Cánticos del Siervo del Señor (9ª parte)
18 agosto, 2024Cánticos del Siervo del Señor (11ª parte)
25 agosto, 2024Autor: Eduardo Cartea
Mucho se canta y se lee sobre la fidelidad de Dios. Es una de las características que distinguen al Siervo del Señor. La fidelidad al Padre y la seguridad de sus promesas.
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PE3035 – Estudio Bíblico
Cánticos del Siervo del Señor (10ª parte)
Hola. En nuestro recorrido por el libro de Isaías para hallar las referencias al Siervo del Señor, una visión profética de la gloriosa Persona de Jesucristo, llegamos al versículo 4 del capítulo 42. Allí hay otra característica de este sublime servidor de Dios: Su fidelidad.
Acompáñeme con su Biblia a leer el v. 4: “No se cansará ni desmayará, hasta que establezca en la tierra justicia; y las costas esperarán su ley”.
El carácter del Mesías es firme y fiel. Es cierto que no quebrará la caña cascada ni apagará el pábilo humeante, pero Él tampoco se quebrará ni apagará. Su obra no es fácil. Su tarea es sobrehumana, pero Él no se cansará. Su fortaleza radica en el poder de Dios. Su actitud es resuelta. No hay nada que le haga detener en su misión. No hay oposición de hombres o demonios que le haga desistir de aquello para lo cual vino a este mundo. Es aquel que dice en las palabras del capítulo 50, vers. 7: “porque Jehová el Señor me ayudará, por tanto, no me avergoncé; por eso puse mi rostro como un pedernal, y sé que no seré avergonzado”.
Es el que rehusó las insinuaciones del tentador que por tres veces trató de impedir que siguiera Su camino a la cruz.
El que iba subiendo a Jerusalén sabiendo lo que iba a sucederle, acompañado por sus discípulos que, asombrados, le seguían con miedo.
Quien respondió a la insinuación de Pedro: “Señor, que nada de esto te acontezca”, diciéndole con santo enojo: “Quítate de mí, Satanás, porque me eres estorbo”.
El que dijo a Pilato con toda convicción: “Yo para esto he venido”.
Es Aquel que rehusó beber la mirra que calmaría sus dolores en la cruz, para gustar en plenitud las angustias del Calvario.
Es en quien debemos poner nuestros ojos como “el autor y consumador de nuestra fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”.
No hubo vergüenza que no decidió soportar, ni dolor físico, moral ni espiritual que Él no afrontó, hasta pronunciar el retumbante grito en la cruz: ¡Consumado es! Es decir, ¡todo está cumplido! Y concluida, consumada de una vez y para siempre la obra de la redención, nos deja el ejemplo para correr con paciencia la carrera que tenemos por delante, considerando, como continúa diciendo Hebreos cap. 12: “a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar”.
Aunque el pábilo de mi vida humee, aunque la caña de mi vida esté cascada, puedo contar con uno que no se cansa, ni se desmaya: el Señor Jesucristo, el Siervo del Señor.
Por eso es capaz de restaurar aquello que está a punto de quebrarse, de alentar lo que está por apagarse. Es quien no se cansa aún de soportar mis flaquezas, perdonar mis pecados, pasar por alto mi infidelidad, olvidar mi ingratitud, tolerar mis miserias con un amor infinito y una gracia insondable.
Con razón Pablo el apóstol puede decir a los corintios: “Os ruego por la mansedumbre y ternura de Cristo”. Es manso, pues tolera mis errores y caídas; es tierno, porque me restaura con Su gracia y misericordia.
Los versos de una preciosa canción dicen así:
Puede oscurecer,
puedo ser rodeado de lo que nunca esperé;
estar en la neblina de un gran dolor,
y pensar que no hay salida para mí.
Pero hay una verdad
que nunca me dejará desfallecer,
y aunque no la deba merecer,
me sostiene…
Dios ha sido fiel,
Su fidelidad nunca acabará,
permanecerá, siempre crecerá;
Él ha sido fiel, y por siempre lo será.
El versículo 4 sigue y dice: “hasta que establezca en la tierra su justicia”. Indica un proceso de restauración largo y costoso. Todo el AT y el NT nos muestran ese proyecto divino. Agrega: “las costas esperarán su ley”. Las costas indican los países más lejanos, costeros, a los gentiles fuera de Israel. Ellos también esperarán la ley de Dios —esa ley perfecta que “convierte el alma”. Mateo lo traduce así: “Y en su nombre –es decir, su persona- esperarán los gentiles”. Es en el Siervo del Señor que esperarán aquellos que están lejos. Él es su esperanza y de Él recibirán la instrucción que los lleve a Dios.
De hecho, llegó hasta ellos porque el Evangelio, conforme a la comisión de Jesús, alcanzó “hasta lo último de la tierra”. Pablo lo dice en estas palabras: “Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca”. Sí, a nosotros que estábamos lejos, “sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo”.
La expresión también apunta a aquel día en que la tarea llegará a su fin. Un día el Señor llevará a su Iglesia completa, transformada, perfecta; “verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho”, y luego presentará al Padre el glorioso resultado de Su labor.
Será entonces cuando esa restauración quedará concluida, cuando establecerá su justicia en la Tierra; esa justicia que los hombres no conocen, pero que un día será una realidad, conforme a su promesa: “He aquí que vienen días, dice Jehová, en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra”.
Pero también este Siervo del Señor será
Alentado. Leo en Isaías 42. 5, 6: “Así dice Jehová Dios, Creador de los cielos, y el que los despliega; el que extiende la tierra y sus productos; el que da aliento al pueblo que mora sobre ella, y espíritu a los que por ella andan. Yo Jehová te he llamado en justicia, y te sostendré por la mano; te guardaré y te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones”.
En estos versículos sigue hablando Dios acerca de Su siervo: nos hace conocer su aliento hacia Él y la misión que le encomienda. “Te he llamado”, “te sostendré”, “te guardaré” y “te pondré”. Es Dios el Padre, el Todopoderoso, creador y sostenedor del universo, el que vivifica a todo lo creado con su Espíritu, planea la misión. Es el mismo Dios que sostiene a su Hijo el Mesías para concretarla.
“Yo Jehová”: es Dios hablando en forma personal, el YO SOY con toda la autoridad, que se presentó a Moisés; del Dios que se compromete a sí mismo, porque así es su misma esencia. “Yo soy el que soy”, o “Yo soy aquel que es” es el Dios eternamente presente. Jehová, o Yahveh, es el nombre de Dios relacionado con su pueblo Israel. El que determina sus hechos poderosos.; el Dios de los pactos es el que garantiza Su obra a través del Mesías.
Para cumplir esa obra Dios le sostendrá, guardará y constituirá
como pacto para el pueblo y como luz para las naciones gentiles. La misión es doble: reconciliar a Israel con Dios mediante un nuevo pacto, y ser luz de salvación para los gentiles.
Zacarías, el padre de Juan el Bautista dijo con profunda percepción espiritual, que su hijo el profeta precursor del Mesías, vendría “para dar conocimiento de salvación a su pueblo, para perdón de sus pecados, por la entrañable misericordia de nuestro Dios con que nos visitó de lo alto la aurora, para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte, para encaminar nuestros pies por camino de paz”.
El anciano Simeón, teniendo al pequeño niño Jesús en sus brazos agregó: “Han visto mis ojos tu salvación la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles y gloria para tu pueblo Israel”.
Pablo entiende esta profecía, diciendo en Hechos 13.47: “Porque así nos ha mandado el Señor diciendo: Te he puesto para luz de los gentiles, a fin de que seas para salvación hasta lo último de la tierra”. La respuesta de ellos fue creer en medio de mucho gozo, glorificando la palabra del Señor. Sin duda, los gentiles hemos sido iluminados por Aquel que es “la luz del mundo”, a quien el Padre llamó, envió, guardó y dio como regalo de gracia para nuestra salvación. Podemos decir con Pablo: “¡Gracias a Dios por su don inefable!”.