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Autor: Eduardo Cartea

Ministerio poderoso del Siervo, es el tema que compartimos en este programa. Continuando con el estudio de los “Cánticos del Siervo del Señor”, en el libro del profeta Isaías y comprobando una descripción exacta de la vida de Jesús entre los hombres.


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PE3037 – Estudio Bíblico
Cánticos del Siervo del Señor (12ª parte)



¡Hola, amigos! Seguimos estudiando uno de los temas más fascinantes que nos presenta la Escritura, o tal vez, el más fascinante, que es la vida del Señor Jesucristo. En este caso, como la presentan algunos párrafos del libro de Isaías, que en conjunto reciben el nombre de “El cántico del Siervo”. Estamos en el capítulo 42, y ya hemos visto los versículos 1 al 6. Hoy miraremos otro aspecto de la preparación del Mesías y está en el v. 7, hablándonos de su ministerio poderoso. Dice así: “Para que abras los ojos de los ciegos, para que saques de la cárcel a los presos, y de casas de prisión a los que moran en tinieblas”.

La misión del Mesías, del Siervo de Jehová es imponderable. Nadie sino Él podría cumplirla. Por eso, en su presentación mesiánica en la sinagoga de Nazaret, como lo narra el evangelista Lucas en su capítulo 4, se levanta y lee en el rollo de Isaías un párrafo casi completo del capítulo 61 de la profecía de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor”, y con toda autoridad les dice: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros”. ¡Extraordinario!

Se necesita todo el poder divino del Siervo del Señor para efectuar esa transformación en la vida de los hombres. Son ciegos espirituales porque satanás “cegó el entendimiento de los incrédulos para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios”, bendecidos por el toque sanador del Salvador “para que abran sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz y de la potestad de Satanás a Dios”. En otro tiempo eran tinieblas, pero ahora son hijos de luz, para vivir como hijos de luz.

Cautivos de satanás, de aquel que, dice la Biblia, “puso el mundo como un desierto, que asoló sus ciudades, que a sus presos nunca abrió la cárcel”; hallados por uno que “miró desde lo alto de su santuario… para oír el gemido de los presos, para soltar a los sentenciados a muerte”. Ahora pueden decir que “luego que clamaron a Jehová en su angustia, los libró de sus aflicciones; los sacó de las tinieblas y de la sombra de muerte y rompió sus prisiones… quebrantó las puertas de bronce y desmenuzó los cerrojos de hierro”.

¿No fue así con nosotros, con aquellos que ya somos de Cristo?, ¿No éramos ciegos y presos de nuestro pecado, del error, del engaño de Satanás y un día la luz penetró en las tinieblas de nuestra vida y que es “la luz del mundo” iluminó nuestra oscuridad y nos sacó a la “luz de la vida”?, ¿No podemos decir ahora que el Señor nos llamó en justicia, nos sostiene con su mano de poder, nos guarda por su gracia y envía para predicar un evangelio que abre los ojos de los ciegos y saca de la prisión de oscuridad a los cautivos del diablo?

La misión del Siervo no solo es para salvación en el tiempo de la Iglesia. También alcanzará al pueblo de Israel, cuando vuelva al centro de la escena mundial y sea, después de pasar por días angustiosos, receptor de la gracia divina conforme a las promesas de Dios hacia el remanente fiel. Por eso leemos en los vs. 15 y 16 de nuestro capítulo: “Convertiré en soledad montes y collados, haré secar toda su hierba; los ríos tornaré en islas, y secaré los estanques. Y guiaré a los ciegos por camino que no sabían, les haré andar por sendas que no habían conocido; delante de ellos cambiaré las tinieblas en luz, y lo escabroso en llanura. Estas cosas les haré, y no los desampararé”.

El siervo del Señor, en los v. 8 y 9 de este capítulo 42 de Isaías es presentado como

     Glorioso. “Yo Jehová; este es mi nombre y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas. He aquí se cumplieron las cosas primeras, y yo anuncio cosas nuevas; antes que salgan a luz, yo os las haré notorias”.

Es una solemne afirmación, como si Dios mismo pusiera su rúbrica debajo de su declaración presentando al Mesías. Lo dice en el versículo 5 y lo vuelve a decir en el v. 6, pero aquí en el v. 8, suena a “palabra definitiva”.

Dice el conocido erudito bíblico William Vine:

“Jehová es el Nombre por el cual Él se reveló a Sí mismo a Moisés, como un compromiso que Él podía cumplir Su palabra con respecto a la comisión que le había dado. Por este título Él declaró: Su auto existencia, la seguridad de la eterna e inalterable naturaleza de Su carácter, su poder para redimir, su autoridad como de Uno que, habiendo redimido a los suyos, reclama obediencia a Sus mandamientos. Que Su Nombre es garantía del cumplimiento de Su palabra, es el claro significado aquí en Isaías 42.8”.    

El trino Dios es glorioso, y Su gloria no es compartida con nadie. No hay dios que pueda igualarle, porque los dioses no son sino “esculturas”, productos de la imaginación corrompida del hombre, inútiles para actuar, detrás de los cuales están los mismos demonios. No hay hombre sin Cristo que alcance la gloria de Dios porque su pecado le impide alcanzarla. 

Solo Dios es glorioso. Su gloria es la manifestación de su naturaleza divina, de sus atributos y poder divinos. Y ese Dios invisible, inaccesible, al que “ninguno de los hombres ha visto ni puede ver”, se hizo visible en la Persona de su Hijo Jesús, el Mesías, el Siervo del Señor, y dice Juan en su Evangelio: “vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”. Dejó su entorno glorioso, pero, aunque velada por su humanidad, no dejó su gloria, pues pudo verse no solo en los milagros asombrosos de Su omnipotencia o en el conocimiento portentoso de Su omnisciencia, sino también en los actos de extrema humildad y obediencia a la voluntad del Padre.

Él es glorioso en su nacimiento; en su vida de humildad; en sus milagros; en su transfiguración; en su padecimiento; en su resurrección; en su entronización; y en su segunda venida.

Por eso, el cántico concluye en el v. 9 con una preciosa promesa: “He aquí se cumplieron las cosas primeras, y yo anuncio cosas nuevas; antes que salgan a luz, yo os las haré notorias”. Las “cosas primeras” ya han tenido cumplimiento. Probablemente tengan que ver con la promesa del regreso del cautiverio babilónico, que Dios realizó por medio de un “mesías” humano, Ciro.  Pero como en general las profecías tienen un cumplimiento parcial y uno final, las “cosas nuevas” corresponden a aquellas que se cumplirán por medio del Siervo del Señor en Su segunda venida, cuando restaure al remanente fiel que confiará en Él. Antes que salgan a la luz, podemos entenderlas por medio de la revelación que Dios ha querido dejarnos para que veamos por anticipado la manifestación de su gracia y poder.

Un día en el Cielo se oirá: “El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza”, en la proclama de los millones y millones de ángeles, querubines y redimidos alrededor del trono de Dios —y se sumará toda la creación para expresar en adoración: “Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos”.Allí estaremos contemplando la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.

El versículo 10 de Isaías 42 se suma como punto final, en acentos de victoria y alabanza, al cual nos unimos, esperando ese glorioso día:

“Cantad a Jehová un nuevo cántico, su alabanza desde el fin de la tierra; los que descendéis al mar, y cuanto hay en él, las costas y los moradores de ellas”. 

 Permítame preguntarle, ¿usted está esperando ese día glorioso del retorno de Jesucristo? Si no tiene esa certeza, le invito a que le reciba por la fe hoy mismo, con arrepentimiento de sus pecados y gozará de la paz de su perdón.

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