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Autor: William MacDonald

A veces, el compromiso total significa dar a Dios el tesoro más preciado de tu corazón.
La lección del holocausto es «Dale a Dios todo lo que haya en ti.»


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PE2212 – Estudio Bíblico
Compromiso total II (4ª parte)



Estimados amigos, terminamos preguntándonos en el programa anterior: Mientras Abraham e Isaac caminaban hacia el lugar del sacrificio, que Dios había determinado: ¿Habrá habido una conversación animada entre este anciano y su ágil y atlético hijo? No lo sabemos. Pero, no hay indicios de discusión, reticencia, o pesadumbre. No parece haber habido ningún pensamiento de volver atrás. Ambos continuaban caminando. Todo era muy increíble, y muy irreal.

¡Les esperaba la mayor prueba de fe!

Finalmente, Isaac hizo la inquietante pregunta: «Padre mío… He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?» Aparentemente, Isaac no había entendido el verdadero propósito del viaje hasta ahora. Pero Abraham lo sabía, y la pregunta le atravesó las partes más profundas de su ser. Pero, una vez más, ganó la fe sobre las emociones humanas. Abraham cambió la agudeza de la pregunta, asegurándole a su hijo que Dios mismo proveería un cordero para el sacrificio.

Por fin, llegaron al lugar designado. Abraham apiló un montón de rocas, formando un altar. Luego puso la leña encima. Entonces el padre, quien amaba a Dios increíblemente, ató a su hijo y lo colocó sobre la madera. Este hombre viejo, con sus manos temblorosas, tuvo la fuerza para levantar a su hijo adulto y ponerlo sobre el altar. Igualmente asombroso es que el hijo, quien fácilmente pudo ganarle en fuerza a su anciano padre, se sometiera sin protestar.

Ningún artista pudo hacer justicia con esta escena. Un padre listo para ofrecer a su hijo a Dios. Un hijo inocente listo para morir en obediencia a la palabra del Señor.

Entonces, el cierre de la angustiosa escena. Abraham toma firmemente el cuchillo y, levantándolo sobre el pecho de Isaac, mira el rostro del que significa más que la vida para él. Isaac también mira, ve el cuchillo que refleja la luz del sol, y vuelve su mirada hacia los ojos de su padre. Es un minuto eterno.

En ese momento crucial, vino el dramático desenlace. Antes que el cuchillo diera su golpe fatal, Abraham escucha una voz familiar llamándolo dos veces por su nombre: «Abraham. Abraham.»

Como lo hizo en Beerseba, contestó: «Heme aquí.»

El que hablaba era el Ángel del Señor, ni más ni menos que Dios el Hijo, en una apariencia pre-encarnada. Y le dijo: «No tienes que tocar a tu hijo. Has superado la prueba. Ya he visto que me temes tanto que no me negarías ni siquiera a tu único hijo. Ahora sé que tu compromiso es total.»

Entonces, llegó el momento de: La Provisión de un Sustituto

Al escuchar unos ruidos en los arbustos que estaban tras él, Abraham se volvió y vio un carnero atrapado por los cuernos, enredado en una zarza. De repente, todo tuvo sentido. Ofrecería el carnero a Dios en lugar de su hijo. El carnero sería el sustituto que moriría para que Isaac fuera salvo. Dios había provisto una víctima sacrificial justo a tiempo. Ese día, Moriah recibió un nuevo nombre: Jehová Jireh, el Señor proveerá. Allí fue donde el Señor proveyó una ofrenda apropiada.

Abraham debe haber desatado rápidamente las cuerdas que ataban a Isaac, y haberle dado un abrazo como nunca antes lo había hecho. Sus lágrimas deben haber fluido sin reservas, lágrimas de gozo, lágrimas de liberación.

Pero, el ángel no había terminado aún. Como el patriarca no retuvo del Señor a su único hijo, el ángel le juró que bendeciría y multiplicaría la descendencia de Abraham como las estrellas del cielo y la arena del mar. Ellos triunfarían sobre sus enemigos. Porque Abraham creyó, todas las naciones de la tierra serían benditas en su simiente.

Entonces Abraham regresó hacia el sur con Isaac, adonde estaban los jóvenes que los esperaban con el asno; y así el pequeño grupo regresó a Beerseba. ¡Qué conversación deben haber tenido en el viaje de regreso! ¡Qué muestra de la maravillosa providencia del Señor en el asombroso incidente del carnero atrapado por los cuernos, en ese lugar particular, en el momento exacto! Seguramente, fue algo más que una casualidad.

Dios había vindicado su promesa. Isaac fue librado.

Siglos después, otro Padre subiría a ese monte con Su Hijo. Sólo que esta vez, Él no sería librado. Esta vez el Hijo moriría. Moriría para quitar nuestros pecados por medio de Su sacrificio.

Para decirlo con las palabras de Anne Ross Cousin:

Jehová levantó su vara –
¡Oh Cristo, cayó sobre Ti!
Fuiste afligido por Tu Dios;
Ni una aflicción fue para mí.
Tu sangre fluyó bajo esa vara:
Tus heridas me sanaron.

Por mí, Señor Jesús, Tú moriste,
Y en Ti yo morí también;
Resucitaste: mis lazos desataste,
Y ahora vives en mí.
El rostro del Padre con gracia radiante
Brilla con Su luz sobre mí.

A veces, el compromiso total significa dar a Dios el tesoro más preciado de tu corazón.

Hablemos ahora de: EL HOLOCAUSTO

El Antiguo Testamento tiene dos ceremonias o rituales que son lecciones objetivas que intentan ilustrar la consagración al Señor. Una es el holocausto, la otra el juramento de un esclavo hebreo.

Primero vemos a un hebreo fiel acercándose al Tabernáculo para ofrecer holocausto al Señor. Mientras lleva un becerro con su cabestro, medita en lo bueno que ha sido el Señor con él. Su constante amor, Su misericordia y gracia lo llenan de gratitud. Viene con gozo a entregarse completamente en el símbolo del holocausto. Él recuerda que el animal que ofrece debe ser limpio, o sea que, debe ser rumiante y tener pezuñas [hendidas]. También debe estar libre de defectos. Ahora lo ofrecerá por voluntad propia.

Pasa por la entrada a través de las cortinas, e inmediatamente llega al altar de bronce y siente el calor que éste irradia. Sostiene la cuerda con su mano izquierda y pone su mano derecha sobre la cabeza del animal. El ritual está lleno de significado. Él dice: «Este becerro está aquí en mi lugar. Me identifico con él. Lo que a él le suceda es simbólicamente lo que a mí me sucede.»

En este momento, probablemente ata las patas del becerro, las de adelante y las de atrás, luego lo pone de lado. Toma un cuchillo bien afilado y, con un hábil movimiento, atraviesa la garganta del animal. Un sacerdote recibe la sangre en un recipiente y la esparce sobre el altar. Algunos espasmos y la víctima queda inmóvil.

El ofrendante le quita la piel al animal y lo corta en pedazos. Luego el sacerdote ubica los pedazos sobre el altar.

Es: Un Sacrificio Total

Entonces, se realiza el acto principal del holocausto. Las partes individuales del cuerpo desmembrado se queman en el altar hasta que toda la armazón (con excepción del cuero) es consumida por el fuego.

Esta ofrenda es una representación del Señor Jesús en Su consagración total a la voluntad de Dios. Él fue consumido totalmente por el fuego del juicio de Dios en el Calvario, y la fragancia de Su sacrificio subió como un agradable aroma al Padre (como menciona Ef. 5:2). Pero, tanto para el que ofrece en el Antiguo Testamento, como para los creyentes de hoy, nos habla sobre ofrecer nuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que es nuestro culto racional.

Como dice Cecil J. Allen:
Sus manos y pies y corazón, los tres
Fueron atravesados por mí en el Calvario,
Aquí y ahora, a él Le ofrezco
Mis manos, pies, corazón, como ofrenda.

Una parte importante del holocausto es que es una ofrenda de olor grato. En Lv. 1:13 leemos: «El sacerdote lo ofrecerá todo, y lo hará arder sobre el altar; holocausto es, ofrenda encendida de olor grato para Jehová». Cuando un hebreo lo ofrecía al Señor, puede haber pensado que era sólo una rutinaria expresión de gratitud. Quizá no se haya percatado de que estaba haciendo algo extraordinario. Pero, el hecho es que ese olor grato alcanzaba la presencia del Señor.

Así sucede con los creyentes en la actualidad. Cuando el Señor encuentra creyentes dispuestos a presentar sus cuerpos como un sacrificio vivo a Él, se complace mucho con ellos. El Salón del Trono del universo se llena con la fragancia de un olor grato. La lección del holocausto es «Dale a Dios todo lo que haya en ti.»

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