Cánticos del Siervo del Señor (3ª parte)
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4 agosto, 2024Autor: Eduardo Cartea
En este programa, escucharemos sobre la controversia de, a quién se refiere la Palabra cuando habla del Siervo del Señor. Siempre basados en la profecía de Isaías capítulos 42 al 55. ¿Es el Pueblo de Israel o es como interpretamos, a Cristo el Señor?
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PE3029 – Estudio Bíblico
Cánticos del Siervo del Señor (4ª parte)
El pueblo de Israel como siervo de Jehová
Hola amigos, ¿cómo están? Continuamos conversando sobre un gran tema de la Biblia, la Palabra de Dios: Los cánticos del siervo, del Mesías en el libro profético de Isaías.
Hablamos en el último encuentro del término “siervo” y su significado.
Permítanme ver en las Escrituras una de sus acepciones. La que otorga ese título de “siervo” al pueblo de Israel. En efecto, en el Nuevo Testamento de la Biblia se menciona al pueblo de Israel, el pueblo elegido de Dios, como si fuera un siervo del Señor.
Dios tuvo un eterno propósito para su pueblo, y así lo presentan las Escrituras: lo escogió para que fuera el testigo de Su amor redentor, no solo para ellos, sino para todas las naciones de la Tierra. Cuando llamó a Abraham y estableció el pacto con él, le bendijo a él y a toda su descendencia. Leemos en Génesis 12.1-3: “Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren, maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”.
Génesis 18.18 reitera su bendición en palabras del Señor en una aparición teofánica, es decir, de la deidad en forma humana: “¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer, habiendo de ser Abraham una nación grande y fuerte, y habiendo de ser benditas en él todas las naciones de la tierra?”.
En el capítulo 22, v. 18, después de aquella extraordinaria prueba a la que sometió al patriarca pidiéndole que sacrificara a su hijo, y de la provisión del carnero que ocupó el lugar Isaac en el altar del sacrificio, Dios le reiteró su bendición y promesa: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz”.
Después de 400 años de esclavitud en Egipto, el poder redentor de Dios se manifestó en su pueblo sacándolos de aquella nación “con mano fuerte y brazo extendido”, y después de un peregrinaje por el desierto, liderados por Moisés, les introdujo por mano de Josué en el territorio que había prometido a Abraham.
Sin duda, Israel es un pueblo especial para Dios. Bien dice Zacarías 2.8: “El que os toca, toca la niña de mi ojo”. Y esa elección, como dice el buen escritor Alec Motyer: “es siempre un secreto, escondido en la naturaleza divina”. Así lo dice Dios en Deuteronomio 7.6-8: “Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra. No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó…”.
Pablo escribe en Romanos 9 y detalla las bendiciones que alcanzan a los israelitas: “la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas; de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén”.
- Dios adoptó a ese pueblo como un padre adopta a un hijo. Incluso le llama “mi primogénito”, haciendo ver el privilegio que tenía sobre otras naciones, como el primer hijo en la cultura hebrea tenía un lugar y una herencia especial.
- La gloria era la presencia de Dios entre ellos, simbolizada por aquella nube gloriosa que se asentaba sobre el tabernáculo, el lugar de culto y de encuentro entre Dios y su pueblo.
- El pacto fue establecido entre Dios y ellos con promesa y juramento, garantizado por la fidelidad absoluta de Dios.
- La ley que Dios dictó por medio de Moisés para regular su moral y su fe.
- El culto, que disponía de las diferentes formas y requisitos para adorar a Dios.
- Innumerable cantidad de promesas se cumplirían a través de su historia, llenas de paz, seguridad, protección y bendición.
- Israel tuvo grandes hombres de fe que fueron los transmisores de la voz de Dios al pueblo, por medio de sus mensajes, escritos y profecías.
- Y la máxima bendición de Israel es que fue el lugar de nacimiento del Salvador, la Persona de Jesús, el Señor.
Sin duda, Israel es un pueblo privilegiado. No hay nación en la tierra que puede compararse con él. El propósito de Dios para ese pueblo escogido era que fuese el medio de bendición para todas las naciones, llevándoles el conocimiento del Señor a través de la revelación de Su Palabra y la adoración al único Dios verdadero, en vez del culto que ellas tributaban a los ídolos paganos, con sus consecuencias de inmoralidad e injusticia.
Este fue el pacto que, al pie del Sinaí, Israel estableció con el Señor. A la propuesta de Dios hacia ellos, como se lee en Éxodo, cap. 19: “Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y como os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa”, el pueblo contestó (v. 8): “Todo lo que Jehová ha dicho, haremos”.
Así que, el deseo de Dios era que ellos fueran un pueblo diferente que guiara a otros el camino hacia Él. Israel fue destinado a ser una nación de sacerdotes, profetas y misioneros para señalar al mundo la promesa final de la provisión divina de un Mesías redentor, cumplida plenamente en la persona de Jesucristo.
Dice el escritor Alvaro Rodríguez sobre este tema:
“En el Antiguo Testamento la misión es centrípeta, esto significa que el pueblo de Israel es una especie de imán espiritual que debe atraer a las naciones que no adoran a Dios hacia el Pueblo de Dios, es decir, Israel. Esto lo podemos observar claramente de muchas formas. Adoración a un solo Dios; no idolatría; un santuario único; un estilo de vida diferente; leyes distintas a las de otros pueblos. En fin, hay muchas formas en que el pueblo de Israel se diferenciaba de los pueblos paganos. Todo esto debía ser un testimonio para atraer a otros hacia Dios”.
Es lamentable que Israel falló en esa tarea: ni fue un pueblo tan santo y diferente como Dios había pedido, ni tampoco dejó la idolatría, sino que vez tras vez cayó en ella, a pesar de los mensajes de los siervos de Dios, los profetas. Hizo falta que fuera juzgado por el Señor en dos terribles cautividades para que aprendiera a dejar a los ídolos. Tampoco fue un pueblo misionero, excepto aquellos hombres y mujeres fieles que fueron testigos de Su bondad y misericordia.
Pero, el “siervo-nación” sí ha cumplido algo importante: fue el medio por el cual nos llegó la Palabra de Dios. Pablo lo dice claramente en Romanos 16.26: “por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe”.
Finalmente, fue la nación de la cual surgió el Mesías que sería el Salvador no solo de Su pueblo, sino también de todas las naciones de la Tierra.
Israel tendrá aun un lugar especial en la historia futura, cuando un remanente fiel, en medio de los horribles juicios de la gran tribulación aceptarán a Jesús como su Mesías con sincero arrepentimiento y aunque deberán sufrir por su testimonio aun a costa de sus vidas, serán los que entrarán a gozar del reino milenial del Señor, cumpliendo así los pactos fieles de Dios para con ellos.
Los capítulos 43 al 45, el 48, y del 50 al 52 del libro de Isaías son, en general, una referencia al pueblo terrenal de Dios. Hay varias citas en las se menciona a Israel como “siervo” de Dios. En otras palabras, un pueblo al servicio de Dios y sus eternos propósitos.
Lástima que aún hoy no lo entienden y por eso rechazan a su Mesías, a su Salvador. Un día lo aceptarán, aunque para algunos lamentablemente sea demasiado tarde.