Cánticos del Siervo del Señor (33ª parte)
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17 noviembre, 2024Autor: Eduardo Cartea
Isaías 53 versos 6 y 7, es un fragmento de la Palabra que debemos tener presentes para recordarnos que el Señor Jesús sustituyó, Él y solamente Él, nuestra desgracia por Vida Eterna. Pero además de eso fue nuestro sustituto en la pena de muerte que pesaba sobre nosotros.
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PE3059 – Estudio Bíblico Cánticos del Siervo del Señor (34ª parte)
El Mesías Sustituto
Consideramos hoy los versículos 6 y 7 de Isaías 53, para ver en ellos al Siervo del Señor angustiado.
Estos versículos completan la sublime descripción sobre el sufrimiento del Siervo. Es un párrafo que comienza y termina del mismo modo, con las mismas palabras y que ratifica una vez más quienes son la causa de la muerte de Cristo: todos nosotros.
“Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino. Mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”.
La primera mención habla de nuestra necesidad. La segunda, de la provisión divina para ella. La primera de nuestra realidad: el pecado. La segunda de la realidad de la cruz de Cristo donde Él cargó con nuestro pecado.
Nuestra realidad y necesidad es que somos como ovejas descarriadas. Las ovejas son animalitos muy particulares: miran permanentemente hacia abajo, con lo cual es fácil que se descarríen y aparten del rebaño. Lejos del pastor, están expuestas a peligros. Muestran ignorancia y desorientación. Lo peor es que son incapaces de volver al redil. El salmista declaraba lo que cada uno de nosotros podría decir en las palabras del salmo 19: “Yo anduve errante como oveja extraviada; busca a tu siervo”.
En Ezequiel 34, hablando figuradamente del pueblo de Israel en su situación espiritual, se nos muestra claramente la condición de las ovejas: “No fortalecisteis las débiles, ni curasteis la enferma; no vendasteis la perniquebrada, no volvisteis al redil la descarriada, ni buscasteis la perdida, sino que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y con violencia. Y andan errantes por falta de pastor, y son presa de todas las fieras del campo, y se han dispersado. Anduvieron perdidas mis ovejas por todos los montes, y en todo collado alto; y en toda la faz de la tierra fueron esparcidas mis ovejas, y no hubo quien las buscase, ni quien preguntase por ellas. Por tanto, pastores, oíd palabra de Jehová: Vivo yo, ha dicho Jehová el Señor, que por cuanto mi rebaño fue para ser robado, y mis ovejas fueron para ser presa de todas las fieras del campo, sin pastor”.
Así es la condición del hombre sin Dios. Dice nuestro versículo en Isaías 53: “cada cual se apartó por su camino” —notemos el “su”— es personal. No es la sociedad, ni el destino, sino la propia iniciativa y voluntad de cada uno. Porque “hay camino que al hombre parece derecho, pero su fin es camino de muerte”. Es exactamente el efecto del pecado, que significa en esencia el desvío que el hombre produce del propósito divino para él. Dice la Biblia:
“Todos se desviaron, a una se han corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno”.
“Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno”.
La invitación de Dios muchas veces resuena en los oídos del pecador con las palabras de la antigua profecía: “Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma”. El versículo termina así: “Pero dijeron: No andaremos”.
La gracia de Dios se extiende, a pesar de ello, y nuestro texto tiene un punto de inflexión. Ante la realidad incontrastable de un hombre descarriado como una oveja, la Biblia dice: Mas Jehová, pero Jehová. Dios interviene proveyendo el medio de salvación, para que el hombre enajenado, se vuelva a Él, encuentre el camino, que no es otro que el mismo Jesucristo y se una al rebaño de aquellos que son guiados por el Buen pastor. Los cayados del buen pastor, como expresa Zacarías 11 se llaman “gracia y ataduras” y están siempre prestos a socorrer a la oveja perdida. El apóstol Pedro lo expresa así: “Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas”.
Ese rescate tiene un costo: Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.
Cargó, es otra gran palabra de nuestro excelso capítulo.
Tiene la idea de colocar encima algo, imponiéndolo con fuerza. Podemos decir así: le impuso la iniquidad de todos nosotros. Dios echó sobre los hombros, sobre el alma del Salvador la carga inmensa de nuestro pecado. Cargó en Él el pecado de la humanidad. Toda la inmundicia, perversidad, horrible negrura del pecado “de todos nosotros”, fue cargada sobre Jesucristo. Fue hecho pecado, no por un acto personal, sino porque le fueron imputados nuestros pecados. Como si fueran las nubes negras de los pecados de los hombres, pasados, presentes y futuros, y se concentraran en una furiosa tempestad, un maligno tornado, cayeron sobre la persona santa del Siervo de Dios.
Cuando leemos las listas de los pecados de los hombres en varios pasajes del Nuevo Testamento, pecados que repugnan y avergüenzan, nos preguntamos: ¿Cómo puede ser que Dios haya hecho responsable de ellos al Salvador y haya cargado tanta suciedad y perversidad, tanta corrupción y miseria sobre el alma santa de Jesús?
Solo hay una respuesta asombrosa, inexplicable: porque nos amó. Por eso no escatimó a su Hijo, lo entregó por todos nosotros, y lo cargó con nuestra vil y repulsiva maldad.
Romanos 5.8 nos dice que “Dios muestra (exhibe, demuestra) su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. La frase “siendo aún pecadores”, puede traducirse como: “mientras nosotros seguíamos pecando”. Esta es nuestra realidad.
El hombre Jesús no podía pecar. Nosotros no podemos “no pecar”. Es nuestra naturaleza caída la que impera. Pero mientras nosotros pecábamos, sin poder dejar de pecar, uno vino a nuestro auxilio y, en una demostración cabal del inefable amor de Dios, murió por nosotros.
Dice J. Rawlinson:
“Nuestras iniquidades han sido puestas sobre Cristo el Hijo de Dios. Ninguna persona inferior podría soportar tal carga. La historia de Jesús es la historia de Aquel que se ha colocado a Sí mismo, aunque inocente, en la posición del pecador ante la ley. Su muerte fue en lugar de la muerte que el pecador merecía. Aquellos que por manos malvadas lo crucificaron fueron los instrumentos por los cuales se llevó a cabo el consejo determinado de Dios. El Señor lo designó. Preparó el camino por tipo, profecía, e historia. Ha aceptado el sacrificio expiatorio. Lo declaró abiertamente por la resurrección de entre los muertos. Así fue proclamado en la predicación de los apóstoles”.
Ahora puedo cantar:
¡Oh, qué amor, inmenso amor,
inagotable, que no tiene fin;
que aun sufriendo y agotado,
despreciado, y al morir
rescataste multitudes, y a mí.
La palabra “cargó” también la encontramos cuando Dios está ordenando el sacerdocio levítico y dice en Éxodo 28.38: “Y estará sobre la frente de Aarón, y llevará Aarón las faltas cometidas en todas las cosas santas, que los hijos de Israel hubieren consagrado en todas sus santas ofrendas; y sobre su frente estará continuamente, para que obtengan gracia delante de Jehová”. Aarón llevaba, cargaba, sobre su frente las faltas del pueblo, para que hallaran gracia de parte de Dios. La RVA traduce así: “cargará con la culpa relacionada con las cosas sagradas».
Nuestro sumo sacerdote, Jesús, el Hijo de Dios, no solo cargó en la cruz con nuestros pecados; además, nos lleva cada día sobre su frente, y nosotros recibimos la gracia necesaria para nuestra necesidad.
Notemos que la palabra que aparece en nuestro versículo es que Jehová cargó en Él el pecado de todos nosotros. Pecado aquí es iniquidad, maldad. No solo son nuestros pecados, por horrendos que sean; es nuestro pecado, nuestra iniquidad, el principio pecaminoso, la raíz misma del mal. Diríamos que el pecado es la raíz, y los pecados, los frutos. La iniquidad designa al pecado en toda su extensión y profundidad. Eso es lo que el Siervo de Jehová llevó sobre sí. Ese fue el castigo de nuestra paz. Pecado, por salvación. Castigo, por paz. Muerte por vida. Esa bendita transacción se produjo en la cruz.
Si hay una poesía que resume lo que es la sustitución, el tema de nuestro versículo, es la antigua canción que tantas veces hemos entonado en el marco de la Cena del Señor:
Qué carga inmensa, oh Señor, fue impuesta sobre ti;
Tú padeciste por amor el mal que merecí,
cuando en la cruz, Señor Jesús, moriste en vez de mí.
Ante esta sublime demostración de amor y misericordia, ¿cómo no rendir al Señor nuestro corazón, nuestra mente, nuestra vida?