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Autor: Eduardo Cartea

¿Puede un cargo de autoridad ser a la vez un servicio? Piense la respuesta, ¿la tiene? Entonces está preparado para escuchar este segundo programa de “Los Cánticos del Siervo del Señor” En el que aparece la imagen del “Siervo Sufriente del que habla el profeta Isaías.


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PE3027 – Estudio Bíblico
Cánticos del Siervo del Señor (2ª parte)



Hola, un gusto saludarle. Estamos estudiando un interesante tema en la Palabra de Dios: Los cánticos del siervo, del Mesías, en la profecía de Isaías. Se trata de una presentación profética de Jesús, el Mesías.

Dijimos que el estudio que acabamos de comenzar es una verdadera sinfonía, pero infinitamente superior a las que podamos escuchar en toda nuestra vida; una obra maestra, sublime, celestial. Su tema: Cristo, el Siervo de Jehová, el Señor Jesucristo, profetizado, en este caso por Isaías, 700 años antes de su aparición en este mundo. Como toda sinfonía, tiene cuatro movimientos, cuatro cánticos: uno más bello que el otro; uno más profundo que el otro… una verdadera obra maestra del Espíritu Santo de Dios, el Músico principal.

Los cuatro cánticos son estos:

  1. Isaías 42.1-4 (5-9):      La Presentación del Siervo.
  2. Isaías 49.1-9 (10-13):  La Preparación del Siervo.
  3. Isaías 50.4-9 (10-11):  El Propósito del Siervo.
  4.  Isaías 52.13-53.12:      La Pasión y Preeminencia del Siervo.

Cuando decimos “siervo”, “sirviente” o “servidor”, pues, nos referimos en términos proféticos a la persona de Jesucristo, el Mesías. Ahora, ¿cómo sabemos a ciencia cierta que se trata de él? Es el Nuevo Testamento que lo confirma, en varios pasajes, tanto en los Evangelios (por ejemplo, Mt.12.17-21), como en el libro de Los Hechos (usted puede leerlo en los capítulos 3, versículo 13, o en el capítulo 8, versículos 32 y 33). Pero también en las epístolas de Pablo (Por ejemplo, Romanos capítulo 10, versículo 16; o en Filipenses capítulo 2, y versículos 5 al 11) y aún en la carta a los Hebreos, capítulo 9, versículo 28.

Desde luego, es evidente que Jesús mismo entendía estas profecías así, aplicando sus conceptos a su Persona y Ministerio en muchas ocasiones. Por ejemplo, en Marcos 10.45, donde leemos: “El hijo del hombre –Jesucristo- no vino para ser servido, sino para servir, y para poner su vida en rescate por muchos”. También en otros pasajes de los evangelios. Y no solo son los conceptos, sino hasta el mismo vocabulario empleado por los Apóstoles en sus predicaciones y enseñanzas acerca de Jesús, que se inspiran repetidas veces en las canciones y su contexto; sin ellas habría sido muy difícil hallar un nexo unificador completo entre los dos Testamentos.

En este sentido, el Siervo de Jehová se identifica indudablemente con el Señor Jesucristo. Es aquel de quien Felipe habló al eunuco etíope en Hechos 8, explicando parte de Isaías 53, que este hombre leía sin entender de quién se trataba, hasta llegar a la convicción personal de que era el mismo Hijo de Dios y luego abrir su corazón al Evangelio. Es aquel también de quien Pedro en su primera epístola, capítulo 1, habla como el Cordero de Dios que fue “destinado desde antes de la fundación del mundo”, y “manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros”, y a quien, en el capítulo 2 aplica, por inspiración del Espíritu Santo, las expresiones del mismo capítulo 53 de Isaías: “Por cuya herida fuisteis sanados”.

“Siervo”, en las Escrituras, es un antiguo concepto semítico que significa sencillamente “alguien que sirve”, es decir, que obra con sumisión y obediencia. Este servicio abarca desde la tarea de los esclavos hasta el digno servicio efectuado en el Santuario terrenal del Señor, el Tabernáculo y el Templo, pasando por los patriarcas, los reyes y los profetas. Todos ellos son “siervos de Jehová, el Señor”. Todos ellos son escogidos por Dios y llamados a una tarea específica dentro de sus eternos designios.

Pero ninguno de esos hombres, por eminentes que sean, pueden llegar a cumplir el servicio que la Escritura otorga al “Siervo de Jehová”. Este siervo es destacado “como el manzano entre los árboles silvestres”; como el “señalado entre diez mil”, como dice el libro del Cantar de los Cantares.

En hebreo, el término es ‘ebed  (ébed), mencionado unas 800 veces en el A. T., y aplicado a personas como Abraham, Jacob, Moisés; Josué,   a Caleb, David, Salomón, Job, Isaías, y otros. Aún a personajes paganos como Nabucodonosor, el babilonio, o Ciro el persa a quien, sorprendentemente, se le asigna el título de “ungido”, por haber sido el hombre elegido por Dios para cumplir sus propósitos eternos.   

Pero también se aplica a los patriarcas, a los profetas, al pueblo de Israel, como sus integrantes y como la misma nación.

El equivalente de ébed en la versión LXX es la conocida palabra doulos, o dulos, que en calidad de adjetivo significa “alguien en estado de esclavitud” o “destinado a servir”. Estar en ese estado de esclavitud lo hace diferente a ser un diákonos, que es también un siervo, pero que se supone libre o en servicio voluntario. 

En Isaías, de todos modos, el título de siervo es mayormente asignado a Jacob. En esta profecía Jacob es a veces una referencia al patriarca, pero especialmente lo es al pueblo de Israel. Recordamos que Dios cambió el nombre del patriarca Jacob por Israel, después de aquel evento en Peniel cuando luchó con el ángel de Jehová. Su nombre original, Jacob, que significa “suplantador” o “engañador”, fue cambiado por Israel, es decir “el que lucha o persiste con Dios”. Así, de Israel como nación dice Dios: “Israel, siervo mío”, o “mi siervo Jacob”.

Además de Jacob y del pueblo de Israel, “siervo” es el título utilizado para designar al Mesías que Dios habría de proveer. Tengamos en cuenta que ébed, más que siervo, puede ser traducido como esclavo de Dios. Esclavo por pertenencia, por eso leemos que Dios dice: “mi siervo”, que es como decir: “Este es el que es mío”; pero también esclavo por obediencia, por rendir Su voluntad a la voluntad de Su Padre.

Solo el contexto y las acciones propias del “siervo” pueden hacer distinguir el Mesías de Israel, del pueblo de Israel.

Dice Bob Utley, en su comentario a los capítulos 40 a 66 de Isaías:

“Las traducciones y comentarios del arameo llamado los Targúmenes, afirman que el siervo es el Mesías. Será un Israelita individual cumpliendo la voluntad de Jehová para las naciones y el mundo. Así como Ciro II fue un instrumento en las manos de Jehová para un nuevo éxodo, el del retorno del exilio, así también el Mesías traerá un éxodo espiritual o regreso de la alienación de la Caída (como se lee en Génesis 3). Él restaurará la imagen dañada de Dios en la humanidad y permitirá la comunión íntima del Edén restaurada”.

A pesar de que en casos puntuales se pueden asignar al pueblo de Israel algunos de los conceptos de estos pasajes proféticos, por cierto, la hermenéutica evangélica siempre ha visto en estos, una clara alusión al Señor Jesucristo.

Es muy maravilloso contemplar la persona de Jesucristo, el Señor, en estos relatos proféticos. Para aquellos que creemos en él como nuestro Salvador, el contemplarle por la fe en su humillación y en su exaltación, nos motiva a adorarle. El es digno de adoración. Es el Señor, que “tomó forma de siervo, hecho semejante a los hombres”, dice el apóstol Pablo a los filipenses. Que vino para ser siervo de los hombres y esclavo de Dios. Que, como tal, no reclamó los derechos que le correspondían para quedar en la condición de Dios, sino que se humilló a sí mismo, tomando forma de siervo para pasar por la cruz con todo su dolor y vergüenza, cargando todo el pecado de los hombres, hecho el pecado mismo y por ello morir una muerte cruel, violenta en lugar de nosotros, los pecadores. Pero que está sentado en majestad y gloria, habiendo resucitado y ascendido a la gloria.

Permítame preguntarle: ¿Es su Salvador personal? ¿Le ha confesado como tal, ha abierto su corazón para que él le salve, le perdone y ponga en usted la certeza de la vida eterna? Si aún no lo ha hecho, hoy tiene la oportunidad de inclinar su corazón ante Jesús y recibirle por la fe como su personal Salvador. Entréguele su vida, recíbale como su Salvador. La Biblia promete: “A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser llamados hijos de Dios”.     Pero, si ya lo ha hecho, quisiera preguntarle: ¿es su Señor? ¿Ha rendido usted su corazón a él? ¿Le ha dado las llaves de su vida, de su presente, de su futuro, de sus proyectos, de sus anhelos? Es tiempo de hacerlo, para darle todo el reconocimiento y la devoción de que es digno.

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