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Autor: William MacDonald

Así como nuestro Señor es el autor y consumador de la fe, también es el inventor y primer ejemplo de compromiso. Para saber lo que se quiere decir con esa palabra, estudiaremos la vida del Hijo de Dios.


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PE2210 – Estudio Bíblico
Compromiso total II (2ª parte)



Amigos, es un gusto estar nuevamente junto a ustedes. Continuando con el tema, vemos que: En el compromiso de Jesús con los intereses de Su Padre, estaba incluido que Él fuera: El Pecador Sustituto

El mayor horror tendría lugar en aquellas tres horas de oscuridad cuando Dios desampararía a Su Hijo, cuando el Señor Jesús soportaría toda la ira de Dios para pagar la pena por nuestros pecados. Ninguna mente finita podrá comprender lo que esto significó para el Santo. Pero, estuvo dispuesto a soportarlo en obediencia a la voluntad de Dios y por amor a las almas.

Sí, sabía que se levantaría de la muerte, ascendería de nuevo al cielo y sería honrado con el Nombre que es sobre todo nombre. Sabía que al final toda rodilla se doblaría ante Él y que toda lengua lo confesaría como Señor. Pero antes de la corona estaba la cruz, antes de la gloria el sufrimiento. El Señor Jesús estaba completamente comprometido con la voluntad de Dios a cualquier costo.

Nuestro Salvador estaba consagrado a Dios, y nos dejó un ejemplo para que sigamos Sus pisadas. Cada vez que somos tentados a quejarnos o retirarnos, debemos clamar a Él para que «anime nuestro débil esfuerzo.» Como dicen estas palabras anónimas:

“Señor, cuando estoy agotado, la tarea
Y Tus mandamientos me resultan una molestia,
Si mi carga me llevara a la queja,
Señor, muéstrame Tus manos,
Tus manos atravesadas por los clavos,
Tus manos maltratadas por la cruz,
Mi Salvador, muéstrame Tus manos.

Cristo, si alguna vez mis pasos se desvían,
Y me apronto a retroceder,
Si el desierto o las espinas causaran mi lamento,
Señor, muéstrame Tus pies,
Tus pies sangrantes, Tus pies heridos por los clavos,
Mi Jesús, muéstrame Tus pies.”

En ninguna parte de la Biblia se encuentra el llamado a la total consagración de una manera más explícita e ineludible que en Deuteronomio 6:5: “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.”

Con el fin de que nadie objete argumentando que esto pertenece a la dispensación de la ley y que, por tanto, no se aplica a la actualidad, el Espíritu Santo lo repite tres veces en el Nuevo Testamento, y agrega: «con toda tu mente» (en Mt. 22:37; Mr. 12:30; y Lc. 10:27). En los evangelios, sin embargo, no se enseña como una ley con una pena añadida, sino como una instrucción en la justicia para aquellos que son salvos por gracia.

Jesús dijo que amar a Dios es el primer y gran mandamiento. Luego agregó que en dos mandamientos (amar a Dios y amar al prójimo) se abarcaba toda la Ley y los Profetas, o sea, que se resumía el Antiguo Testamento entero. Y como estas dos leyes son más que todo el sistema hebraico de sacrificios, deben tener más importancia para nosotros.

Los mandamientos nos marcan un patrón y nos muestran qué tan lejos estamos de él. Son también un llamado al compromiso. Aunque no podamos obedecerlos perfectamente, nos movemos en esa dirección. Para nosotros, en la tierra, nunca será un logro total, pero sí debería ser un proceso continuo.

«Amarás al Señor tu Dios…» Él es nuestro Señor, nuestro Maestro. Él es nuestro Dios, nuestro Creador, Sustentador, Salvador y Preservador. Él merece nuestro amor y, cuando lo tenga, también tendrá nuestra obediencia.

Merece Nuestros Poderes Afectivos

«Con todo tu corazón…» Nuestro Dios debe tener el primer lugar en nuestro corazón. Cualquier otro amor debe ser secundario. No pasemos por alto la palabra todo, aquí y en las siguientes expresiones. En este caso, implica amar al Señor de manera suprema.

¿Cómo será cuando le amemos? Tenemos una idea cuando estudiamos la relación de amor entre la doncella sulamita y su amante en los Cantares de Salomón.

Ella nunca estaba más feliz que cuando estaba en su presencia.

Su ausencia le producía dolor. Anhelaba que llegara.

Hablaba de él con gran deleite. Su lengua era como «la pluma de un escritor preparado».

Amaba hablar con él. A veces estando él ausente, ella le hablaba en voz alta.

Ella siempre se complacía de escuchar su voz.

Soñaba con él, y saboreaba cada recuerdo de él.

No había competidores para su amor.

Él era el objeto de su afecto.

De esta forma, debería ser, también, entre nosotros y el Señor.

Él merece Nuestros Poderes Emocionales

«Con toda tu alma…» Puesto que el alma es el centro de las emociones, suponemos que esto significa que debemos amar a Dios con todos nuestros poderes emocionales. Debemos entusiasmarnos con Él, gozarnos cuando oímos que Él es exaltado, y enojarnos con lo que lo deshonra. Cuando lo recordamos, se mezclan el gozo y tristeza—gozo de saber que Su sufrimiento terminó, y tristeza porque nuestros pecados lo causaron.

Él merece, también, Nuestros Poderes Intelectuales

«Con toda tu mente…» Esta frase nos llama a dar lo mejor de nuestros poderes intelectuales al Señor. Debemos tomar nuestra mente y, por así decirlo, depositarla en adoración a Sus pies, pidiéndole que la use para Su gloria. Una manera en que podemos hacerlo es saturando nuestra mente con las Escrituras, para que primero la obedezcamos nosotros y luego la ministremos a los demás. Todos nos enfrentamos a la decisión de dar lo mejor al mundo y al Señor. Mejor es ser conocido como una persona de la Palabra, y no como una persona del mundo.

Y Él merece Nuestros Poderes Físicos

«Con todas tus fuerzas…» Debemos amar al Señor con nuestros poderes físicos. Es bueno que recordemos que Él «No se deleita en la fuerza del caballo, ni se complace en la agilidad del hombre. Se complace Jehová en los que le temen, y en los que esperan en su misericordia» (así nos dice el Sal. 147:10 y 11).

Las proezas en las cosas espirituales cuentan más que la popularidad en el campo atlético. Un atleta dijo una vez: «La emoción más grande de mi vida fue cuando anoté un punto decisivo en un gran juego y escuché el estruendo de las tribunas. Pero, esa misma noche, en la tranquilidad de mi cuarto, una sensación de lo frívolo que había sido me abrumó. Después de todo, ¿qué valía? ¿No había nada mejor en la vida que anotar puntos?»

Aquellos que viven para los honores de este mundo son los que venden su primogenitura por un plato de guisado. Imagínese dando lo mejor de sí por una banda, una plaqueta, o una copa de oro. Un hombre que vivió para estas cosas dijo: «El sueño de la realidad era mejor que la realidad del sueño.»

Los jóvenes que quieren obedecer el primer y gran mandamiento, no pueden expresar mejor su decisión que en las palabras de Thomas H. Gill:

Señor, en la plenitud de mi fuerza,
Seré fuerte para Ti;
Que al contemplar cualquier otro deleite,
Sea a Ti a quien eleve mi canción.

No quisiera darle mi corazón al mundo,
Para luego profesar Tu amor;
No quisiera que mis fuerzas se acaben,
Para luego intentar servirte.

No quisiera tener un rápido celo,
Para hacerle favores al mundo;
Y luego subir la colina celestial,
Con pies débiles y lentos.

No sean para Ti, mis deseos débiles,
Mi parte más pobre y más baja;
No para Ti, mi fuego que se extingue,
Las cenizas de mi corazón.

Elígeme en mi época dorada,
Sé parte de mis regocijos;
Para Ti la gloria de mi albor,
La plenitud de mi corazón.

El mandamiento de amar a Dios con todo el corazón, el alma y las fuerzas tiene su eco parcial en el último libro de la Biblia, Ap. 5:12, cuando las huestes celestiales dicen a gran voz: «El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza». Sí, el Salvador ya tiene todo el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. Pero, aquí la idea está en que Él es digno de recibir todas estas cosas, de su parte y de la mía. Ciertamente, eso incluye nuestros poderes intelectuales (sabiduría), nuestros poderes físicos (fuerza), y nuestros poderes emocionales (honor, gloria, y alabanza).

No hay duda que Él es digno de lo mejor de nosotros. La única pregunta es: «¿Se lo daremos?»

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