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Autor: Eduardo Cartea

En esta oportunidad en la serie “ Los cánticos del Siervo del Señor”, escucharemos la última parte de, el Mesías Ungido. Para seguir con la descripción del profeta Isaías y cómo es consecuente con la vida de Jesús.


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PE3033 – Estudio Bíblico
Cánticos del Siervo del Señor (8ª parte)



Hola. ¿Cómo está? Seguimos viendo con usted un tema no muy tratado en las iglesias, como es el de “Cántico del Siervo” en el libro de Isaías, que presenta a la Persona del Señor Jesucristo en forma profética como el Mesías sufriente y triunfante. En el capítulo 42, los primeros 4 versículos, Isaías nos habla de la Preparación del Siervo y estamos considerándolo como el “ungido” del Señor. La palabra “ungido” es el significado, justamente, del término Mesías (en hebreo), o Cristo (en griego).

El profeta inspirado puede vislumbrar por encima de los siglos el fin del reino del Mesías, quien pondrá todas las cosas en su debido orden, el orden que subvertió el pecado del hombre. Es cierto que un día vino del cielo en forma humana, como un pequeño niño. Es cierto que vivió y murió como un hombre, pero también es cierto que esa Persona singular, irrepetible, hombre y Dios, también resucitó de entre los muertos, ascendió al cielo y un día volverá. Y volverá ya no en humildad, sino en gloria, y no para morir, sino para juzgar a los hombres, para reinar y establecer su trono de poder y justicia.

Dios, el Dios que, como dice Job 34.12: “no hará injusticia, y no pervertirá el derecho”, implantará eficazmente la justicia en un mundo que, por apartarse de la ley divina, vive los efectos del pecado. Un día, el juicio de Dios se manifestará en ira “contra toda impiedad de los hombres que detienen la verdad con injusticia”, pero, al mismo tiempo, sobre la humanidad que acepte su señorío establecerá su gobierno de paz y orden.

Si el engañador, el “padre de mentira” pervirtió el derecho por medio del engaño, el Redentor, que es “la verdad”, lo restablecerá por medio de la verdad.

Pedro, en su segundo gran discurso desde el pórtico de Salomón (Hechos, cap. 3), dice en el v. 21, hablando del Señor Jesucristo: “a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo”. Esa restauración es necesaria para volver a poner el orden que Satanás y el hombre dislocaron por causa del pecado. La segunda venida del Señor marcará el comienzo de esa obra de restauración. “Todas las cosas” se refiere, no solo a Israel, de la cual hablan profusamente los profetas, sino también la creación misma, que hasta ahora “está sujeta a vanidad”, es decir a frustración y “gime a una y a una está con dolores de parto”, aguardando ardientemente “la manifestación de los hijos de Dios”, como lo expresa Romanos 8.18-22. Ella será liberada del yugo de esclavitud del pecado, para volver a un estado de paz y armonía, tal como surgió de la mente y la palabra creadora de Dios.

Esta restauración es posible solo como consecuencia de la muerte de Jesús. Por eso leemos en Hebreos 2.9: “Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos”. La expresión final “por todos” abarca a todos los hombres por quienes Cristo, el sustituto, murió. Pero no solo por la humanidad, sino “por todo”. De modo que el alcance de la obra de Jesucristo, la muerte de Jesús el Señor no es solo la salvación de los pecadores, devolviéndoles la gloria perdida, sino también la restauración de todo lo creado. Si el hombre cedió su cetro a un ángel, satanás, y con él, el dominio de la creación, provocando por medio de su pecado un colapso, una verdadera frustración del propósito para el cual Dios la hizo, será un hombre, Jesús, el que detentará el cetro en “el mundo venidero”, volviéndo a poner a la creación en su debido orden y control, bajo Su ley. 

Será glorioso ese día cuando el Señor, Juez justo, quitará la maldad para siempre y pondrá todas las cosas en su lugar. Israel estará en su lugar, su tierra prometida. La Iglesia estará en su lugar, reinando con Cristo. Satanás, sus demonios y los impíos estarán en su lugar, el lago de fuego para siempre. Cristo, el Señor, estará en Su lugar, ocupando Su trono, y Dios tendrá la supremacía absoluta, será “el todo en todos”.

En Romanos 11.36 leemos del Señor Jesucristo: “Porque de él, y por él y para él son todas las cosas”. “De él”, porque es la fuente, el origen de todas las cosas; “por él”, o por medio de él, porque en Él, en su maravillosa providencia, todas las cosas subsisten; y “para él”, o mejor, hacia él, porque todas las cosas tendrán su consumación en Él. Pablo lo expresa en otras palabras en Efesios 1.10, dándonos a conocer el propósito final del Dios de la gloria. Dice que es “reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra”;o, como leemos en Colosenses 1.16: “todo fue creado por medio de él y para –es decir, hacia- él”.   

Bien podemos alzar nuestra vista al cielo, de donde vendrá nuestro Salvador y decir con toda confianza y gozosa expectativa las palabras de Pedro en su segunda epístola 3.13: “Nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia”.  

Una antigua canción cristiana dice en su estrofa final:

              No sé decir como a los pueblos todos

              Los tomará por santa posesión,

              Satisfaciendo todos los anhelos

              Del mundo entero, toda aspiración.

              Mas esto sé: todos verán su gloria,

              Él segará su tan gloriosa mies,

              Y un día alegre resplandecerá el sol,

              El Salvador Jesús nos traerá el bien.

Cristo viene otra vez, y cuando sea así, todos aquellos que le rechazaron se lamentarán, perdidos para siempre, y todos aquellos que le aceptaron y le acepten gozarán de su paz y su reino de justicia. Isaías concluye su profecía con palabras muy sentidas en su capítulo 64, versículo 1: “Oh, si rompieses los cielos y descendieras”. Es como un desesperado grito que expresa una gran necesidad. Es como decir: Señor, tu ves como está el mundo, como los hombres viven en el pecado, el desorden moral, la bancarrota espiritual. Necesitamos que vuelvas para poner todo en orden, para encaminar a la humanidad por sendas justas, derechas. Para implantar tu reino.

Le pregunto en este día: ¿Está esperando la venida de Cristo? Para aquellos que somos suyos, que hemos confiado en él como nuestro Salvador personal, ha dejado una promesa que creemos porque son palabras fieles: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.

Al mismo tiempo, el apóstol Pablo lo dice en estas palabras: “…si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras”.

Es lo que conocemos como “el rapto” o “el arrebatamiento de la iglesia”, que se producirá en los aires.

Pero hay una segunda fase del retorno de Cristo y es su venida en gloria. El volverá a esta tierra como Rey de reyes y Señor de señores. El juzgará y reinará sobre los hombres todos, creyentes e incrédulos y la Biblia dice que “toda rodilla se doblará ante él y toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor, para la gloria de Dios el Padre”.

Que podamos esperar confiados su venida para irnos con él para siempre.

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