¿Cómo reconozco la voluntad de Dios para mi vida? (1ª parte)

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Una pregunta recurrente entre los creyentes es: ¿Cómo puedo reconocer la voluntad de Dios? Esta pregunta puede o bien a respuestas claras y sin doblez, o a frustración, desorientación y duda. Escucharemos algunos consejos que pueden servir para poder encontrar la respuesta en el Señor.


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PE2820- Estudio Bíblico
¿Cómo reconozco la voluntad de Dios para mi vida (1ª parte)



Nuevamente nos encontramos en un programa más para estudiar la Palabra de Dios. El diablo quiere convencernos de que Dios es un gran aguafiestas, que es el sádico que nos atormenta, el tirano que nos persigue, a quien nunca podemos complacer, quien nos oculta su voluntad y luego nos reprocha cuando nos equivocamos o fallamos. No obstante, eso no es verdad.

La voluntad de Dios no es solo para los neófitos, los iluminados o los casi perfectos, sino que Él quiere, por el bien de su nombre, guiar a todos sus hijos por el buen camino, con gusto y sin reproches. Pero… ¿Cómo podemos saber, a la hora de tomar decisiones difíciles? ¿Cuál es la voluntad de Dios? Varios consejeros han estudiado este asunto en la Palabra de Dios. En base a sus análisis, he encontrado que es posible hacernos siete preguntas que faciliten nuestra toma de decisiones.

Según Romanos 8:14, los hijos de Dios son guiados por el Espíritu de Dios; por lo que, si falta sabiduría al momento de tomar decisiones, deben pedírsela a Dios, con fe y sin dudar, y Dios se las dará, como dice Santiago 1:5 el cual da a todos abundantemente y sin reproches. Aunque parece que esto resuelve la cuestión, no todo en la vida resulta tan fácil. Después de todo, no queremos hacernos trampa, decepcionar a Dios o caer en los susurros del enemigo. Si lo pensamos por un momento, ¡tantas cosas podrían salir mal! Podemos paralizarnos o enredarnos en una maraña de preguntas, cuestionamientos, preocupaciones, dudas u objeciones.

Gracias a Dios, la Biblia no nos deja a la deriva en este sentido. Hay muchas pistas que podemos tomar de las inescrutables riquezas de Cristo; entre todas, me gustaría escoger estas siete preguntas que mencioné y de las que podemos hacernos para tomar buenas decisiones en la vida. Cada una de ellas fue tomada de varios comentaristas bíblicos y consejeros, y las he puesto en práctica con buenos resultados.

La primera pregunta es: ¿Está mi decisión en armonía con la Palabra de Dios?

Aunque es una pregunta sencilla, representa la base de todas las decisiones que tomamos. La enseñanza de nuestro Señor y sus apóstoles nos ordena y prohíbe hacer ciertas cosas claramente definidas. El autor cristiano G. K. Chesterton comparó los mandatos y las prohibiciones divinas con una valla alrededor de un parque infantil en lo alto de una montaña. Los niños pueden jugar tranquilos y libremente, divertirse de todas las maneras posibles, siempre y cuando estén dentro de la valla protectora. Sin embargo, si decidieran saltar la valla para ver si hay más diversión fuera del recinto, podría volverse muy peligroso.

De igual modo es en la vida de un cristiano. El Espíritu de Dios nunca nos llevará a hacer algo contrario a la voluntad de Dios revelada en las Sagradas Escrituras, pues sería perjudicial para nosotros y nuestros prójimos. Por intensas que sean tus emociones, Dios nunca te llamará a tener una aventura amorosa, a descuidar a tu mujer y a tus hijos, a engañar a tu jefe, a molestar a tu vecino o a hacer cualquier otra cosa que falte a la ética bíblica.

La segunda pregunta es: ¿Mi decisión promueve el amor?

Amar a Dios y a las demás personas son los mandamientos divinos por excelencia. ¿Qué es el amor? Es querer el bien de mi prójimo. El amor en este caso no es solo un sentimiento, sino una actitud del corazón, una decisión. Cuando nos preguntamos cuál es la voluntad de Dios en algún asunto, estamos también cuestionándonos si al elegir este o aquel camino, estamos cultivando el amor por Dios y por las demás personas. ¿Puedo perfeccionar mi amor si tomo este camino, no solo con palabras, sino también con hechos y en verdad? ¿Será que al tomar esta decisión mi amor se enfriará?

Cultivar con seriedad el principio del amor, me impide además caer en fanatismos o hacer locuras. Por ejemplo, Pablo escribe en 1 Timoteo 5:8: porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo. Si creo que debo hacer algo que implica descuidar a mi familia o desatender el trabajo por el cual me están pagando, debería asumir entonces que no es la voluntad de Dios, pues es contrario al principio del amor.

Debemos también atender a estas cosas cuando el cometido tenga apariencia de piedad. Prestemos atención al hecho de que nuestro Señor Jesús, al mencionar el mandamiento supremo del amor, equipara el amor al prójimo con el amor a Dios, ya que el primero es la imagen del segundo. Como dice 1 Juan 4:20 Si alguno dice: “Yo amo a Dios”, pero odia a su hermano, es mentiroso, pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?. Por muy piadoso que parezca, nada que haga que descuide mis obligaciones y deberes, o genere un perjuicio a mi prójimo, puede ser la voluntad de Dios. Por supuesto, no somos perfectos. Sin embargo, si nos planteamos con honestidad la cuestión del amor y pasamos tiempo en oración, el Espíritu Santo nos dará también la actitud adecuada.

En tercer lugar, debemos preguntarnos ¿Promueve mi decisión la santificación?

Pablo escribe en 1 Tesalonicenses 4:3: La voluntad de Dios es vuestra santificación. Cuando nos enfrentamos a una encrucijada en el camino y no sabemos qué senda prefiere Dios que tomemos, podemos preguntarnos junto a la cuestión del amor: ¿Este camino me hace más santo? ¿Acaso este camino se interpone en mi santificación? ¿Estoy reafirmando la salvación de mi alma? Vinculado al amor, podríamos preguntarnos: ¿estoy cuidando con esta decisión a las personas que me han sido confiadas y a mi prójimo en general? ¿Me estoy alejando de Dios con mis decisiones, o alejando a mi prójimo, o todo lo contrario? Por supuesto, hablamos de aquellas decisiones que dependen de nosotros.

No somos clarividentes ni tampoco actuamos siempre en santidad, pero cuando se presente esta interrogante, busquemos estar en sintonía con el Espíritu Santo, quien según Romanos 8:26 intercede por nosotros con gemidos indecibles. Es así que tendremos una actitud de santidad que reflejará la esencia del Espíritu Santo, después de todo, ese es su nombre, Espíritu Santo. Al igual que el amor, la santidad no es un sentimiento, sino una decisión. Así como decido desear el bien del otro, me dispongo a hacer todas las cosas con el fin de asemejarme más a mi Señor Jesús y acercarme a Él. Esta es la santificación. No se trata de la búsqueda de la perfección, sino de lo que queremos en nuestro corazón y de lo que pretendemos alcanzar a pesar de nuestras debilidades.

La cuarta pregunta es: ¿Está mi decisión en conformidad con los caminos de Dios?

Pablo dice en 1 Corintios 7:17, 20: Pero cada uno viva según los dones que el Señor le repartió y según era cuando Dios lo llamó […]. Cada uno debe quedarse en el estado en que fue llamado.

Dios nos llama en circunstancias puntuales, rodeado de personas que ha puesto en nuestro camino, nos llama con nuestro carácter, nuestras fortalezas y debilidades, nuestros talentos, nuestro estado civil, nuestra situación de vida en general. Esto no significa que no sea posible hacer cambios significativos en nuestras vidas, pero nuestro Dios es un Dios de orden. Como creyentes, no nos guía por un camino contradictorio a la vida que teníamos antes. Dicho de una forma más clara, Dios no exige que un padre de siete hijos se convierta de repente en un ermitaño. Claro que Dios puede hacer lo imposible, y a eso debemos aspirar, sin embargo, no podemos ignorar a dónde nos ha llevado a lo largo de los años y qué responsabilidades nos ha asignado: eso es sabiduría.

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