila. Entonces opté por taparme la boca cuando soplaba el viento, pero tenía también que mantenerme firme, porque el viento me sacudía. Lo interesante es que yo recuerdo haber arrancado, y haber caminado dos o tres relámpagos. Después no recuerdo más nada. Recuerdo estar frente a mi casa y feliz de que llegué, pero después, cuando se me pasó todo, a los pocos días yo decía “¿Por qué no recuerdo lo otro, ese atravesar?” Había caminado cerca de 100 metros en el agua. Por momentos me quedaba por la cintura incluso, a veces media pierna, dependía del camino, pero siempre estaba en esa agua oscura, estaba la oscuridad, estaba el viento, los truenos que son torturantes, pero no recuerdo haber avanzado.
Después, pensando, recordé ese poema en el que el autor dice que camina por el desierto y ve las huellas de él y de nuestro Padre celestial. Y después en el poema le hace una pregunta, le pregunta por qué lo dejó en sus peores momentos, porque cuando estaba en crisis, las huellas del padre no estaban, solo había un par de huellas. Y Dios le contesta “no estabas solo, yo nunca te dejaré. Yo te llevaba en mis brazos. Por eso había solo un par de huellas”. Y mi consciencia, en mi razón, en mi corazón yo siento que fui llevada en brazos del Padre. Porque recuerdo tan solo la partida y la llegada. Pero bueno, llegué y había un último obstáculo. En mi casa había un eucaliptus al frente y al costado, y uno de los eucaliptus se había caído impidiéndome la entrada a la casa. Entonces yo dije “¿y ahora?” Ya estaba cansada, agotada, no estaba en condiciones. Pero empecé a romper las ramas que podía romper, empecé a pasar por arriba de las otras ramas, y llegué a la reja de mi casa, que estaba con candado. Me sostuve de la reja, traté de agarrarme de la reja y empecé a llamar, a golpear la reja, a gritar, tocaba el timbre, pero no sonaba, todas las dificultades posibles me las puso la tormenta, pero Dios estaba conmigo. El Señor estaba conmigo y yo sabía eso, inconscientemente. Al final salió mi esposo, quiso desprenderme de la reja, pero creo que estaba ya con hipotermia por el frío, porque estaba dura, no podía abrir la mano, me la tuvo que abrir a la fuerza. Pero gracias a Dios pude entrar a la casa y ahí descansar.
Hay mucho que opinar sobre esto, mucho material para compartir. Primero de todo, esto me enseñó a conservar la fe, conservar la creencia, la confianza en Dios, aun inconscientemente como lo hice yo. Quizás la misma circunstancia me llevó a eso, a hablar con Dios y no darme cuenta de que era Dios el que me escuchaba. ¡Qué grande el Señor! Y recordé después de que llegué a casa y me senté, a la madrugada, la vida de Abraham, ese momento en el que Dios le pide el sacrificio de su hijo Isaac, y cómo el caminó esos tres días y tres noches en el desierto, por la arena, prácticamente velando a su hijo, porque esa es la imagen que yo tengo de ese pasaje, que él iba velando a su hijo porque tenía que tomar esa decisión. Qué difíciles que son esos momentos. Pero su fe lo llevó a creer en Dios, a confiar en Dios, a no decaer en su fe, y llegó hasta el momento exacto en el que lo iba a sacrificar, y ahí fue cuando oyó la voz del cielo y Dios proveyó. Pero él, de antemano sabía que Dios proveería. Quizás no se imaginó cómo, pero sí que su hijo iba a resucitar, él tenía esa fe, porque Dios se lo había dado y se lo había dado con promesas, así que Dios no iba a fallar, porque él sabía que su Dios era fiel.
Qué bueno que es leer la Biblia, qué bueno que es conocer a los personajes y todas sus vivencias, todos sus sufrimientos, todos sus fracasos aún. Porque esos fracasos son los que nos alimentan más, sus pecados, sus errores. También recuerdo a Pablo entonando alabanzas después del sufrimiento que tuvo en la cárcel de Filipos con Bernabé, y a medianoche estaba alabando al Señor, glorificándolo con cánticos, y yo pensaba, tanto dolor que tenía Pablo, porque le dolían los latigazos, le dolían las cadenas, sin embargo, sacaba esa fuerza para entonar alabanzas al Señor. Entonces, ¿cómo yo no iba a avanzar en esa agua, que era tan mínima? Grande para mí, horrible para mí, pero para los que están experimentados en el sufrimiento era nada. Y eso nos da la fuerza también, nos da la firmeza, la decisión de buscar estrategias en los momentos cruciales, en los momentos de crisis para salir victoriosos.
Victoria: Claro, así como ese punto de referencia que utilizaste en el camino.
Eva: Exactamente. Y cómo recibimos referencias de personas inconversas, porque mi esposo aún no se había convertido. Sin embargo, me trajo esa referencia a la memoria. Esa referencia me llevó a caminar por el centro de la calle, sin desviarme, y esperar cada relámpago. Y la calma, la paz que sentía, extraordinario. Yo aun no comprendo cómo estaba con tanta paz, pero claro, el Señor es el Dios de los imposibles. Él lo imposible lo hace posible y lo realiza. Él me dio esa paz, esa calma, esa tranquilidad para seguir la estrategia.