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Autor: William MacDonald

Así como nuestro Señor es el autor y consumador de la fe, también es el inventor y primer ejemplo de compromiso. Para saber lo que se quiere decir con esa palabra, estudiaremos la vida del Hijo de Dios.


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PE2209 – Estudio Bíblico
Compromiso total II (1ª parte)



¿Cómo están amigos? Habiendo hablado ya de nuestro compromiso con Dios. Hoy analizaremos: EL COMPROMISO DE CRISTO

Así como nuestro Señor es el autor y consumador de la fe, también es el inventor y primer ejemplo de compromiso. Para saber lo que se quiere decir con esa palabra, estudiaremos la vida del Hijo de Dios.

Cuando el Padre nos vio perdidos y en desesperada necesidad, pidió un voluntario: «¿A quién enviaré, y quién irá por mí?» El único que estaba capacitado, también estaba dispuesto. «Heme aquí. Envíame a mí», fue lo que dijo el Hijo, en esencia. Él quería hacer la voluntad de Dios, y sabía exactamente lo que eso significaba.

Implicó que el Creador naciera en un establo. No hubo una sala de partos esterilizada, ni una cuna limpia. No. Sólo el oloroso cobertizo del ganado, y la paja de un pesebre como colchón.

Aun años después, nuestro Señor no sabía nada de las comodidades que hoy consideramos derechos imprescindibles. Nunca tuvo agua corriente fría y caliente, baño, o un colchón de resortes. Él no tenía lo que incluso las zorras y las aves tienen: un lugar de descanso propio. Mientras sus discípulos volvían a sus hogares, Jesús dormía en el Monte de los Olivos. E. S. Elliott escribió: «Tu cama fue la hierba, oh, Hijo de Dios.»

El Salvador sabía que la voluntad de Dios significaba venir a un mundo de pecado. No podemos imaginar el sufrimiento que causó esto a Su alma sin pecado. Él sentía repulsión y rechazo por el pecado. A nosotros nos duele resistir la tentación; a Él le produjo un profundo sufrimiento el sólo hecho de entrar en contacto con ella.

Al aceptar la voluntad de Dios, nuestro Salvador sabía que sería despreciado y rechazado. Él derramaría Su vida, esparciendo bendición sobre la gente. Daría vista a los ciegos, oído a los sordos, y libertad a los cautivos. Los mudos hablarían, los paralíticos caminarían, y los muertos volverían a la vida. Aun así, recibiría ingratitud y abuso.

O, para decirlo con las palabras de Samuel Crossman:
“¿Por qué, qué ha hecho mi Señor?
¿Qué provoca esta ira y este rencor?
Él hizo a los paralíticos correr,
Y que los ciegos pudieran ver.
¡Dulces injurias!
A ellos mismos se desprecian,
Y se levantan en Su contra.”

Jesús sabía lo que era la soledad y estaba muy familiarizado con el dolor. Se ganó el nombre de Varón de Dolores. Sería insultado, acusado de ser el fruto de la fornicación, de estar endemoniado, de hacer milagros en el poder del diablo – todo por parte de Sus criaturas. Pero, ¿acaso consideró volver atrás? ¡Nunca!

Un autor desconocido, escribió:
“Fue un solitario camino el que transitó,
apartado de toda alma humana.
Conocido sólo para Sí mismo y Dios
Fue el dolor que llenó Su corazón;
Pero de Su camino no se volvió
Hasta que, donde yacía en pecado y vergüenza,
¡ME ENCONTRÓ! ¡Bendito sea Su nombre!”

Cuando el Hijo dijo: «Heme aquí. Envíame a mí», el futuro se volvió como un libro abierto para Él. Pero, estaba tan comprometido con la voluntad del Padre que lo enfrentó con determinación. Vez tras vez, en Su ministerio terrenal, habló de Su deseo de consagrarse totalmente a Su Dios y Padre.

De acuerdo al consistente testimonio de la Palabra, Su propósito al venir al mundo fue hacer la voluntad de Su Padre (como leemos en He. 10:7).

Cuando purificó el templo, Sus discípulos recordaron el Salmo 69:9: «… me consumió el celo de tu casa.» El compromiso con los intereses de Su Padre, consumió al Salvador.

Vamos a hacer una pausa, y enseguida continuamos.

Muy bien, ya estamos de vuelta, y continuamos viendo el compromiso de Jesús con los intereses de Su Padre.

Cuando era niño, sus padres lo reprendieron por irse solo de la caravana que volvía a Nazaret, y Él les recordó que tenía que ocuparse de las cosas de Su Padre (esto lo vemos en Lucas 2:49).

Cuando los discípulos expresaron preocupación porque no había comido recientemente, dijo: «Mi comida es que haga la voluntad del que Me envió, y que acabe Su obra» (así dice Juan 4:34).

Al decir: «No puede el Hijo hacer nada por Sí mismo» (en Juan 5:19), el Señor rechazó cualquier iniciativa u originalidad en Sus actos. Todo lo que hacía era en obediencia al Padre (y así lo leemos en Juan 7:16; 12:50; 14:10 y 31).

A aquellos que quisieron matarlo porque había sanado en el día sábado, les dijo: «no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre» (Juan 5:30). Nadie nunca había estado tan encaminado.

Un día le dijo a la multitud: «Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió» (Juan 6:38).

Bajo circunstancias similares, dijo a Sus supuestos asesinos: «yo hago siempre lo que le agrada» (Juan 8:29). La obediencia no era un acto ocasional; era la historia de Su vida.

La sombra de la cruz siempre estaba presente, pero la enfrentaba con calma – y hasta con ansia. «De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!» (dijo en Lucas 12:50).

No había lugar para retroceder. En el último y fatídico viaje a Jerusalén, Él «iba delante» (dice Lucas 19:28). Pareciera que Sus discípulos venían rezagados, arrastrando sus pies de mala gana.

La voluntad de Dios incluía el Getsemaní, donde oró: «Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú» (como leemos en Mt. 26:39). Su angustioso clamor no era para escapar de la muerte. Fue más bien por una indicación divina de que no podríamos ser salvos de ninguna otra manera. Su pregunta retórica sobre si existía alguna otra manera, fue contestada por el silencio del cielo. Es que no había otra manera.

Fue Negado, Traicionado, y Desamparado

Jesús sería luego traicionado por un amigo, negado por un discípulo débil, besado por un hombre poseído por Satanás, desamparado por aquellos que más cerca de Él estaban. Sería arrestado por cargos falsos y juzgado en un tribunal que fue la peor de las farsas. El veredicto sería «Absuelto», pero, de todas maneras, lo sentenciarían a morir. Podría haber llamado a doce legiones de ángeles, pero escogió morir – por usted y por mí. Prefirió la voluntad de Dios, antes que Su propia seguridad.

Tenía el poder para bajarse de la cruz, y también para no hacerlo. Él no quiso salvarse de ella. Fue para esa hora que había llegado al mundo (como dice Juan 12:27). No fueron los clavos los que lo sostuvieron allí, sino Su compromiso con la voluntad de Dios.

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