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Autor: William MacDonald

No debemos pensar que todos los santos que se dedicaron en forma espectacular, vivieron en tiempos bíblicos. El Señor siempre ha tenido un remanente de hombres y mujeres que le entregan sus vidas completamente.


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PE2219 – Estudio Bíblico
“Compromiso total” IV (2ª parte)



No podemos olvidar a los mártires cristianos del principio como Policarpo. Cuando el procónsul lo amenazó con quemarlo vivo, Policarpo dijo: «El fuego con el que me amenazas quema por una hora y se apaga después de un poco, mas no conoces el fuego del juicio venidero, y el castigo eterno, que está preparado para los impíos. Pero, ¿por qué te demoras? Vamos, haz lo que quieres». Cuando los soldados comenzaron a clavarlo al poste de la hoguera, él dijo: «Déjenme. Porque aquel que me ayuda a soportar el fuego también me facultará para permanecer inmóvil en la hoguera, sin la seguridad que esperan de los clavos».

Están los héroes de las catacumbas. En ese entonces, César quería unificar su imperio, el cual tenía muchos elementos diversos: raciales, culturales y lingüísticos. Así que implementó el culto al César. A todo ciudadano se le ordenó, bajo pena de muerte, tomar una pizca de incienso, ponerla una vez al año en un altar romano, y decir: «César es Señor». Ellos no tenían que creerlo; todo lo que tenían que hacer era decirlo. Pero, estos creyentes no lo hicieron. Su respuesta invariable fue: «Jesús es Señor». En el último minuto ellos pudieron haber renunciado a su fe en Cristo, poner el incienso en el altar y decir: «Maldito sea Jesús». Pero fueron fieles al Salvador, y esa fidelidad les costó la vida.

Las páginas de la historia están manchadas con la sangre de los valdenses, moravos, hugonotes y covenanters escoceses.

John Wycliffe, (1320?-1384), conocido como la estrella matutina de la Reforma, insistió en el derecho que tenía la gente común de tener la Palabra de Dios en un lenguaje entendible. Con ese fin fue que produjo la primera versión completa de la Biblia en inglés. Enseñó que la Biblia es la única autoridad en temas de fe y práctica, y que la doctrina de la transubstanciación es un engaño blasfemo. Esto, por supuesto, le trajo conflicto con la iglesia romana. Cuarenta y cuatro años después de su muerte, su cuerpo fue exhumado, convertido en cenizas y arrojado en el río Swift. Si Wycliffe hubiese visto esto desde su punto de vista celestial, creo que habría reído.

John Huss, (1374-1415), fue influenciado por las enseñanzas de Wycliffe y las propagó en Bohemia. A causa de que reprendió sin temor los vicios del clero, fue perseguido por años y luego excomulgado por el Papa. Por predicar el evangelio, al final fue quemado en el poste de la hoguera por una iglesia embriagada con la sangre de los santos.

William Tyndale, (1492?-1536), nos otorgó la primera versión impresa de la Biblia en inglés. Cuando sus amigos y otros comenzaron a leer la Palabra, el clero se alarmó ante esta amenaza a su autoridad. El Cardenal Wolsey defendió a la iglesia contra la «herejía perniciosa» de la Biblia. Cuando un clérigo supuestamente docto fue enviado a convertir a Tyndale, éste último dijo: «Si Dios salva mi vida, antes que pasen muchos años me ocuparé de que cualquier labrador conozca más de las Escrituras que tú». Pasó los últimos diecisiete años de su vida en cautividad, luego fue estrangulado y quemado.

CountZinzendorf, (1700-1760), un líder de la hermandad Bohemia, se paró frente a una imagen de Cristo crucificado, de Domenico Feti, que tenía las palabras: «Todo esto hice por ti. ¿Qué has hecho tú por mí?» Esa pregunta lo llevó a consagrar su vida, riquezas y talentos a la causa del Señor. Organizó una compañía de refugios cristianos en sus tierras en la villa de Herrnhut, y desde allí comenzó el movimiento misionero cristiano moderno.

Hugh Latimer, (1485?-1555), un gran obispo protestante, dijo: «Si veo la sangre de Cristo con los ojos de mi alma, eso es verdadera fe». Ese concepto, por supuesto, era una herejía para la iglesia establecida. Cuando él y otro hombre fueron atados al poste de la hoguera, Latimer le dijo a su compañero de martirio, Nicholas Ridley: «Esté alegre, señor Ridley. Por la gracia de Dios hoy encenderemos tal antorcha en Inglaterra que nunca se apagará». ¡Y lo hicieron!

Thomas Cranmer, (1459-1556), en un momento de debilidad, firmó una retractación de su postura en cuanto a la Escritura. Pero recobró el ánimo y fue al poste de la hoguera, poniendo primero en el fuego la mano que había firmado y diciendo: «¡Pierda yo esta mano indigna!»

A causa de su lealtad a Cristo y su rechazo a inclinarse a las presiones provenientes de las fuerzas políticas, Margaret MacLachlan (1622?-1685) y Margaret Wilson (1667-1685), fueron condenadas a ser ahogadas en el mar. La primera tenía 63 y la última 18. A pesar de las urgentes e incesantes advertencias para que se sometieran a sus enemigos, ellas se negaron rotundamente. Así que Margaret MacLachlan fue atada a una estaca en aguas profundas. La otra Margaret fue atada a una estaca más tierra adentro. Las autoridades asumieron que cuando la señorita Wilson viera morir a la mujer mayor, se retractaría. Mientras la marea llegaba finalmente hasta el mentón de la mártir mayor, los espectadores pudieron oírla decir: “Estoy persuadida de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni principados ni potestades, ni las cosas presentes ni las por venir, ni lo alto ni lo profundo ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios…” Antes que ella terminara, el agua la había cubierto y fue liberada del sadismo de los enemigos de Cristo. Cuando Margaret Wilson la vio morir, no se debilitó en su resolución. Por el contrario, dijo: “Si Dios le puede dar la gracia para morir a una señora mayor, Él puede darme gracia a mí”. Y así fue. La marea llegó, la cubrió, y ella se fue a su hogar celestial para ver al Rey que ella amó más que a su propia vida.

John Brown (? – 1685) fue uno de los covenanters escoceses quien prefirió morir antes de ser desleal al Señor Jesús y a los principios de la Palabra de Dios. Un día, Lord Claverhouse y sus hombres rodearon a John mientras él estaba trabajando cerca de su casa y le ordenaron entrar. La señora Brown estaba allí con un bebé en sus brazos. Claverhouse ordenó a sus hombres que dispararan, pero ellos habían oído orar a John Brown unos minutos antes y no pudieron obedecer la orden. Y fue así que el mismo Claverhouse le disparó al piadoso escocés, luego se volvió a la Señora Brown y preguntó: “¿Qué piensa usted de su marido ahora?” Con el cuerpo de John yaciendo a sus pies ella respondió: “Siempre tuve una buena imagen de él, pero nunca la tuve tanto como ahora”. Cuando Claverhouse dijo: “Sería justo que reposaras a su lado”, ella replicó: “Si se te permitiera, no dudo que tu crueldad llegaría tan lejos, ¿pero cómo responderás por lo que hiciste esta mañana?”

Martín Lutero, (1483-1546), fue salvo a través de la lectura de la carta de Pablo a los Romanos. Él estaba indignado por la venta de indulgencias para construir la iglesia de San Pedro en Roma. Cuando estuvo en el juicio, se negó a inclinarse a la autoridad final del Papa, reconociendo tan sólo el Señorío directo de Cristo. Su compromiso brilló en sus memorables palabras: “Mi conciencia está cautivada por la Palabra de Dios”. Posteriormente él defendió las tres solas de la Reforma Protestante: sola fide (sólo la fe); sola gratia (sólo la gracia); sola Scriptura (sólo la Escritura). Tradujo la Biblia al idioma alemán, y peleó valientemente por la fe.

Alguien dijo de Juan Calvino, (1509-1565), otro reformador, que «era intenso en su servicio al Señor, a Quien le había dado completamente su corazón». Aunque él no era claro en cuanto a las esferas de autoridad entre la iglesia y el gobierno civil, su enseñanza de que la salvación es por fe, independientemente de las obras, pero que conduce a buenas obras, lo hizo una de las figuras más sobresalientes de la era de la Reforma.

De la misma forma recordamos a Juan Knox, (1505-1572), un valiente defensor de la fe en Escocia. Fuertemente influenciado por Calvino, era un enemigo incansable de la idolatría y de todas las herejías y enseñanzas antibíblicas del Papa. Fue él quien dijo: «Dame Escocia o me muero». Un biógrafo dijo de él: «Knox, un hombre de una inflexible fortaleza de carácter y un gigante espiritual, moldeó la mentalidad de toda una nación, probablemente como ningún otro hombre lo ha hecho». La reina católica María dijo que temía a sus oraciones más que a todos los ejércitos de Inglaterra.

Necesitaríamos una enciclopedia de múltiples volúmenes para contar las historias de los hombres y mujeres que en cada siglo han seguido a Cristo, han llevado la cruz diariamente, y han resistido cada esfuerzo externo por hacerles negar su fe.

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