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29 septiembre, 2009
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Confianza en medio de la angustia (3 de 3)
29 septiembre, 2009

Título: Confianza a pesar de la angustia

Autor: Marcel MalgoPE1429

 Vivimos en un tiempo turbulento! Amenazas de guerra, criminalidad creciente, altas tasas de desempleo y otras dificultades caracterizan nuestros días. Muchos son afligidos por problemas personales, como enfermedad, soledad, culpa, etc. El autor de este mensaje analiza algunas de esas dificultades, y sin menospreciarlas nos anima a confiar de manera total


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Hola amigos, ¿cómo están? Al finalizar el programa anterior nos formulábamos la pregunta más importante: ¿Quién -en toda la historia de la humanidad- ha experimentado los abismos más terribles y profundos de la angustia? Y la respuesta fue: Jesucristo, hecho hombre, en el Jardín de Getsemaní. En aquel lugar, Él sufrió una angustia tal, que nuestro entendimiento no llegaría a comprender. No podemos tener ni la idea más remota de tan tremenda angustia. Cuando tenemos miedo, cuando ya no sabemos que hacer, podemos mirarlo a Él y recordar que Su tribulación fue aún muchísimo mayor. Su lucha con la muerte no se limitó a la cruz, sino también al Getsemaní, pues allí Él comenzó a morir. Allí, Él entró en una terrible y pavorosa agonía de muerte, porque Satanás estaba a punto de matarlo. Satanás, el príncipe y señor de este mundo, en esa circunstancia luchó por su reino, puesto que tenía muy claro que Getsemaní era el paso previo al Calvario, y si el Señor lograba llegar a la cruz, la puerta de salvación para la humanidad quedaría abierta.

Continuamos ahora viendo que, por esa razón, en Getsemaní, Satanás fue con todas sus fuerzas sobre el Cordero de Dios e intentó matarlo. Allí Jesús estuvo al borde de la muerte; Él luchó con ella. Este ataque contra Su vida, y contra Su obra de redención, provocó en Él una violenta y mortal angustia, una verdadera agonía de muerte. Él enfrentó y superó este momento en su calidad de hombre y no como Dios. Si así hubiera sido, hubiese invocado a multitudes de huestes celestiales y Satanás tendría que haberse retirado de manera inmediata. Es una gran mentira, y constituye una ofensa, decir que en Getsemaní Jesús tuvo miedo de la cruz. Sucedió justamente lo contrario: Él enfrentó la angustia de morir en Getsemaní, de morir antes de llegar a la cruz, por lo que Su sacrificio expiatorio habría sido frustrado. No tenía temor de la muerte en la cruz, pues Él mismo testificó claramente: «Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, porque yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre» (así lo leemos en Juan 10:17-18). Jesucristo no quería morir en Getsemaní, pero Él estaba muriendo, y esto le afligió tanto que entró en una profunda agonía, sudando gotas de sangre. El Señor debió atravesar la angustia más profunda, lo que nos demuestra que sufrió gran aflicción. Esto debería ayudarnos – y puede hacerlo – a obtener consuelo en nuestras tribulaciones y angustias.

Habiendo visto la agonía de Jesús, nos preguntamos ahora: ¿De qué manera podemos nosotros vencer la angustia? Y la respuesta es: Poniendo nuestra confianza en el Dios Todopoderoso. Y, ¿cómo podemos hacerlo? Jesús tuvo que hacerlo mucho antes que nosotros y debe servirnos como ejemplo. En Hebreos 5:7 leemos algo maravilloso al respecto: «Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente…» Aquí está hablando de los momentos en Getsemaní, cuando Jesús, en Su angustia desbordante, depositó Su confianza en el Dios Todopoderoso, a quien invocó en oración. Esto no debería ser una novedad para nosotros. Pero, tal vez sea necesario que aprendamos una vez más esta lección, y la apliquemos a nuestras vidas. Cristo nos dejó el ejemplo de cómo debemos confiar en el Dios Todopoderoso cuando atravesamos angustias. En Hebreos 2:18 encontramos estas consoladoras palabras: «Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados». En otras palabras: habiendo sufrido y triunfado en Getsemaní, Él puede ayudarnos también a vencer nuestros propios miedos y angustias. El Señor quiere enseñarnos a orar con perseverancia en esos momentos difíciles. Él mismo no vio otra manera de salir de su angustia, que por medio de peticiones y súplicas. Con mucha más razón deberíamos nosotros transitar este camino, para así escapar de la angustia y de los malos momentos que a diario nos tocan vivir. Santiago destaca especialmente este aspecto, en el cap. 5, vers. 13 de su carta: «¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno alegre? Cante alabanzas». ¿No sería interesante que comenzáramos a observar esta verdad de una manera nueva en nuestras vidas? ¿Comenzaremos a confiar de manera incondicional en Él, bajo cualquier circunstancia? ¡Confiar significa orar, y orar significa confiar! Los muchos ejemplos que vemos en la vida de David, nos demuestran que él creía en esta realidad:

En Salmos 4:1 oró así: «Respóndeme cuando clamo, oh Dios de mi justicia. Cuando estaba en angustia, tú me hiciste ensanchar; ten misericordia de mí, y oye mi oración».

En Salmos 18:6 nos dice: «En mi angustia invoqué a Jehová, y clamé a mi Dios».

Y en Salmos 32:6 afirma: «Por esto orará a ti todo santo…»

Dice en Salmos 61:2: «Desde el cabo de la tierra clamaré a ti, cuando mi corazón desmayare».

Y en Salmos 69:17: «No escondas de tu siervo tu rostro, porque estoy angustiado…»

Finalmente, en Salmos 118:5 afirma: «Desde la angustia invoqué a JAH, y me respondió JAH, poniéndome en lugar espacioso».

¿No son hermosos testimonios de vida? David creyó que para librarse de la angustia sólo había una vía de escape: Invocar al Señor con total confianza.

¿Qué significa invocar al Señor, a través de la oración, cuando estamos en angustia? Esta pregunta es respondida por las propias oraciones de David. En varias oportunidades aparece -por ejemplo- la expresión «clamar»: «Respóndeme cuando clamo, en mi angustia…clamé», «desde el cabo de la tierra clamaré a ti», «desde la angustia invoqué a JAH». David no hizo otra cosa sino pedir socorro al cielo. Aquí tenemos una de las llaves para ser definitivamente libres de la angustia. No es cuestión de hacer una sencilla oración, debemos clamar y suplicar si es necesario. Para comprender mejor este concepto, debemos detenernos y observar las oraciones del Señor Jesús al Padre, cuando El se encontraba angustiado. Tomaremos como ejemplo Sus oraciones y Su confianza en el Dios Todopoderoso. Puesto que desde una perspectiva bíblica, la expresión «invocar o clamar al Señor» tiene un significado mucho mayor. En Hebreos 5:7, leemos: «Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente». Si tomamos esta afirmación de manera literal, llegamos entonces a la irrefutable conclusión de que el Señor, verdaderamente, gritó, clamó y llegó al llanto de manera tal, que se le podía escuchar. No sabemos cuál era la distancia a la que se encontraban Sus discípulos en Getsemaní, pero con seguridad estaban profundamente dormidos, ya que no escucharon al Maestro. Lo que allí padeció nuestro Señor no podemos explicarlo ni tampoco entenderlo, pero ciertamente fue una situación límite. En Lucas 22:44 está escrito: «Y estando en agonía, oraba más intensamente». Pero si queremos saber con más exactitud el significado de: «… ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas…» a Dios, entonces tendremos que tomarnos el trabajo de estudiar más a fondo dichas oraciones.

Hay algo interesante que llama nuestra atención: Con excepción del texto citado, no se dice en ninguno de los Evangelios que el Señor comenzara a clamar o a gritar en la oración. Solamente Lucas hace alusión a esto utilizando la expresión: «oraba más intensamente». Mateo 26:39, 42 y 44, nos relata la situación de la siguiente manera: «Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú. Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad. Y dejándolos, de fue de nuevo, y oró por tercera vez, diciendo las mismas palabras». Y en Marcos 14:35, 36, 39 y 41 dice así: «Yéndose un poco adelante, se postró en tierra, y oró que si fuese posible, pasase de él aquella hora. Y decía: Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú. Otra vez fue y oró, diciendo las mismas palabras. Vino la tercera vez…» .  Aquí vemos con mayor claridad el significado de la oración del Señor, ya que dos puntos llaman nuestra atención. ¿Quieren saber cuáles son? Acompáñennos entonces en el próximo programa, pues allí tendremos la respuesta. ¡Hasta entonces, y qué Dios les bendiga!

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