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Autor: William MacDonald

Hay un pasaje del Nuevo Testamento que exhorta a los creyentes a vivir una vida de entrega total! Es Romanos 12:1 y 2, que dice: “Así que hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”.


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PE2230 – Estudio Bíblico
“Compromiso total” VII (1ª parte)



Amigos, ¿cómo están? Podría decirse que un pasaje sobresaliente en el Nuevo Testamento, que exhorta a los creyentes a vivir una vida de entrega total, es Romanos 12:1 y 2:

Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.

Cuando mi hermano y yo éramos niños, dice MacDonald, y H. A. Ironside visitó nuestra casa, nos enseñó un coro basado en este primer versículo:

Romanos doce uno es un verso que no evitaré,
Sino que me rendiré sólo a Aquél que está en el trono;
Si Él no es Señor de todo, entonces no es Señor.
Romanos doce uno.

Muchas veces en los años siguientes, me he dado cuenta de lo corto que me he quedado respecto al ideal expresado en la frase: «Señor de todo». Pero he buscado hacer de esto la ambición de mi corazón.

Cada palabra de ese texto dorado está cargada de significado. Poniéndolas juntas tenemos la clave para la vida abundante que el Señor Jesús prometió.

En Romanos 12:1 dice: «os ruego…», nos preguntamos ¿quién lo está diciendo? Bueno, obviamente es Pablo, puesto que es el autor de la carta. Él es quien dijo en Fil. 1:21: «Porque para mí el vivir es Cristo». Y: «Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.» Pablo dijo que había olvidado las cosas que quedaban atrás, y se extendía a lo que estaba delante. Prosiguió hacia la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús (como dice en Fil. 3:13 y 14).

Pero, debemos recordar que Pablo estaba escribiendo esto por revelación divina. Las palabras no eran sólo suyas, sino las palabras del Señor. El mismo Señor dijo, en Jn. 9:4: «Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura». Y en Juan 4:34: «Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra».

Observemos la palabra ruego. Dios nos está rogando. La palabra tiene un énfasis más fuerte que pedir. Expresa urgencia e importunidad. Y hay matices de imploración y súplica. Esta palabra describe, por ejemplo, a un centurión que rogó a Jesús para que sanara a su siervo (en Mt. 8:5 y 6). Los enfermos le rogaban a Jesús que los sanara (en Mt. 14:36). Un leproso le rogó al Señor que lo limpiara (en Mr. 1:40). Fue también lo que hizo Jairo cuando le pidió al Señor que sanara a su hija enferma (en Mr. 5:23). Y fue lo que hizo Pablo cuando les rogó a los pecadores que se reconciliaran con Dios (en 2 Co. 5:20). Así que, si escuchamos cuidadosamente, se oirá el latir compasivo del corazón de Dios, instando a Su pueblo a actuar hacia la mejor vida posible. Él quiere salvarnos de una vida perdida, de una vida dedicada a las trivialidades.

En el obituario de un periódico local, las siguientes oraciones describían el punto central en las vidas de algunos de los que habían fallecido:

«Él tenía apego a las calabazas, ya que nació en el entorno de una vieja tradición familiar de celebrar Halloween a lo grande, y de esa manera pulió sus habilidades en el tallado de calabazas a una edad muy temprana.»

«Ella disfrutaba de la TV, especialmente de Jeopardy.»

«El disfrutaba del bingo, el café y las tostadas en la mañana en el restaurante local, los niños pequeños, su jardín, las frutas, y el agua fresca.»

Estas son actividades que no dañan, pero, ¿eso es todo en la vida?

Después de la resurrección, Pedro tuvo el maravilloso privilegio de poder predicar el mensaje que el mundo tanto necesitaba. Pero, ¿qué fue lo que dijo él? «Voy a pescar», (así leemos en Juan 21:3).

Dios quiere salvarnos de que pasemos nuestras vidas estudiando los hábitos de descanso de los lagartos portorriqueños, o la función principal del picnic en la sociedad moderna, como algunos han hecho.

«Así que, hermanos, os ruego…» La expresión ‘así que’ es una conexión. Nos advierte para que estemos atentos, pues lo que Dios va a decir está muy relacionado con lo que había dicho previamente. «Hermanos», es obvio que esta urgente petición va dirigida a todos los cristianos. Aquí, la palabra ‘hermanos’ es genérica, abarca tanto a hombres como a mujeres, a jóvenes y a ancianos, a recién convertidos y a creyentes maduros. No se excluye a ninguno que haya experimentado la redención de Cristo.

«Por las misericordias de Dios.» Esta frase nos dice sobre qué se basa el llamamiento. Pablo recién había terminado de mencionar muchas de las maravillosas misericordias que vienen por la fe en el Señor Jesús. Mencionemos algunas de ellas:

Fuimos predestinados por Dios (según Ro. 8:29). Así es como todo empezó. Él nos predestinó con misericordia y compasión a una salvación eterna. Pero cada uno de nosotros tiene que preguntar: «¿Por qué yo?»

Él predestinó a los creyentes a ser conforme a la imagen de Su Hijo (como vemos en Ro. 8:29). Tal gracia es inimaginable pero maravillosamente cierta.

Dios nos llamó (Ro. 8:30). Él arregló todo providencialmente para que pudiéramos escuchar el evangelio y tener la oportunidad de responder por fe. Y nos volvemos a maravillar, con las palabras de Isaac Watts:

¿Por qué fui hecho para escuchar Tu voz
Y entrar mientras aún hay lugar,
Mientras miles toman una desdichada decisión
Y prefieren morir antes que entrar?

Él nos justificó (Ro. 8:30). Eso significa que nos liberó de todo cargo. Esto es más que un mero perdón. Es como si nunca antes hubiésemos tenido argumentos en contra. El archivo está en blanco. Estamos delante de Él en justicia, porque estamos en Cristo.

Hemos sido reconciliados con Dios (Ro. 5:10 y 11). La causa del conflicto fue nuestro pecado. El Señor Jesús removió la causa al quitar esos pecados sacrificándose a sí mismo. ¿Quién sino Dios podría haber concebido este plan de salvación?

Tenemos acceso por la fe a una maravillosa posición de favor con Dios (Ro. 5:2). Ahora Él es nuestro Padre y nosotros Sus hijos. Nos acepta en el Amado; por tanto estamos tan cerca y somos tan amados como Su amado Hijo.

Somos habitados por el Santo Espíritu de Dios (Ro. 8:9). Nuestros cuerpos son templos de la Tercera Persona de la Trinidad. ¡Piense en eso!

Tenemos la seguridad de nuestra salvación por el testimonio del Espíritu Santo a nosotros por medio de la Palabra de Dios (Ro. 8:16). No dependemos de los caprichos de las emociones humanas. Podemos saber que somos salvos, ya sea que lo sintamos o no.

Estamos eternamente seguros (Ro. 5:6 al 10). Puesto que Cristo pagó tan enorme precio para salvarnos de la pena del pecado, Él jamás nos dejará ir. Él vive a la diestra de Dios para garantizar nuestra preservación (Ro. 5:10b). Esta es una seguridad a prueba de fallas.

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