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Autor: Eduardo Cartea

Continuamos estudiando el capítulo 53 de Isaías como el más descriptivo. En este programa, veremos el desprecio y sufrimiento por el cual el Cristo pasó, dando cumplimiento a la profecía. A pesar de ser tan meticulosamente anunciado, no le conocieron como el que había de venir.


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El Mesías sufriente

El Siervo del Señor profetizado en Isaías es el personaje central de los 4 poemas o cánticos que se detallan en los capítulos 42, 49, 50 y 52-53. Estamos considerando la última de estas canciones, en los capítulos 52 y 53 de Isaías, sin duda, una de las más gloriosas páginas de la Biblia.   El capítulo 53 nos habla en varios de sus versículos de los sufrimientos del siervo de Dios. Leemos en él que anuncia su venida a este mundo, y aparece en el escenario de su tiempo tal como se detalla en los Evangelios, como un hombre humilde, sin estridencias, en forma silenciosa. Podría hacerlo de otra manera, porque es el Rey de la gloria, el Dios omnipotente, el dueño de lo creado, el Señor de los ejércitos celestiales, pero la poesía de Isaías nos dice que es como una planta tierna que echa sus raíces en tierra seca; que, si le viéramos, no habría en él belleza ni majestad alguna; su aspecto no sería atractivo y nada en su apariencia lo haría deseable.

Pero aún más, los hombres lo despreciaban y lo rechazaban. Era un hombre lleno de dolor, acostumbrado al sufrimiento. Como a alguien que no merece ser visto, lo despreciaron y no le tuvieron en cuenta. Juan, el apóstol escribió: “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho, pero el mundo no le conoció”. Conoció aquí no es en sentido de conocer intelectualmente, sino en sentido de reconocer a una persona por lo que es. No reconocieron a Jesús como el Cristo, el Mesías, el Salvador, el Hijo de Dios. Y agrega Juan: “los suyos no le recibieron”.

No lo aceptaron entre ellos. Quedó fuera de la puerta, fuera del interés y el aprecio de los hombres. Dice un escritor cristiano: “Por siglos los judíos no quisieron mencionar siquiera el nombre de Jesús. Tal era la repugnancia que sus pretensiones y sufrimientos despertaba en ellos que lo cambiaron de “Yeshúa” a “Yeshu”, cuyos iniciales significan: “Que su nombre y memoria serán borrados para siempre”. En Mateo capítulo 21, Jesús mismo relata la parábola de un hombre que plantó una viña, la dejó en manos de labradores y se fue lejos. En el tiempo de la vendimia envió siervos suyos a recoger el fruto, pero los golpearon, apedrearon y mataron. Volvió a enviar a otros siervos, e hicieron con ellos del mismo modo. Entonces envió a su hijo, pensando que tendrían respeto de él.

Cuando le vieron, los labradores tramaron su muerte, y dice el texto bíblico: “Y tomándole, le echaron fuera de la viña y le mataron”. No hace falta explicar lo que está tan claro en palabras del Maestro. “Le echaron fuera de la viña y le mataron”, esa es la actitud de desprecio que sintieron por Él, por Aquel a quien desecharon, como se descarta algo que no tiene valor alguno. Esta es la respuesta que los conciudadanos de los siervos de otra parábola de Jesús en el evangelio de Lucas cap. 19 dieron a aquel hombre noble que se había ido a un país lejano para recibir un reino y volver. Dice su texto: “Pero sus conciudadanos le aborrecían, y enviaron tras él una embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros”.

Nos parece oír las palabras del Salmo 22, que proféticamente pone en labios de Jesús su dolorosa experiencia personal: “Mas yo soy gusano, y no hombre; oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo”. En otras palabras, Él dice: la gente se burla de mí; el pueblo me desprecia. ¿Acaso no se cumplió todo esto cuando en el pretorio, ante Pilato, el pueblo gritó: “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!”? El título de varón de dolores habla de alguien cuya vida está llena de dolor, acostumbrado al sufrimiento o familiarizado con el sufrimiento. Más aún: hecho para el sufrimiento. Hablando del carácter del Señor Jesús, el Dr. Martin Lloyd Jones escribe lo siguiente: “Una cosa que observamos es que no se menciona en ninguna parte que riera. Se nos dice que se airó, que sufrió hambre y sed; pero no hay mención alguna de que riera. Sé que un argumento de esta clase, llamado “ex silentio” puede ser peligroso, pero no podemos dejar de prestar atención a este hecho.

Recordamos la profecía de Isaías, en la que se nos dice que sería “varón de dolores, experimentado en quebranto”, y que le iba a quedar el rostro tan desfigurado que nadie lo desearía. Esta es la profecía referente a Jesús, y al leer estos relatos de los Evangelios respecto a él vemos que la profecía se cumplió al pie de la letra. En Juan 8.57 hay una indicación de que nuestro Señor parecía más viejo de lo que era. Recuerdan que había dicho: ‘Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó’; los oyentes lo miraron y le dijeron: `Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?`. Se lo dijeron a alguien que apenas tenía treinta años, y estoy de acuerdo con los intérpretes que dicen, basados en ese pasaje, que nuestro Señor parecía mucho mayor de lo que era. Nada se dice, pues, de risas en su vida”.

Otros escritores bíblicos agregan: “Es hombre, pero desfigurado; vive en una sociedad, pero despreciado; a los dolores y sufrimientos corporales se une el abandono de los demás, que interpretan el sufrimiento como castigo de Dios y temen contagiarse si se acercan, y se tapan el rostro para protegerse de Él. Son temas que se leen en los salmos de lamentación personal (penitenciales) y en el libro de Lamentaciones”.

Como dice el salmo: “Mi vida se gasta en la congoja, mis años en los gemidos. Soy el espanto de mis conocidos; me ven por la calle y escapan de mí”. “No hay parte ilesa en mi carne, estoy agotado y deshecho: mis amigos, mis compañeros, mis parientes por mi dolencia se mantienen a distancia”. O el libro de las Lamentaciones de Jeremías:   “Yo soy el hombre que ha probado el dolor bajo la vara de su cólera. La gente se burla de mí, me saca coplas todo el día”.  

¿Pero, no habitaba Él en la eterna dicha de la gloria, en comunión perfecta con el Padre y el nexo de amor del Espíritu Santo?, ¿no es llamado el bienaventurado, el dichoso y solo Soberano, Rey de reyes y Señor de señores? Él mora entre las alabanzas de los ángeles, ¿por qué descendió?, ¿por qué se humilló y eligió ser pobre de toda pobreza?, ¿por qué, si es “el brazo de Jehová”, vino a ser el “varón de dolores”, y si es la vida, padeció la muerte?  Hay solo una respuesta: por amor. El Salvador fue un hombre lleno de dolor, y que lo sufrió. Nosotros sufrimos muchas veces a causa de nuestro pecado. El salario del pecado siempre es así. Pero Él jamás conoció el pecado.

El que era “santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores y hecho más sublime que los cielos”, no sufrió por Su pecado, sino por el pecado de los demás hombres… por nuestro pecado… por mi pecado. La calamidad derivada del pecado, con su secuela de enfermedad, pobreza, miseria, impactó Su tierno y sensible corazón, de tal modo que llegó a ser “experimentado en quebranto”. Había venido a buscar y salvar lo que estaba perdido, extraviado y corrompido, y los hombres le tuvieron en poco. En los momentos de mayor necesidad fue dejado solo.

Ya lo había anticipado el Señor en Juan 16.32: “He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo”. En Getsemaní estuvo solo orando, alejado “como a un tiro de piedra”, mientras sus amigos, los compañeros que habían asegurado estar con Él hasta el fin, dormían. Horas después sería negado por Pedro; entregado por Judas, por el miserable pago del valor de un esclavo. (Nos parece oír en tonos de sarcasmo la expresión de Zacarías 11.13: “¡Hermoso precio con que me han apreciado!”).

Al final, los discípulos, temerosos, desconcertados (¿avergonzados?) desaparecieron. Solo uno, y un puñado de mujeres piadosas le acompañaron, envueltos en las sombras del Gólgota. En la voluntad de Dios, seguiremos considerando los sufrimientos del Siervo de Jehová, del Mesías, Cristo Jesús en este capítulo 53 de Isaías. Mientras, adorémosle con gratitud.

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