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Autor: William MacDonald

Dios está buscando a los mejores competidores. Aquellos que Le entregan lo mejor, que lo consideran digno de todo lo que poseen y son. En la carrera cristiana, debemos despojarnos de todo lo innecesario. Cristo debe ser primero en nuestra vida.


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PE2223 – Estudio Bíblico
“Compromiso total” V (2ª parte)



Estimados amigos, Cristo debe ser primero en nuestra vida. Es por eso que Pablo escribe con tanto énfasis en 1 Co. 7:29 al 31: «Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen; y los que lloran, como si no llorasen; y los que se alegran, como si no se alegrasen; y los que compran, como si no poseyesen; y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de este mundo se pasa».

Experimentaremos una cantidad de emociones. Lágrimas por un mundo que se pierde y por la condición espiritual insuficiente de la iglesia. Lágrimas por nuestros propios fracasos y deficiencias. Lloramos cuando los discípulos prometedores se desvían. Pero hay gozo por cada triunfo del evangelio, por cada creyente que avanza fielmente con el Señor, y por cada respuesta a la oración.

El Juez se sienta en el Bema, esto es, el Asiento del Juicio. Él no tiene medallas de oro en sus manos. Sólo coronas. Coronas de vida. Coronas de gloria. Coronas de justicia. Éstas son recompenses incorruptibles.

Y no sentiremos orgullo en ese momento. Ninguna jactancia del ego. Cuando Él ponga Sus manos marcadas por los clavos en el hombro del ganador, sólo habrá una cosa por hacer. Arrodillarse delante de Él y poner nuestras coronas a Sus pies. ¡Sólo Cristo es digno!

¿Qué pasaría si los cristianos mostraran el mismo celo, motivación, disciplina, y determinación que los atletas olímpicos? ¿Qué pasaría si nuestros jóvenes pasaran tanto tiempo en la Palabra, en oración y en el servicio al Señor como pasan los mejores atletas en sus prácticas?

El mundo sería evangelizado.

EL COMPROMISO ES COSTOSO

Es un hecho de la vida que el compromiso es necesario para cualquiera que desee alcanzar la excelencia. Los atletas olímpicos no son los únicos que tienen que practicar incansablemente, entrenar rigurosamente y disciplinarse a sí mismos fielmente. La gente en cada área de esfuerzo debe ser motivada a dar lo mejor de sí y soportar con paciencia. Las medallas y los listones no son para los haraganes o los aspirantes perezosos.

Henry Wadsworth Longfellow, dijo:
Las alturas alcanzadas y conservadas por grandes hombres
No fueron conseguidas en vuelos repentinos,
Sino que ellos, mientras sus compañeros dormían,
Se esforzaban por llegar arriba durante las noches.

A Veces, Se Ve Muy Fácil

Observamos a los músicos en concierto y admiramos sus actuaciones intachables. Tocan o cantan con tanta fineza que hasta nos parece fácil. ¿Fácil? Lo que nosotros no nos damos cuenta es de los años de práctica que les tomó adquirir esta habilidad. Alguien una vez le preguntó a Paderewski, el famoso pianista, cuál era el secreto de su éxito. Él contestó: «Practicar escalas hora tras hora, día tras día, hasta que casi se gastan los dedos hasta el hueso». Aun así, él estuvo dispuesto a hacerlo para poder alcanzar la fama como pianista.

A menudo pienso en John James Audubon, el gran artista y naturista. Se levantaba a medianoche e iba a los pantanos, noche tras noche, para estudiar los hábitos de ciertos halcones nocturnos. Se consideraba recompensado si luego de agazaparse inmóvil durante horas en la oscuridad y la niebla, conocía algo nuevo sobre alguna de estas aves. Un verano fue a los pantanos cerca de Nueva Orleáns para observar una tímida ave acuática. Le significó estar parado con el agua estancada hasta el cuello, mientras unas venenosas serpientes nadaban cerca de su cara y grandes caimanes pasaban una y otra vez por donde observaba sigilosamente. «No fue placentero,» declaró, mientras su rostro se iluminaba de entusiasmo, «pero, ¿qué con eso? ¡Tengo la foto del ave! Haría eso sólo por la imagen de un pájaro.»

Escritores famosos han contado cómo alcanzaron la excelencia. Edward Gibbon pasó 26 años escribiendo El Descenso y Caída del Imperio Romano. John Milton se levantaba habitualmente a las 4 de la madrugada para trabajar en Perdidos en el Paraíso. Thomas Gray comenzó su Elegía en un Cementerio de Campo en 1742, pero no terminó hasta junio de 1750. Ernest Hemingway dijo que comenzaba cada día leyendo y editando todo lo que había escrito hasta llegar al punto donde se había quedado. «De esa manera reviso un libro varios cientos de veces, afilándolo hasta que tiene el filo de la espada de un torero. Rescribí el final de Adiós a las Armas 39 veces en manuscrito y trabajé otras 30 veces más, ya impreso, intentando que quedara bien». Estos hombres estaban dispuestos a entregar energía, celo, y dedicación a lo que ellos consideraban una causa digna.

Piense en los sacrificios que hacen muchas personas profesionales y de negocios. Largas estadías lejos de las familias. Las inconveniencias de los viajes. Ajustarse a los cambios de horarios. La soledad de las habitaciones de hotel. Los idiomas extranjeros. Extremos climáticos y comidas raras. Están dispuestos a hacerlo por los dólares que van a ganar.

El compromiso conlleva: Sangre, Sudor y Lágrimas

El compromiso es el material del que están hechos los exploradores. Ernest Shackleton – famoso explorador de la Antártida – puso este anuncio en un periódico de Londres:

Se necesitan hombres para viaje riesgoso. Salarios bajos. Frío intenso. Largos meses en completa oscuridad. Retorno seguro dudoso. Honores y reconocimientos en caso de tener éxito.

Los comandantes militares no quieren soldados de chocolate que desfallezcan ante la primera muestra de sangre. Estando a los pies de San Pedro, en Roma, Garibaldi les dijo a los hombres que estaban con él: «No les ofrezco paga ni provisión. Sino hambre, sed, marchas forzadas, batallas y muerte. Que me siga el que ama a su país con el corazón y no sólo con sus labios». ¿Nos atrevemos a ofrecer menos al Señor Jesucristo?

Cuando un golfista le preguntó a Babe Didrickson Zaharias como perfeccionar su tiro, ella rió. «Simple», le dijo. «Primero pégale a mil pelotas de golf. Las golpeas hasta que tus manos sangran y ya no puedes hacerlo más. Al siguiente día comienzas otra vez, y al siguiente, y al siguiente. Y quizás un año más tarde, estés listo para jugar 18 hoyos. Después de eso, juegas cada día hasta que llegue el momento en que sabrás lo que estás haciendo, cuando golpeas la pelota».

Toma mucha dedicación que los actores y actrices memoricen sus líneas, para luego ensayar hasta que cada movimiento e inflexión son los apropiados. Los arqueólogos soportan el sol ardiente por semanas en la búsqueda de unos pocos tiestos. Los que se comprometen con la búsqueda se olvidan del reloj y el calendario, y prosiguen hasta obtener algún nuevo hallazgo científico. Y la lista sigue.

¿Y Qué De Nosotros?

Todo esto levanta problemas perturbadores para todos los que somos seguidores del Cristo del Calvario. Seguimos al mayor de los Capitanes. Tenemos el mayor de los mensajes para proclamar. Y la mayor de las causas por las cuales vivir y morir. Si hombres y mujeres se desgastan sólo por reconocimiento, honores, remuneración financiera, amor por el país, y éxito, cuánto más deberíamos estar dispuestos a entregarle todo a Él.

En su libro Dedicación y Liderazgo, Douglas Hyde comparó a comunistas y cristianos:

Para el cristiano existe una cuota de tragedia en esto – que personas con tanto potencial dieran tanta energía, celo, y dedicación a tal causa, mientras que los que creen que tienen la mejor causa sobre la tierra entregan tan poco a la misma. Y sus líderes siempre tienen miedo de pedir más de lo mínimo indispensable.

El cristiano puede decir que los comunistas tienen el peor credo sobre la tierra. Pero de lo que ellos tienen que darse cuenta es que los comunistas gritan desde las azoteas, mientras que los que creen que poseen lo mejor hablan con una voz apagada cada vez que lo hacen.

Un artículo en la revista Harvester resaltó la misma inconsistencia:

Muchos de los que profesamos amar al Señor Jesucristo y deseamos servirle, somos avergonzados cuando nos comparan [con la gente dedicada del mundo]. Tantos actos de servicio en la obra cristiana se realizan a medias, sin entusiasmo. Se hacen como tareas que tienen que cumplirse, pero parece haber poco esfuerzo en la preparación o gozo al realizarlas. Un maestro de Escuela Dominical se las arregla con algunos minutos de estudio y un poco de oración, y después se pregunta por qué hay poco fruto. Un predicador «busca en el baúl» algún sermón viejo, pensando que servirá para el próximo domingo, puesto que poca gente en la congregación lo recordará, y después se sorprende de que su audiencia no sea conmovida. Muchos de nosotros fallamos en orar como deberíamos, porque orar es un arduo trabajo, y luego quedamos perplejos cuando no encontramos respuesta para nuestras oraciones. La pereza espiritual es la responsable de la esterilidad espiritual.

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